11-10-2023 | El tribunal acudió al Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos (EPM) a realizar una inspección del edificio en el cual funcionó el Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza (D2). El lugar, ubicado en el Palacio Policial, a solo 500 metros de la Casa de Gobierno, fue señalizado el 24 de marzo de 2013 como sitio donde se cometieron delitos durante el terrorismo de Estado. La inspección fue guiada por dos sobrevivientes de este centro clandestino de detención, tortura y exterminio. La próxima audiencia será el viernes 27 de octubre a las 9:30, momento en que comenzarán los testimonios.
Los jueces y la jueza del Tribunal Oral Federal 1 (TOF 1) de Mendoza llegaron al Espacio para la Memoria donde ya esperaba un amplio grupo dispuesto a comenzar el recorrido por el edificio en el que supo funcionar el D2. Al momento de comenzar la inspección, se acordó realizar el camino que las personas detenidas debían seguir al ser ingresadas en el centro clandestino. Así, las víctimas sobrevivientes Eugenio Paris y Rosa Gómez encabezaron la marcha hacia el estacionamiento posterior del edificio y comenzaron a relatar sus experiencias.
Al edificio, cuentan, se llegaba con los ojos vendados y en el asiento trasero de un auto, en el caso de Eugenio Paris, un Peugeot 504 rojo. En medio de los golpes y la violencia que comenzaban en el momento mismo del secuestro, se ingresaba por calle Virgen del Carmen de Cuyo al estacionamiento ubicado en la parte posterior del Palacio Policial. Tras el descenso del auto —en el caso de Rosa Gómez, de los pelos— se recorría a rastras unos diez metros de ripio hasta las escaleras que dan a la entrada trasera. Se ingresaba en el edificio y, sin tiempo de acostumbrarse al lugar o a las voces de las 5 o 6 personas que se encontraban trabajando allí, se recorrían unas escaleras angostas y empinadas hacia los calabozos que se encuentran en el “corazón mismo” del D2, como bien dijo Eugenio Paris. Aquí, dos eran las posibilidades: ir a parar a una celda o pasar directamente a una de las dos salas de tortura del edificio, como le ocurrió a Rosa Gómez.
Los calabozos
A los calabozos se ingresa por un pasillo angosto y corto. En su momento, estas celdas se encontraban habitualmente sumidas en la oscuridad. Dos eran las claraboyas que iluminaban todo el sector; trece, las celdas. De estas, once son celdas chicas en las que se recluía a los y las prisioneras de a pares —aunque en ellas no hubiera más lugar que para una persona acostada—. La monotonía de las grandes puertas metálicas de color verde solo la rompe una pequeña mirilla a la altura de los ojos que las víctimas intentaban abrir “con mucho cariño” para que los opresores no las escucharan. Las dos restantes son celdas más grandes que, según Paris, servían de antesala a un traslado. En estas celdas, las personas detenidas se encontraban en una oscuridad absoluta, la luz que ingresaba por las dos claraboyas no llegaba a iluminarlas. El baño, por su parte, era uno solo y “era un asco”. En muchas ocasiones, no les permitían usarlo en todo el día. Tampoco les permitían tomar agua —tomaban del inodoro cuando tenían la posibilidad de ir al baño— y la comida era escasa.
Rosa Gómez recordó haber llegado a una celda y ser trasladada a otra en el segundo día de su detención. En esta celda comenzaron a abusar sexualmente de ella. Eugenio Paris reconoció haber visto desde la mirilla de su calabozo las cosas que le hacían a Rosa y haber escuchado los gritos que profería. Para él, lo peor eran los gritos de sus compañeros y compañeras. Rosa pasó nueve meses detenida —tiempo en el que no recuerda haber salido a la luz—; sin embargo, relató que, con el tiempo, con la repetición y con la muerte de otras víctimas a causa de los golpes, dejó de gritar.
Las humillaciones eran constantes. Eugenio recordó un día en que lo sacaron desnudo a mojarse bajo la lluvia y luego lo obligaron a cantar el himno repetidas veces frente a los calabozos. También mencionó que lo obligaron a limpiar la celda en la que otro prisionero, Aníbal Torres, fue golpeado con tal brutalidad que a los pocos días murió. Ambas víctimas coincidieron en que los golpes y los gritos de las celdas vecinas parecían venir de un sótano, cuando, en realidad, se debía a que las personas detenidas eran cruelmente golpeadas en el piso.
