22-03-2024 | Declararon Hortensia Espínola y Avelino Domínguez. Tenían militancias distintas, pero comparten haber sido víctimas de detenciones en el D2 antes del golpe. La fiscalía solicitó realizar una inspección ocular en el edificio de la Unidad Regional I, que albergó al D2 previo traslado al Palacio Policial.
Siguen las declaraciones testimoniales de la Megacausa D2. En la décimo sexta audiencia compartieron sus historias Hortensia Espínola, encarcelada cinco años desde abril del 75 por el delito de “imposición de ideas por la fuerza”, y Avelino Domínguez, detenido en tres ocasiones distintas, en 1974, 1975 y 1980.
Encarcelamientos durante 1975
Hortensia Espínola había declarado en la etapa de instrucción, pero en esta audiencia lo hizo por primera vez en juicio oral. Tenía 22 años el 4 de abril del 75, cuando con un grupo de la Juventud Peronista (JP) en el que militaba decidió hacer un acto relámpago en la rotonda del avión de Las Heras. Detenían a los autos para darles panfletos donde denunciaban el Rodrigazo y los aumentos de precios. Tenchi, como le dicen a la testigo, iba con su amiga Diana, que era de Neuquén y estaba embarazada.
Repentinamente arribó un Jeep de la policía con uniformados que empezaron a perseguir al grupo corriendo y, en un momento, también a disparar. “Creo que nos estaban esperando”, aseguró, porque era un acto fugaz. Evidentemente tenían el dato. Intentaron escapar, pero atraparon al grupo y lo subieron al Jeep. Eran Gilberto Sosa, Ana Bakovic, Nilda Zárate, Carlos Pardini, su amiga Diana Chialva y ella. Recordó con una sonrisa que el vehículo no arrancaba y los varones detenidos ayudaron a empujarlo. En el camino dejaron a Sosa en la dependencia policial de la calle Mitre, dijo Espínola, es decir, en la Unidad Regional Primera.
El resto fue alojado en el D2 del Palacio Policial. Cuando entró, la sentaron en unos sillones y tuvo una conversación informal con un policía que le hablaba de cosas sin importancia. Con su amiga sabían que “había un clima raro” y habían acordado que, si les pasaba algo, dirían que estaban buscando alojamiento para la neuquina. Eso fue lo que le contó al policía, quien le respondió “¿te creés que soy pelotudo?” y se fue. Espínola reconoció su firma en una supuesta declaración suya asentada en un acta del 4 de abril que no recuerda haber dado, pero decía exactamente ese relato. “Debe haber sido un interrogatorio encubierto”, afirmó la testigo.
Después de la charla con ese señor, otro hombre le tomó una declaración más formal y la encerraron en un calabozo. Estaban todas las personas del grupo salvo Sosa, que había quedado en la calle Mitre, y otro hombre de San Martín, de apellido Saroff. La primera noche durmieron en el piso. Al día siguiente entró Julio César Santuccione, el jefe de la Policía, cuya cara conocía porque era un personaje público. El hombre le dio una cachetada a Espínola y les ordenó a los policías traer colchones.
Los calabozos tenían una puerta de chapa con mirilla y un salón al medio. También había uno más grande, precisó. Y para ir al baño golpeaban las puertas hasta que les abrieran. No percibió violencia explícita: “Se ve que en el D2 en ese momento no tenían todavía equipamiento para torturar”, pensó.
Al principio no recordó haber salido de la celda, pero cuando el fiscal Daniel Rodríguez Infante le leyó su declaración durante la instrucción, se le vino a la memoria que un par de veces la sacaron para interrogarla. Recuerda espacios chicos y escaleras. El que la acompañaba era un guardia joven, flaco, de ojos saltones y tez mate. Decía ser chofer, no policía. “Decí lo que sabés así te vas a tu casa”, sugería.
En los interrogatorios le preguntaban por su organización, el grado que ocupaba, nombres de personas que no conocía —entre ellas uno de apellido Castillo que después supo que habían detenido—. El que le hacía preguntas era un hombre de mediana estatura y edad, no muy flaco, piel blanca, pelo castaño oscuro y nariz aguileña. En otra acta policial también figura que ella declaró ser peronista y haberse juntado con Diana en un local de la JP en las calles San Juan y Vicente Zapata de Ciudad, pero Tenchi Espínola le aseguró al fiscal que nunca dijo nada de eso.
