Osvaldo Sabino Rosales era uno de los cinco hermanos de una humilde familia de obreros y obreras rurales que se instaló allá por los años 50 en la localidad de Bowen en el departamento de General Alvear. Los Rosales habían trabajado en Rivadavia como contratistas de viña y soñaban con que este traslado al sur les diera la posibilidad de adquirir su propia tierra.
No obstante, la vida en Bowen se les hizo muy difícil. Uno de los hermanos mayores recuerda que la muerte prematura de María, su madre; las complicaciones económicas derivadas de ser pequeños productores, la mala paga que recibían por las cosechas y las inclemencias del tiempo empujaron a los hermanos a trabajar como empleados fuera del campo.
Osvaldo Sabino no sólo trabajó desde temprana edad sino que siempre fue muy buen estudiante. Su hermano Fermín comenta que “Sabino, era el que tenía más aptitudes para estudiar, por eso nosotros trabajábamos y él llegó a hacer dos años en uno y además tuvo una beca. Estudió en la Escuela Nacional de Comercio de Bowen y después se instaló en Mendoza”.
Una vez en la ciudad, Osvaldo ingresó a la Universidad Tecnológica Nacional y siguió la carrera de Ingeniería. Al mismo tiempo trabajó como empleado del Banco Mendoza. Era militante estudiantil e integrante de Montoneros. Sus compañeros lo apodaban “Lito” y también “Pantera Rosa”. Sus familiares señalan que organizaba e instruía grupos y tenía una gran actividad militante. Asimismo aún recuerdan cuando lo acompañaban a las asambleas de la facultad, los cánticos y el compromiso que asumían por ese entonces los estudiantes.
En cierta oportunidad, señala Roberto Baschetti, escapó de una encerrona en forma increíble, burlando a sus perseguidores. Luego de este episodio siguió luchando y se fue a vivir con un compañero, Ricardo Alberto González, a un departamento en el Barrio Bancario de Dorrego. En las calles Francisco Alvarez y Zeballos de ese barrio de Guaymallén fue cercado, corrió y lo acribillaron por la espalda en la puerta de su casa. Fue el 17 de enero de 1977. Tenía 27 años.
Fue enterrado clandestinamente en el cuadro 33 del cementerio de Mendoza y gracias a la labor inconmesurable del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se pudieron identificar sus restos y entregarlos a su familia en mayo de 2011. Su hermano Fermín dijo en el sepelio: “Nos ha tocado después de 34 años, traer el cuerpo de nuestro hermano que estaba desaparecido, era un joven que tenía aspiraciones de construir una nueva sociedad y estaba en contra de la injusticia y luchó con muchos jóvenes de esa época”.