Emilio Concha Cortés declara desde Suecia

AUDIENCIA 25 / UN NUEVO TESTIGO: “ES LA PRIMERA VEZ QUE SIENTO QUE ALGUIEN RESPONDE POR MÍ”

09-08-2024 | Desde Suecia y por primera vez en un juicio, declaró Emilio Concha Cortés, ciudadano chileno que huyó del golpe de Estado en su país, se refugió temporalmente en Argentina y terminó secuestrado en el D2. Agradeció haber sido citado y narró todo lo que atravesó. La próxima audiencia será el 23 de agosto a las 9:30.

En una nueva audiencia testimonial, Emilio Concha Cortés fue llamado por primera vez ante un tribunal para ofrecer su historia sobre los padecimientos que sufrió en la década del 70 en el contexto de la última dictadura argentina. “Todo lo que puedo hacer es para que esto no pase más”, sentenció. El hombre de 77 años es víctima en el juicio actual y contó lo que vivió en el D2. Agradeció haber sido citado: “Es la primera vez que yo siento que alguien responde por mí”.

Llegada a Argentina

Emilio Concha Cortés es chileno. Nació a mediados del siglo XX en el seno de una familia con antecedentes artísticos —su abuelo, Enrique, fue artista— y creció junto a un padrastro ligado al gobierno socialista de Salvador Allende. Él, sin embargo, no profesaba militancia alguna, simplemente “colaboraba y voy a colaborar con todo el mundo que esté en contra de las injusticias”, dice. Habiendo elegido el camino de su abuelo, el 10 de septiembre de 1973, Emilio visitó la Argentina para asistir a una exposición de arte a la que había sido invitado, sin saber que, al día siguiente, un golpe militar derrocaría al gobierno constitucional chileno para instaurar un gobierno de facto encabezado por Augusto Pinochet.

Testigo declara por videoconferencia

Tras recibir la noticia, Emilio se puso en contacto con grupos de apoyo a la resistencia chilena para intentar el regreso a su país natal. Mientras tanto, su madre junto a su pareja —funcionario del gobierno socialista— buscaban escapar de Chile, eligiendo a Mendoza como destino de paso antes de emigrar definitivamente a Europa. Conformaron el Comando de Apoyo a la Resistencia Chilena (CAR), que asistía a perseguidas y perseguidos políticos.

Concha Cortés contó que en Chile ya no se podía vivir. Decidió irse a Venezuela y, para eso, un mes después del golpe también se estableció en Mendoza, por la cercanía con Santiago, para hacer todos los trámites.  Llegó con su esposa de entonces y su hijo de casi cinco años. Él consiguió trabajo en un hotel en avenida Las Heras, donde le encargaron la decoración de las habitaciones. Allí tuvo tres ayudantes a disposición. Un tiempo vivió con su padrastro y después se establecieron en una casita de la calle Castellanos en Dorrego.

El fiscal Daniel Rodríguez Infante en la audiencia
Fiscalía guía a Concha Cortés en el interrogatorio

Tras un par de meses realizando trámites para emigrar, detuvieron al padrastro de Emilio y, luego, a la madre. La pareja fue trasladada al D2, donde sufrieron —especialmente su madre— “lo que sufrimos todos”, comenta el testigo. Posteriormente, ella fue trasladada a la cárcel, a donde él la visitaba y le llevaba algo de comida.

Al lugar en el que Emilio vivía con su esposa, llegaba gente que tocaba la guitarra y contaba historias de lo que pasaba en Chile, historias que luego publicaban y repartían. Uno de ellos era Dante Di Lorenzo —un periodista grandote, recuerda— del que su esposa se enamoró y era informante de los servicios. A ese hombre le atribuye la responsabilidad de su secuestro, posterior al de su madre y su padrastro.

El secuestro

“Lo recuerdo como si fuese hoy”, dijo sobre el día de su detención. Él tenía 27 años y habían ido a comer en familia a un lugar sencillo, a fines del 75. De repente tres autos interceptaron el camino, y hombres armados lo hicieron tirar al suelo, lo vendaron y le ataron las manos atrás. Lo subieron a un vehículo y se llevaron en otro a su esposa y con el niño.

