31-05-2024 | En su primera declaración en juicio, Víctor Tagarelli brindó testimonio sobre las penurias que atravesó durante su secuestro en los meses previos al golpe de Estado de 1976. La próxima audiencia se pactó, con nuevo horario, para el 14 de junio a las 15:00.
Hacia las 9:30, y tras solucionar algunos problemas con su conexión por videollamada, Víctor Tagarelli se aprestó a declarar en una nueva audiencia de este 13.° juicio por delitos de lesa humanidad en Mendoza. Es esta la primera vez que Tagarelli declara en un juicio oral, habiendo ya prestado declaración en la etapa de instrucción ante la fiscalía, por abril de 2011. Antes de comenzar, Víctor consideró necesario aclarar que podría haber olvidado algunas cosas dado que los hechos sobre los que iba a hablar ocurrieron hace casi 50 años. Cumplidas las presentaciones de rutina, comenzó el interrogatorio, esta vez conducido por la abogada Analía Quintar, representante del Ministerio Público Fiscal. Y el testigo pasó a narrar su experiencia.
El secuestro
“No fue detención, fue secuestro”, comenzó Tagarelli. Para el mes de noviembre de 1975, Víctor era un joven estudiante de Medicina de 23 años que cursaba sus estudios en la Universidad Nacional de Cuyo junto con su novia. Vivía con su hermano Daniel en el barrio Bombal sobre calle República del Líbano y preparaba los exámenes de fin de año. Como estudiante universitario, Víctor había militado en la Tupac (Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combativa), pero para la fecha del secuestro ya había abandonado la agrupación para concentrarse en su rendimiento académico.
Así las cosas, en la madrugada de un sábado de noviembre, mientras dormía, fue secuestrado de su casa durante un operativo para el que, según supo después, habían rodeado la manzana y cortado el tránsito. Un gran grupo de personas vestidas de civil, portando armas largas y enmascaradas con medias de nylon, ingresó a la propiedad por el frente, por el techo y por el patio para destrozar la casa, propinarles una paliza a él y a su hermano y llevárselos en calzoncillos, vendados y con las manos atadas. En ese momento, Víctor imaginó lo peor.
“Cuando me robaron el anillo, yo creí realmente que me iban a matar”, dijo. Y agregó que, momentos antes de que lo subieran al vehículo en el que lo trasladarían, escuchó que uno de los secuestradores preguntaba: “¿Estos dos son por la positiva o por la negativa?». «Por la positiva», respondió otro. Él, desconociendo el código, imaginó que eso quería decir que iban a morir, y se asustó. Para su suerte, significaba lo contrario y Víctor fue separado de su hermano e introducido en la caja de una camioneta donde había más personas.
Lo llevaron a un lugar —que al día de hoy no ha podido reconocer— al que recuerda haber entrado por un portón para luego ser metido en una pequeña habitación. A su hermano, Daniel, lo trasladaron al D2, pero Víctor no sabe si fue al mismo lugar, aunque hay algunos indicios. Vendado y atado de manos, lo azotaron con un látigo —cuyas heridas tardaron muchos años en cicatrizar— lo interrogaron y, finalmente, le aplicaron picana eléctrica para concluir el proceso de tortura.
Luego de unos días en este primer sitio, lo trasladaron —semidesnudo y en una camioneta en la que uno de los secuestradores le pisó la cabeza contra el piso— a lo que más tarde reconocería como la Comisaría Séptima de Godoy Cruz. A este edificio cree haber ingresado un sábado —porque en la iglesia de al lado se celebraba un casamiento— y recuerda haber subido unas escaleras con piso “como de madera”. Allí, no hubo interrogatorios ni picana, pero sí muchos golpes. En una de las golpizas, recuerda haber recibido un golpe muy fuerte en el hígado que lo dejó sin aliento y que podría ser la causa de una insuficiencia hepática que debe soportar hoy. Durante la estancia en la comisaría no hubo comida, solo agua. Tagarelli recordó a otros detenidos con los que compartió tiempo en la Séptima de Godoy Cruz: Ulises Rinaldo, quien luego se exilió, y Jorge Bonardell, periodista del diario Los Andes.
Nuevos traslados y más tortura
Luego sobrevino un nuevo traslado. Esta vez a un galpón grande en el que escuchaba otras voces, así como gritos y ruidos de las torturas. En este lugar, escuchó la voz de un compañero de la facultad que era torturado con picana: Luis “el Chino” Moriña. Nunca más tuvo noticias de él y cree que puede haber muerto como consecuencia de esas torturas. Víctor pasó algunos días allí, hasta que un hombre que se presentó como capitán del Ejército le informó a él y a otros detenidos que quedaban bajo jurisdicción del Ejército. Seguidamente, los subieron a una Ford F100 y los llevaron a otra dependencia que sí reconoció: la Compañía de Comunicaciones de Montaña 8.
