15-10-2021 | Gabriela Gutiérrez Fernández relató el contexto previo a los secuestros de su madre, María Eva Fernández, su padre, Manuel Gutiérrez, y un amigo de la pareja, Juan Manuel Montecino, en abril de 1977. La pequeña Gabriela observó las detenciones de los últimos dos en la puerta de su casa. Ricardo Alliendes declaró por el cautiverio que sufrió junto a una parte de su familia en 1976 y las dos detenciones individuales —una anterior y otra posterior— de su padre, Segundo Alliendes. La próxima audiencia será el 29 de octubre a las 9:30.
La hija del matrimonio Gutiérrez-Fernández, desaparecido al igual que Montecino, ya declaró en 2014. Los tres casos se enmarcan dentro de los operativos conjuntos contra la “militancia residual peronista” de abril del 77 —según los propios perpetradores— y se investigan en este juicio para determinar la intervención de la Fuerza Aérea y el Destacamento de Inteligencia 144 del Ejército. La reiterada persecución de Segundo Alliendes y su familia tuvo como protagonista indiscutida a la Aeronáutica.
Antes de comenzar las testimoniales, Eduardo San Emeterio solicitó permiso para presenciar las audiencias al tribunal pese a que su defendido, el excomodoro Jorge Alberto López, fuera apartado por razones de salud. Argumentó que en seis meses se realizará una nueva evaluación y el imputado podría regresar. El juez Carelli resolvió que participe en calidad de público, sin posibilidad de intervenir, hasta que el tribunal tome una decisión.
Gabriela Gutiérrez Fernández desde la ventana
“Mis padres tenían 23 años. Mi papá trabajaba de chofer en la Coca-Cola, mi mamá de ama de casa. Los dos eran militantes de Montoneros”, comenzó la testigo. Poco antes de su desaparición llegó a la vivienda una familia entera: una pareja, su bebé, una abuela y un perro, enumeró. Era de madrugada, pasaron la noche y se fueron al día siguiente. “Evidentemente estaban huyendo”, sostuvo.
Uno o dos días más tarde su mamá y su papá salieron por la mañana y ella, que tenía cinco años, quedó al cuidado de una familia vecina. “Mi mamá, directamente, no volvió nunca más”. A su papá lo secuestraron cuando volvía de trabajar. “No pudo entrar a la casa, apenas abrió lo agarraron los militares y lo golpearon”. Gabriela fue testigo de este secuestro porque la casa de la vecina quedaba pegada a la suya, adelante: “Era una especie de PH abierto”, explicó, y “se podía ver lo que pasaba en la calle”. Esa noche durmió allí. El vecino, de apellido Castillo, era subcomisario.
“A la noche se escuchó mucho movimiento en la calle (…) Estaban esperando a Montecino, que era un amigo de mi papá. Yo lo conocía como el ‘tío Carlos’, se ve que era su nombre secreto (…) lo mataron en la puerta de mi casa cuando llegaba a buscar a mi papá. Se ve que se dio cuenta de que lo estaban esperando. Venía en bicicleta y lo tirotearon ahí, en la puerta de mi casa. Todo eso yo lo vi con mi amiga Alejandra”, relató conmovida.
Por la mañana dos policías o militares aparecieron en la vivienda de su vecina buscando la llave de la casa de Gabriela. “La tenía yo (…) mi mamá me había dicho que no la tenía que entregar a nadie”. Obligaron a la niña a soltarla, entraron, revolvieron todo y se llevaron objetos.
Una tía retiró a Gabriela hasta que su abuela paterna viajó a buscarla para que viviera con ella en Buenos Aires. Con los años, la testigo se enteró de que la pareja fue asesinada un mes más tarde de los secuestros. También que el cuerpo de su madre había aparecido frente a una farmacia, insinuando un enfrentamiento. Pero la familia Fernández no quiso reconocer el cadáver. Esto último lo relató su tío Jorge, hermano de María Eva, cuando la acompañó a dejar una muestra de sangre para encontrar los restos.

La Fuerza Aérea contra Segundo Isau Alliendes
Ricardo Alberto Alliendes ya declaró en el sexto juicio. La familia sufrió tres procedimientos militares en distintas fechas. El primero de ellos, indicó, en 1974 o 1975, durante el gobierno de Estela Martínez de Perón. Personal militar de la Fuerza Aérea allanó ilegalmente y de noche el domicilio en el que vivían, ubicado en Vicente Gil 485 de Las Heras. Se llevaron a Segundo Alliendes, su padre, en un rastrojero azul. Permaneció una semana en la en la IV Brigada Aérea.
En 1976, cerca del golpe militar, allanaron nuevamente la vivienda. Ricardo relató que el operativo ocurrió posiblemente un sábado porque él se encontraba de franco. En horas de la noche rodearon la manzana, subieron por los techos y “rompieron todo”. Se robaron, además, pequeñas joyas y libros. El testigo fue secuestrado junto a su padre, su madre Eda y su hermana Silvia —menor de edad— por personal de la Aeronáutica uniformado de azul. Según el testigo, en la casa quedó un prendedor “con dos alitas” que debió caerse de alguna prenda.
