Nacido el 14 de Mayo de 1950 en la localidad de Bowen, al sur de la provincia de Mendoza, Aldo fue el menor de cuatro hijos. La familia Fagetti, con ascendencia italiana, se dedicaba a las tareas rurales en su finca.
Bowen se caracterizaba entonces por la presencia de una fuerte inmigración europea: polacos/as, españoles/as, rusos/as y rumanos/as, entre otras colectividades, habían traído desde sus lugares de origen el ansia de escapar de la miseria en su tierra natal. Tenían ideas críticas sobre la política y muchos/as de aquellos/as inmigrantes adherían al ideal anarquista.
Aldo convivió con ese pensamiento filosófico desde su infancia: el/la trabajador/a organizado/a y consciente debía luchar contra los abusos de la patronal, para ganar el derecho a vivir una vida digna.
Le gustaba mucho leer, y también jugar al fútbol. A los 18 años decidió irse a Córdoba a estudiar ingeniería, siendo el único de su familia que tuvo inquietudes distintas al mandato paterno. Su padre aprobó esa decisión, aunque no podía brindarle ningún apoyo económico. En tales condiciones, en 1966 comenzó a cursar sus estudios universitarios mientras vivía en una pensión del barrio Jardín en la capital cordobesa, donde se hacinaba junto a otros diez estudiantes llegados de otras provincias.
“Los cambios profundos van a venir de la mano de los obreros”
La represión ejercida por la llamada “Revolución Argentina” del general Onganía y la desjerarquización de la enseñana fue el contexto en el que Aldo Fagetti quiso alcanzar una formación académica en la Universidad Nacional de Córdoba.
Las asambleas obrero-estudiantiles se sucedían en el comedor universitario, así como las reuniones de los más variados grupos políticos. Aldo participó plenamente de todo ese proceso, llegando a la convicción de que el peronismo era la herramienta idónea para alcanzar la justicia social, y que los cambios profundos iban a venir de la mano de la clase obrera.
Hacia 1968, cuando estaba cursando el segundo año de la carrera, su padre enfermó gravemente, razón por la cual tuvo que abandonar sus estudios y su militancia social para regresar a Mendoza. Al morir el padre, sus hermanos le ofrecieron quedarse para sacar adelante la explotación de la finca familiar, propuesta que Aldo rechazó por estar decidido a continuar sus estudios, a los que consideraba como la única forma de progresar.
Por ese entonces conoció al abogado laboralista Héctor Rosendo Chávez, oriundo de la vecina localidad de General Alvear, quien ahondó su formación ideológica en el peronismo; juntos, fundaron la Juventud Peronista local. En casa de Chávez conoció a Marta Sosa, una joven de 18 años que trabajaba con cama adentro, cuidando a los hijos del abogado. Ambos se enamoraron y decidieron casarse, él con ropa prestada que le quedaba chica y ella con un poncho, por no tener recursos para comprar su vestido de novia.
En 1971 la pareja se trasladó a San Rafael; Aldo continuó sus estudios universitarios y su militancia política, además de participar —junto a Marta— en tareas de alfabetización entre la población más humilde. Aldo era un hombre muy reflexivo, cariñoso y moderador, que ahondaba en lo que había más allá de las palabras, buscando el trasfondo político de las cosas. Como había pasado muchas estrecheces en sus años de estudiante, para él todo tenía que repartirse por partes iguales, sea poco o mucho, así fuera un regio asado o un poco de pan: todos tenían que comer.
Hacia 1973, el peronismo estaba dividido entre la juventud y las facciones conservadoras de derechas. Por entonces, Aldo y Marta conocieron a la abogada laboralista Susana Sanz, con quien formaron la JP de San Rafael; su actividad se concentraba en las necesidades de las barriadas pobres, y en la tarea de formar y alfabetizar nuevos cuadros políticos.
Para esa época el mayor movimiento sindical de San Rafael se desarrollaba en el gremio de la construcción, la UOCRA, como resultado de las inmensas obras de construcción de diques. La militancia de los obreros organizados, llevó a la gobernación de la provincia en 1973 al doctor Alberto Martínez Baca, un bioquímico bonaerense radicado en San Rafael, perteneciente al ala camporista del peronismo, quien tomó a Aldo como referente de la Juventud Peronista en el sur mendocino.
Debido a las urgencias económicas que padecían Aldo y su mujer, Martínez Baca le otorgó un puesto laboral en la Dirección de Rentas de la provincia. Así estabilizada su economía, Aldo pudo continuar con sus estudios, al tiempo que abría junto con Marta un pequeño negocio de venta de empanadas, para mejorar sus ingresos.
El 17 de octubre de 1974 nació Javier, hijo único de la pareja; el nombre fue elegido después de escuchar la “Zamba para Javier”, de Ignacio Anzoátegui. Esta pequeña anécdota, ilustra de algún modo que no sólo la lucha social de Aldo Fagetti fue una constante en su vida, sino que también había espacio para la sensibilidad, que quedará para siempre plasmada en el nombre y la militancia de su hijo.
Los primeros versos del poema que antecede a la zamba, reflejan los sentimientos de Aldo y Marta:
«cuando venga el hijo de ojos asombrados
verdes como el agua, grandes como el miedo
y la casa y todos los colores vuelvan a sentirse nuevos
[…] tus ojos, la casa, mi nombre
serán un recuerdo».
Sin embargo, los tiempos que corrían eran muy difíciles; para entonces comenzaron las persecusiones políticas contra el gobernador. En 1975, el Batallón de Inteligencia 601 intensificó una investigación llevada a cabo por personal civil de inteligencia sobre la militancia política en San Rafael. Uno de estos agentes, apellidado Montesinos, había sido puesto a trabajar en Rentas en el mismo escritorio que Fagetti.
El 25 de febrero de 1976, al terminar su jornada de trabajo en Rentas, Aldo se dirigió al negocio de comidas que atendía junto a Marta. Y a la hora de la siesta, en un operativo que involucró a unos 80 militares uniformados con un desproporcionado despliegue de violencia, Aldo fue detenido y llevado incomunicado a dependencias del Ejército Argentino.
El 9 de marzo, Marta se había enterado de que algo grave le iba a suceder a su marido. Hizo todo lo posible para que la dejaran entrar a verlo, llevando consigo al pequeño Javier, de apenas poco más de un año de edad. Los carceleros consintieron solamente en llevar al niño a la celda de su padre, de techo de chapas y piso de tierra.
Fue de solamente unos pocos minutos, lo que duró ese último encuentro entre padre e hijo. Aldo improvisó con un palo, un clavo y una chapita, una suerte de juguete para Javier. El niño salió del calabozo, desnudo por la requisa pero sonriente por haber visto a su papá, y le mostró a su mamá el magnífico regalo que traía en la mano.
Al día siguiente, 10 de marzo de 1976, Aldo Fagetti fue ejecutado de un tiro de pistola en el pecho. Su cuerpo jamás apareció.