Lo llevaron al D2. Lo supo porque se hablaba del lugar, tanto adentro como afuera. Al principio tenía cierta esperanza porque sabía que el D2 era un sitio de la Policía y, de alguna manera y con ingenuidad, se sentía protegido. Recuerda que lo golpearon y le sacaron todo. También que lo depositaron en una celda pequeña que reconoció en una visita reciente, en 2017. Después de una pateadura feroz, le advirtieron: “Esto no es nada, es para comenzar”. Él aguantó.

Posteriormente lo llevaron a una escalera y lo bajaron a un sótano donde había unas cinco personas. Ahí empezaron a darle descargas eléctricas en el cuerpo mientras preguntaban por gente que él no conocía. También por su padre: “Es un socialista chileno, yo no tengo nada que ver”, respondía Emilio. Allí lo obligaron a escuchar a un hombre que reconoció como uno de sus ayudantes del hotel que le atribuía traer armamento desde Chile. Y la picana se recrudeció. Ya no era en las extremidades, sino en el ano y los genitales. Se mareó y se descompuso del dolor.

Del D2 y la tortura tiene las peores sensaciones: “Al principio uno se quiere morir, después quiere que pase y, finalmente, que no hubiera pasado nunca”. Un hombre le tomaba las pulsaciones y avisó que no resistiría mucho más. En el momento, sintió que había salido de su cuerpo como estrategia de supervivencia y que miraba todo desde afuera, como una tercera persona. En su percepción, esas horas fueron siglos. Mientras estuvo allí alojado escuchó la tortura a otras personas —“mucho ruido de muchas personas”— y también una violación. La vincula con Ana Mabel Tortajada, una muchacha que él no conocía, pero en cuya causa por infracción a la “ley antisubversiva” 20840 lo habían incluido.

Los perpetradores también descargaron su xenofobia sobre él. Por ser chileno, lo sacaban desnudo y atado a gritar “viva mi patria, Argentina”. Sabe que lo que vivió no tiene forma de compensarse, pero confía en que relatarlo ayuda a que nadie lo pase nuevamente.

Defensores y jueza

El recorrido carcelario

Su cautiverio continuó. Primero fue trasladado a la cárcel de Mendoza, lugar del que recordó piojos, cucarachas, arañas y chinches que tenían que fumigar diariamente con creolina. El baño no existía, era solo un tarro. Al principio compartían pabellón con lo que llamaban “presos comunes”, aquellos detenidos por otros delitos, pero después los presos políticos fueron separados del resto. A medida que iban llegando nuevos compañeros se preguntaban nombres, de dónde venían y algunas otras cosas. “Era un mundo de Kafka”, dijo en referencia a la situación entre absurda y desoladora.

Público presente

Emilio Concha Cortés formó parte, con el resto de los detenidos, del traslado masivo a la “cárcel modelo”, la Unidad 9 de La Plata, en septiembre del 76. Allí conoció a Marcos Ibáñez, otro perseguido político con quien compartía el hobby de jugar al dominó. Un día, al testigo lo llevaron a la enfermería por un padecimiento estomacal y, en un momento determinado, escuchó muchos ruidos y movimiento de personal, llegó Marcos en camilla y varios militares que decían cosas como justificando “que se les pasó la mano”. “Lo mató este hijo de puta”, vociferaba uno de ellos. Emilio recuerda a su compañero con cariño: “Lo tengo dentro mío”, concluyó.

Recuperó su libertad desde La Plata, lo expulsaron y lo mandaron a Suecia. Amnistía Internacional lo adoptó como exiliado político y lo fue a buscar al aeropuerto cuando llegó.

La próxima audiencia fue pactada para el 23 de agosto a las 9:30.

Mirá la audiencia completa:

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El Colectivo Juicios Mendoza se conformó en 2010 por iniciativa de los Organismos de Derechos Humanos para la cobertura del primer juicio por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza. Desde ese momento, se dedicó ininterrumpidamente al seguimiento, registro y difusión de los sucesivos procesos judiciales por crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.