Los hombres fueron trasladados en un vehículo y las mujeres en otro. Él y su padre iban atados con soga al cuello en un rastrojero frontal. La familia estuvo detenida siete u ocho días en la Comisaría 16 de Las Heras. Por un contacto fortuito, el hijo de un amigo de su papá que trabajaba en esta seccional llamado Hilario “Valenzuela” o “Palenzuela” —posiblemente cabo—, sus parientes supieron que se encontraban allí. En este centro clandestino de detención (CCD), como lo nombró el testigo, compartieron cautiverio con el matrimonio Capurro, Carlos Tassín, los hermanos Larrea y cuatro o cinco personas más. La familia Alliendes fue ubicada “en una especie de sala de estar después de la cocina”. La comisaría, explicó, se extendía casi toda la manzana, tenía un patio grande, habitaciones y calabozos: a menudo pasaban la noche en ellos. El oficial de policía “Perro” Rodríguez insultaba a las víctimas e insistía en que “había que matarlos a todos, hasta los hijos”. También oyeron disparos.
Luego de la dependencia policial, los varones pasaron al Liceo Militar General Espejo y, más adelante, a la Compañía de Comunicaciones 8. Recuperaron la libertad a los noventa días. Eda y Silvia, en tanto, estuvieron secuestradas en el mismo predio del Ejército, en el CCD de mujeres que funcionó en el Casino de Suboficiales.

Segundo Alliendes padeció una tercera detención en 1978. Ricardo vivía aún allí junto a su esposa, que estaba embarazada —este detalle es su referencia para determinar la fecha—. El procedimiento, refirió el testigo, fue similar a los anteriores y se extendió unas horas. Su padre fue conducido una vez más a la IV Brigada Aérea: un conscripto conocido de un familiar les avisó del paradero. En esta dependencia estuvo entre quince días y un mes antes de ser trasladado a la penitenciaría, donde pudieron verlo. A raíz de los golpes había perdido audición. El hombre conoció allí a su nieta, hija de Ricardo, que había nacido durante su secuestro.
Cuando el presidente del tribunal leyó la lista de imputados, el testigo reconoció el apellido Santa María como alguien vinculado a la Aeronáutica. A pedido del fiscal Daniel Rodríguez Infante, Ricardo explicó que lo escuchó cuando se presentó con su madre en la IV Brigada a preguntar por Segundo Alliendes: “Llamen a Santa María”, habría dicho alguien —grande y de bigotes, vestido de pantalón azul y camisa celeste— que lo recibió en la puerta de la base militar.
El abogado de Santa María, Carlos Benavídez, interrogó a la víctima con la violencia y la falta de respeto que caracteriza sus intervenciones. Quiso que Ricardo explicara por qué su familia había padecido tantos episodios como los narrados. “Señor, (…) lo que yo le he relatado son hechos objetivos y usted quiere que yo los transforme en subjetivos de acuerdo a mi parecer”. Con signos de evidente incomodidad, Alliendes solicitó al tribunal: “Que no me victimice más”. El presidente del debate le recordó al abogado que había “modos” y tradujo las preguntas del defensor para adecuarlas al trato que se espera frente a un testigo-víctima: “El único motivo que podría ser es haber hablado o pensado distinto de lo que es la política”, sostuvo Ricardo en relación a su padre.
Benavídez insistió con las razones del traslado de Segundo Alliendes de la IV Brigada a la penitenciaría: “El porqué tiene que preguntárselo a la persona que lo trasladó”, respondió Ricardo. Y agregó que fue en “calidad de preso político” porque estaba en ese pabellón. No pudo dar precisiones de la fecha en que Segundo recuperó su libertad, pero aseguró que sucedió meses después de julio de 1978 porque ese mes había nacido su hija.
Su padre regresó a la vivienda y trató “de recuperarse de lo que había ocurrido”. “¿Vivieron tranquilos, digamos?”, insinuó el abogado. “Señor, si a usted se lo llevan preso y lo mantienen detenido sin causa (…), ¿usted viviría tranquilo?”, reprochó el testigo. “Le recuerdo que estuvimos detenidos, no estuvimos de fiesta —continuó—. Se trató de recuperar la vida lo más normal posible a pesar de todo lo que pasamos”.
Cuando concluyó la declaración, Benavídez solicitó al tribunal que se consultara a la Policía de Mendoza sobre la existencia de registros correspondientes al cabo Hilario Valenzuela o Palenzuela. La fiscalía respondió que posiblemente hubieran tramitado previamente esa información, en cuyo caso la pondrían a disposición del tribunal y las partes.
La próxima audiencia será el viernes 29 de octubre a las 9:30.