A pesar de estas atrocidades, los calabozos no se encontraban aislados del resto del edificio. Los y las detenidas no veían, pero sí escuchaban. Al no haber música como en las salas de tortura podían reconocer los momentos del día de acuerdo a los ruidos del ambiente: el taconeo del piso de arriba de cuando llegaban las trabajadoras en la mañana o el silencio después de que terminara la jornada laboral. La agudeza del oído también les permitía reconocer lo que iba a acontecer por la forma en la que los opresores abrían las puertas: no abrían con la misma violencia para un control de rutina que para una violación.
Durante el tiempo que Eugenio estuvo detenido recordó no haber salido de los calabozos más de dos veces. Una de ellas lo condujeron hacia la oficina en la que actuaba el Consejo de Guerra para tomarle una fotografía. Pudo reconocer el lugar por la luz que lo cegó al abrir los ojos, la misma que entra por los ventanales que dan al estacionamiento y a la calle Virgen del Carmen de Cuyo. En estos traslados fuera de las celdas, Eugenio dijo haber percibido “siempre muchas personas alrededor, siempre muchas personas cerca”. Rosa también fue llevada a este lugar para firmar documentos que intentaban inculparla en hechos con los que ella no tenía relación alguna. Con cada negativa era llevada a una de las salas de tortura.
Las salas de tortura
Para llegar a las salas de tortura se recorre un pasillo que atraviesa toda la planta baja del edificio para luego bajar unas amplias escaleras hacia el subsuelo. Allí, al cielo raso lo decoran unas cañerías desnudas, la acústica cambia, nada retumba, de los pisos superiores parece no llegar sonido alguno. Tras una sala de paso que da al ascensor, se encuentra el pequeño cuarto que funcionaba como una de las salas de tortura. Frente a ella, Eugenio miró el espacio vacío bajo las escaleras y se preguntó por el sentido que estos tenían, por el uso que les daban. Reflexionó sobre la creatividad que los torturadores aplicaban a lo que hacían, sobre la iniciativa que tenían al momento de actuar sin órdenes escritas que les indicaran cómo torturar o maltratar. Tras salir de este subsuelo, en el camino a la segunda sala de tortura se pasa por un sótano al que Eugenio fue llevado a firmar el consentimiento para ser “defendido” por un abogado en el Consejo de Guerra que solo duró un día y tras el cual fue enviado a la cárcel de Mendoza.
Luego, se camina un poco más y se llega a la segunda sala de tortura. Esta sala, aproximadamente dos veces más grande que la anterior, funcionaba como el principal lugar de interrogatorios bajo tormentos del edificio. Aquí se encontraba el camastro sobre el que colocaban a las víctimas al momento de aplicarles la picana. Eugenio recordó que en el intersticio entre que lo desnudaron y lo ataron, fue orinado para que la picana tuviera mayor efecto sobre su cuerpo mojado. Rosa, por su parte, recordó que la mandaban a la sala de tortura cada vez que se negaba a firmar un documento y los abusos que sufrió allí. Refirió las sensaciones que la picana le generaba en el cuerpo, “como si hubiera sido atacada por gatos”. Eugenio comentó que “alguien siempre sabía pegar” y recordó la música que se escuchaba afuera. El lugar olía terriblemente mal y notaban por el perfume si entraba un médico, un juez o un sacerdote a presenciar la tortura, agregó.
Una vez terminada la sesión de tortura, sin fuerzas para caminar por su propia cuenta, las personas eran trasldadadas a los golpes por las escaleras y arrastradas por los pasillos del edificio devuelta a los calabozos donde las dejaban tiradas. “La picana agota, no sé por qué pero agota”, comentó Eugenio. Ya en las celdas, no les permitían tomar agua.
Las celdas comunes
Finalmente, y para terminar la inspección, el tribunal, la fiscalía y las defensas se dirigieron a las celdas comunes, donde también estuvieron detenidas algunas víctimas. Estas celdas, luminosas y espaciosas, contrastan con el ambiente oscuro y sumamente opresivo que se percibe en los calabozos del “corazón mismo” del D2.
La próxima audiencia será el 27 de octubre a las 9:30.





