28-04-2025 | Declaró Liliana Bermúdez, militante del PRT secuestrada en 1979, al volver de casi cuatro años de exilio en Perú. Por primera vez en juicio, contó lo que vivió en el D2 y en otras dependencias. La próxima audiencia será el 9 de mayo a las 9:30.
Esther Liliana Bermúdez no había declarado nunca en un juicio, ni en la etapa de investigación ni en la etapa de debate oral. En una nueva jornada del 13.° juicio por delitos de lesa humanidad, esta vez bajo la presidencia de la jueza Paula Marisi, la mujer prestó testimonio. Pasaron casi 50 años y, teniendo eso en cuenta, la fiscalía la invitó a contar lo que había vivido.
“Hace 50 años me acerqué al PRT”, inició Liliana su relato. Cuando empezó a militar, asumió tareas de propaganda del Partido Revolucionario de los Trabajadores, en la célula donde escribían y editaban publicaciones y panfletos. Ella estaba abocada al área sindical, específicamente la dirigida a petroleros.
Cuando la dictadura arreciaba, estaban encendidas las alertas de todas y todos los militantes. Al tanto de la persecución, tenían la directiva de ir mudándose, de no quedarse en su casa, y eso la salvó de que la secuestraran el día que allanaron su domicilio. Con su familia, decidieron que se tenía que ir del país. Eligió la frontera norte, que estaba menos custodiada que la de Chile, y —tras un breve paso por Bolivia— se instaló en Arequipa, Perú. Trabajó de lo que pudo hasta conseguir la residencia y, más adelante, se desempeñó como periodista en el suplemento cultural del diario Correo.

En 1979 decidió regresar legalmente a Argentina. Al principio dijo que había sido en el 78, pero el intercambio con la fiscalía y la defensa le hizo notar que estaba confundida. Durante dos o tres meses se quedó en su casa familiar, intentando mantener un perfil bajo. Un día, el 13 de octubre, fue a llevar a su mamá a la escuela Islas Malvinas, donde daba clases. En la puerta de la institución, un grupo de hombres la interceptó y ella, advertida de lo que podía ser, empezó a gritar su nombre y a decir que le avisaran a su madre. Sin embargo, se la llevaron en un Peugeot 504 turquesa: “Lo recuerdo porque me encantaba ese auto; ya no”, dijo. La arrojaron al piso de la parte trasera del vehículo y la pisaron con sus botas. Vendada, esposada y a los gritos, la bajaron en un edificio y la encerraron en un calabozo.
Era un lugar completamente oscuro y Liliana estaba muy asustada. Creía que la iban a juzgar con todas las de la ley, pero nada de lo que vivió ahí fue legal. Ni siquiera la sacaban al baño cuando pedía. “No tengo recuerdos visuales, pero sí sinestésicos”, describió la testigo, porque en una celda había olor a marihuana y la sala de interrogatorios apestaba. Allí, le preguntaban por gente de su entorno, no solo militante sino muy cercano a ella, y la golpeaban fuerte en la cabeza y en la cara. “El que llevaba la voz cantante era joven”, le decía que tenían la misma edad y era “muy pesado”, afirmó la mujer: “Mirá dónde estoy yo y mirá dónde estás vos”, le decía para intimidarla mientras la interrogaba. En una ocasión, además, le exhibieron un álbum de fotos para que ella señalara a personas conocidas.

Tras veinte días de cautiverio en el D2, le permitieron a la familia ingresar ropa. Sabían que Liliana estaba allí porque, al momento del secuestro, una mujer había seguido al auto de los captores y lo había visto ingresar al palacio policial. Fue esa persona quien dio aviso a la mamá de la víctima. En el mismo lugar, estaba alojado un grupo de jóvenes militantes, entre quienes nombró a (Mabel) D’Amico. Dijo que eran del PCR (Partido Comunista Revolucionario), pero eran del PCML (Partido Comunista Marxista Leninista). A pesar de que se confundió de pertenencia política, su testimonio coincide exactamente con las fechas de esas detenciones, como contó Alfredo Irusta en la audiencia pasada, aunque Bermúdez —en realidad— no lo conoció.
De la zona de calabozos del D2, la testigo recordó a uno de los guardias que hacía de policía bueno: charlaba, la quería ablandar, le aconsejaba que dijera todo en los interrogatorios. El hombre era bajo, de contextura robusta, no muy joven, morocho y un poco calvo. Quizás, si viera una foto de ese momento, lo podría reconocer, le dijo al fiscal.
Traslados y libertad
Después de un mes en el D2, Liliana Bermúdez fue trasladada a la Penitenciaría de Mendoza. Desde allí, un día, la llevaron a un edificio militar donde la sometieron a un consejo de guerra, un juicio donde los jueces y las partes eran de las fuerzas. “Me acusaron hasta de la muerte de Gardel, más o menos”, ironizó la testigo, y, en veinte minutos, la condenaron a ocho años de prisión. Más adelante la trasladaron junto a otras quince personas encadenadas al piso en un avión de la Brigada. Fueron a la cárcel de Devoto. El recuerdo, nuevamente, sinestésico: “Olor a humanidad y creolina”. Recibió su libertad el 24 de diciembre de 1982, con la primera conmutación masiva de penas en la dictadura.

Al final del relato, el fiscal, Daniel Rodríguez Infante, le preguntó por un procedimiento en su vivienda cercano a su secuestro. Sí, su familia le había contado de un allanamiento. Tras consultarle si reconocía su firma, le mostraron un escrito donde supuestamente ella autorizaba a las fuerzas a allanar su casa, pero ella negó haberlo hecho. Como anécdota, recordó que tenían muchos libros de arte y, entre todo lo que requisaron los policías, decidieron llevarse —por sospechoso— “El cubismo”, pensando que hacía referencia a la Cuba revolucionaria y no al movimiento artístico de vanguardia de principios del siglo XX.
También le consultaron por algunas personas y dijo conocer a Vilma Rúpolo —su comadre—, a Osvaldo Zuin —por la Escuela de Teatro, aunque no compartieron militancia—, a Ana María Florencia Aramburo y a Daniel Moyano —de la militancia en el PRT—, y a Rosa Rouge y Nélida Virginia Correa —de la penitenciaría—.
Antes de finalizar, Liliana expresó su deseo de justicia y reparación. “No tanto para mí, porque no fui de las que más sufrió, pero sí por lo que significa en la vida de las personas y en la vida del país”, expresó entre lágrimas. La jueza le respondió: “Usted tenga la certeza de que hay un montón de gente que tiene las mismas buenas intenciones y, por lo menos en este tribunal, se trabaja con mucho compromiso”. Le manifestó que, en lo personal y como servidora pública, estaba a disposición.
La próxima audiencia será el viernes 9 de mayo a las 9:30.