Miguel Ángel Gil trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA) y era un activo gremialista. Formaba parte de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y Montoneros. Poco tiempo antes del golpe militar, el 10 de febrero de 1976, cuando tenía 32 años fue secuestrado junto a otros compañeros que fueron detenidos en el transcurso de esos días: Daniel Hugo Rabanal, Marcos Augusto Ibáñez, Rodolfo Enrique Molina, Silvia Susana Ontiveros, Fernando Rule, Miguel Ángel Gil Carrión, Olga Vicenta Zárate, Guido Esteban Actis, Stella Maris Ferrón, Ivonne Eugenia Larrieu, Alberto Mario Muñoz, Haydee Clorinda Fernández. Ellos y ellas fueron trasladados al Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza- D2: tenían en común su participación en el gremio de los empleados estatales (ATE) y su vinculación política a las ideas del peronismo de izquierda.
Si alguien pregunta a su hermano, Oscar Gil, qué recuerda de Miguel, levanta la cabeza, sus ojos buscan en el aire el recuerdo y, de repente, se le ponen brillantes; los encontró. Era su hermano mayor. El que le “prestaba el auto para salir con alguna noviecita” porque era “de manos abiertas”. “Buenazo” es la palabra que sus ojos rescataron del viento cuando los revoleaba para recuperar la imagen que le pertenecía por compartir una historia juntos.
“Robusto”, es otra palabra que usa su hermano menor para describirlo. Era buen deportista, “en el barrio siempre lo iban a buscar para los partidos”. Le gustaba jugar a la pelota, hincha de talleres y de Racing Club. En su gusto por la ropa como por la música folclórica prefería lo clásico. Sólo para los partidos se ponía zapatillas porque era muy “tradicional” para vestirse. Camisa, pantalón de vestir, zapatos. Zitarrosa, Los Chalchaleros, eran sus favoritos entre la música popular.
Si bien sus padres no tenían una relación con la política (su papá era radical Frondizista pero después del golpe del 62 descree de la política) los dos hermanos estaban sensibilizados por la realidad de los trabajadores. Miguel Ángel Gil fue delegado gremial de ATE, representaba a los compañeros de la Comisión de Energía Atómica. “Camello” le decían porque tomaba mucha agua.
Su compañero de militancia y delegado también del mismo gremio, Fernando Rule, lo recuerda como “un hombre absolutamente confiable e incansable; hablaba lo justo y siempre acertaba”.
Miguel Ángel Gil murió diez días después de ser secuestrado como consecuencia de las torturas sufridas en el D-2. Los diarios de la época, en particular, la edición del 23/02/1976 de los “Los Andes”, “El Andino” y “Mendoza” dan cuenta de la muerte de Gil a causa de un paro cardio-respiratorio y septicemia generalizada.
Su madre, Rosa Ramona Carrión quien, como muchas otras madres, buscó respuesta de la justicia cuando le entregaron a su hijo muerto en los años en que los magistrados ejercían su poder al margen de las leyes constitucionales. Entre otras demandas también existieron los Habeas Corpus presentados que lxs familiares de lxs detenidxs-desaparecidxs y que eran sistemáticamente rechazados por los jueces de turno con costas para los familiares de las víctimas y colgados en un gancho en el Juzgado Federal como testigos mudos de la desidia judicial.