En esta cuadra militar, ubicada sobre la calle Boulogne Sur Mer, se encontró con su hermano por primera vez desde que fueron secuestrados. Pero, además, sufrió un nuevo método de tortura que ya no se limitaba a lo físico, sino que también a lo psicológico: lo sometieron, junto a otros dos compañeros de detención, a un simulacro de fusilamiento, hecho que demuestra —asegura— la creatividad de los represores al momento de torturar. Más adelante, conversando con otros detenidos, conocería que esta era una práctica que muchos otros habían tenido que soportar. Víctor recordó haber escuchado la orden de tiro y la descarga. “Supongo que habrán sido balas de fogueo”, concluye.
Tras varios días en esta instalación, junto a su hermano y otros detenidos, fue trasladado a la Penitenciaría de Mendoza, donde le sacaron la venda y lo desataron por vez primera. Allí, los mantuvieron recluidos bajo un régimen de “23 x 1”, una hora en el patio de la cárcel por veintitrés horas del día encerrados en una celda. De esta instancia de su detención, Víctor no recuerda maltratos en su contra, solo un interrogatorio a cara descubierta que le realizó un capitán del Ejército. Sí los recuerda, sin embargo, contra su hermano. Relata que a Daniel un día lo sacaron y lo torturaron terriblemente, a tal punto que “la picana le inflama de forma monstruosa los testículos”. Y acota que en las sesiones de tortura había médicos que controlaban que el torturado no muriera.
Hasta este punto, la familia de los Tagarelli desconocía el paradero de Víctor y Daniel. Su detención era ilegal y nadie le brindaba información al abogado que habían contratado para buscarlos, Félix Guiñazú. A sus padres, incluso, los citaron varias veces a reconocer distintos cuerpos en la morgue judicial. Recién tuvieron noticias de su paradero cuando, a pedido de Daniel, un curita jesuita que era el capellán de la penitenciaría les comunicó: “Tito y Daniel están vivos en la calle Boulogne Sur Mer”. Después de un tiempo, legalizaron su situación y permitieron a sus familias y a sus novias visitarlos.
Expulsión de la universidad y amigos que se alejan “como si tuviéramos la peste”
A Víctor Tagarelli le devolvieron la libertad el 20 de marzo de 1976, junto a Daniel Sendra y Joaquín Rojas. A tres días del golpe de Estado, les ordenaron: “Vístanse que se van”. Él dudó, sin embargo, y temió que los mataran a la salida del penal. Cuando se decidió a salir, lo recibieron en la casa de Sendra, primero, y en la de su novia, después. Su hermano Daniel no corrió la misma suerte, continuó detenido en Mendoza y luego en Unidad 9 de La Plata, hasta 1977.
Víctor, por su parte, regresó a su pueblo a estudiar para los exámenes de Medicina de julio y volvió a asistir a su facultad. Allí, se encontró con el rechazo de muchos de sus amigos, que se alejaron “como si tuviéramos la peste” y se sorprendió por el trato en la entrada de la facultad, donde les hicieron dejar los documentos y los palparon por supuestas armas. Finalmente, a un mes de los exámenes, le llegó un telegrama en el que le anunciaban que los habían expulsado de la universidad —a él y a su novia— por ser “potenciales factores de perturbación” para el Proceso de Reorganización Nacional.
Tagarelli, entonces, decidió abrir un negocio en su pueblo, con su papá. Trabajando allí se dio cuenta de que era vigilado por un desconocido que estacionaba, varias veces y durante varios meses, su auto fuera del negocio y se movía de forma sospechosa. “En un pueblo chico, nos conocemos todos”, comentó para sustentar su intuición.
A pesar de todas las dificultades que tuvo que enfrentar, Víctor Tagarelli nunca se rindió. Tiempo después de la vuelta de la democracia, volvió a la universidad para estudiar una carrera en Ciencias Económicas. Hoy vive junto a su mujer, la misma que lo fuera a visitar a la Penitenciaría de Mendoza hace casi 50 años y que hoy, mientras Víctor intenta recordar los detalles de lo sufrido durante esa época, lo acompaña.
La próxima audiencia tendrá lugar el 14 de junio a las 15:00.