En 2011 se realizó el juicio a algunos responsables de la desaparición y muerte de mis padres. Para mi fue una oportunidad de procesar esa realidad: “la muerte de mis padres”, dejé de pensar y decir que eran desaparecidos a decir que fueron desaparecidos y asesinados.
De alguna manera, el hecho de sentarme ante gente desconocida, ante los acusados, ante los jueces, abogados; tener que contar lo que habíamos reconstruido de su historia, de lo que pasó, cómo fue que ingresaron a un centro de detención, escuchar y ver las pruebas de lo que se conoce, dejaron de ser conjeturas para ser hechos reales que alguna vez sucedieron. Lo viví como una manera de asumir la muerte de mis padres y de identificar responsables concretos, que tuvieron que responder por tantas personas detenidas, torturadas, desaparecidas y asesinadas.
Lo sentí como un símbolo de aceptar los hechos, que sucedieron, que necesitan ser contados y conocidos para continuar con la reparación, con la mitigación del dolor, de esta herida que siempre viví como personal y en los juicios pude vivenciar como un dolor nacional, argentino, que vivimos como víctimas de la última dictadura militar.