Aldo Néstor Casadidio nació el 22 de agosto de 1945. Le decían “El Poeta”, o simplemente “Gordo”. No pasaba desapercibido porque su vozarrón lo distinguía y porque era una persona muy desinhibida en público. Le gustaba participar en cada conversación, discusión o actividad de la que tomaran parte sus amigos, sus compañeros de estudio, sus pares de la oficina de la Dirección de Cultura en la que trabajaba. En la intimidad, esa locuacidad se apagaba un poco y hasta en ocasiones –cuentan quienes estuvieron cerca suyo- se lo veía triste.
En 1976 vivía en la calle Lugones, de Ciudad. Habían muerto sus padres y él quedó solo en la casa, pues su hermana Nilda se había casado y establecido su morada en otro punto de la capital.
Además de trabajar en Cultura se desempeñaba en la revista Claves, que dirigía Fabián Calle, y estudiaba en la Escuela Superior de Periodismo. Allí lo bautizaron “El Poeta” porque era precisamente un poeta aunque, lamentablemente, sus escritos nunca fueron encontrados.
Sus compañeros de estudio y de trabajo lo recuerdan como “un tipo muy generoso”. Fue esa generosidad la que lo impulsó a recibir en su casa a Raquel Moretti, militante montonera. Aldo no estaba tan comprometido con la militancia, si bien simpatizaba con Montoneros, pero por ese sentido de la solidaridad abrió las puertas de su casa a Raquel. Entre el 7 y el 8 de diciembre de 1976, Raquel y Aldo fueron secuestrados en el domicilio de Lugones 363 y desde entonces están desaparecidos.
Los testimonios de Andrés Cáceres, Manuel Depaz y Luis Gregorio permiten conocerlo un poco más, pues no hay sobre él muchos registros.
Dice Cáceres: “Aldo fue compañero mío en la Dirección de Información Pública, en Cultura. Me dio a leer sus poemas, pero se los devolví. Sobrellevaba con humor su existencia. Cuando no apareció en la oficina, le pregunté a Alfredo Del Giusti, que tenía contacto con las ‘autoridades’. Me dijo que estaba atrincherado con otros hippies en su casa. Lo fueron a buscar y cuando disparó, lo mataron”. Del Giusti era un “comunicador” ligado a la dictadura a quien muchos consideraban “un servicio”. Fue director de Información Pública durante el gobierno de facto.
Según Cáceres “Era más bien gordito, tenía barba y variaba de un semblante melancólico a ciertos estados de euforia. Pero en el fondo era un chico triste y muy sentimental. Al morir sus padres quedó absolutamente solo. En la oficina era medio sarcástico, nos hacía reír mucho, tenía sentido del humor siempre”.
Manuel Depaz, compañero de estudio en Periodismo, lo recuerda como “un gordo alto, bonachón y de un vozarrón importante. Se hacía querer por todos”.
Luis Leonardo Gregorio, reconocido docente de Comunicación Social y periodista, también estudió en aquella escuela que fue tan perseguida por el terrorismo de Estado. No llegó a ser compañero de curso de Casadidio porque este estaba en un curso superior, pero lo conoció, como muchos de los que pasaron por esos claustros. Gregorio escribe sobre Aldo, recordando una entrevista en la revista Claves:
“¿Es necesaria una reestructuración de las materias de estudios?
– Sí. Se hace necesaria una reestructuración total de los programas y si se logra convertir a la escuela en facultad, la carrera se jerarquizará, no solo a nivel de facultad, sino de contenido de la enseñanza. De esa forma se obtendrán periodistas realmente formados”.
La respuesta es de Aldo Casadidio en entrevistas a alumnos de la carrera de la Escuela Superior de Periodismo y aparece en la revista Claves del 22 de junio de 1973. Eran tiempos de cambios y la escuela ganaba en efervescencia buscando la transformación. Se logró que la institución pasara a ser de Comunicación Colectiva y la reforma del plan de estudio varió sustancialmente.
Algo del sueño de Casadidio, se cumplió con los años y otros nombres: el debate y la lucha no fueron vanas.
Casadidio era estudiante avanzado de periodismo cuando su desaparición junto con sus textos y el de la Escuela Superior de Comunicación. Ejercía la actividad en la Dirección de Cultura del Gobierno provincial y era empecinado poeta. Su figura no pasaba desapercibida en la escuela. Algo robusto, de caminar cansino, con el cigarrillo entre los dedos, su barba desaliñada y su pensamiento lírico. Las salidas a sus dichos solían estar pasadas de ironía y algunos no aceptaban su sarcasmo. Las palabras como la vida podían ser un juego para Casadidio. Así cuando los estudiantes formaron un equipo de fútbol para competir en un campeonato de medios, Aldo, que poco le importaba el deporte, se ofreció para ser director técnico. Eufórico, al lado de la línea de juego daba órdenes como el mejor entrenador. Y se moría de risa. La copa se llamaba –nombre impuesto por los alumnos- Leonardo Henrichsen, el camarógrafo que filmó su propia muerte en junio de 1973 cuando las calles de Santiago comenzaban a ser regadas de sangre por la represión. Decían los que más lo conocieron que, indefenso, Casadidio, de la euforia, podía pasar a momentos de dura tristeza. La poesía, redención”.
Tras el secuestro de Raquel y Aldo su hermana, Nilda Casadidio, y su cuñado fueron avisados por un vecino sobre el operativo del Ejército. Fueron a la casa de la calle Lugones y encontraron todo revuelto y muchas cosas faltantes que, fieles a su estilo, los integrantes de la patota saquearon sin miramientos, al punto de llevarse hasta el aparato telefónico.