En el D2 estuvieron doce o trece días. Les ofrecieron declarar, ella aceptó y todo el grupo fue llevado al juzgado federal en calle Las Heras, donde estaban los magistrados Romano, Miret y Petra Recabarren. Antes de llegar pasaron por la calle Mitre y recogieron a Gilberto Sosa, que había sido dejado ahí al principio. Lo habían golpeado y torturado violentamente. Espínola fue alojada en la Penitenciaría Provincial hasta el 29 de septiembre de 1976, fecha en que las mujeres fueron trasladadas masivamente a la cárcel de Devoto. La liberaron el 29 de abril de 1980, previo paso por Coordinación Federal. Supo que la carátula de la causa de su detención fue “imposición de ideas por la fuerza”.
Antes de finalizar, la testigo confirmó que podría reconocer al policía que la trasladaba a los interrogatorios y al que la interrogaba si viera una foto de aquel momento. Por eso la fiscalía solicitó que se hiciera un reconocimiento fotográfico que el tribunal aceptó.
Siete años de detenciones e incertidumbre
Una vez finalizado el testimonio de Hortensia Espínola fue el turno de Avelino Domínguez. El hombre declaró por primera vez en juicio oral mediante videollamada desde Buenos Aires, donde actualmente reside, y relató los padecimientos que sufrió entre 1974 y 1981. En su testimonio, Avelino relató las circunstancias de sus detenciones, brindó detalles sobre los lugares en los que lo mantuvieron privado de su libertad y sobre algunos agentes que recuerda de sus distintos pasos por el D2.
Domínguez, oriundo de Maipú, sufrió su primera detención en agosto de 1974. Una célula policial lo demoró mientras esperaban la llegada de agentes del Departamento de Informaciones (D2). Estas personas registraron la casa y se llevaron detenido a Avelino junto a su compañera, Olga Mirta Díaz, con la excusa de haber encontrado material incriminatorio en el domicilio, aunque Domínguez explicó que fue “plantado” por los agentes. A los pocos días recuperó la libertad debido a que el material encontrado no constituía delito alguno. En esta primera detención el testigo no pasó por el edificio del D2, pero sí tuvo contacto con agentes del Departamento de Informaciones que allí funcionaba.
A los pocos meses, más precisamente, el 2 de enero de 1975, sufrió una segunda detención en Guaymallén mientras se trasladaba en bicicleta. Luego de ser interceptado por varios vehículos, fue reducido por uniformados que lo tiraron al suelo, lo ataron con alambre y lo encapucharon. Lo subieron a un patrullero que se dirigió hacia los cerros del oeste mendocino -Domínguez cree que pudo haber sido una cantera de piedra caliza-, donde le dieron una golpiza con rocas. En determinado momento alguien ordenó quitarle la capucha y el testigo recordó haber visto brevemente a un hombre a quien le decían “el jefe” y que, en cuclillas y vestido con una chaqueta similar a la que usaban los oficiales de la Fuerza Aérea, sentenció: “Esta es la última cara que vas a ver con vida”. Tras recibir una llamada, el hombre regresó enojado y mandó a encapuchar nuevamente a Avelino. Lo trasladaron entonces al Palacio Policial, donde recibió más golpes. El testigo refirió que lo condujeron a los calabozos del edificio a través de unas escaleras, recién ahí le descubrieron la cara. Allí pasó nueve días sin contacto con su familia -cuando preguntaban les negaban que Domínguez estuviera detenido- y sufrió continuas golpizas en la celda. Uno de los captores violentos era un “tipo criollo” con rasgos orientales apodado “el japonés”. Según su relato, la detención se repartió en distintas celdas del edificio. Inicialmente en los calabozos del primer piso -donde iban a parar los detenidos ilegalmente- y, luego, en las celdas de contraventores, ubicadas en planta baja. Este cambio de lugar se produjo luego de que lo visitaran un agente de la Policía Federal para tomarle huellas y un médico que constató los apremios. Finalmente fue llevado a un juzgado donde un secretario le hizo preguntas. Mientras relataba su secuestro el juez analizaba una foto: “Ni se parece”, dijo el magistrado. Lo condujeron posteriormente a la cárcel provincial. Tiempo después fue sobreseído por varias causas relacionadas a eventos que desconocía -un homicidio y un tiroteo, por ejemplo-, pero condenado a cuatro años y medio de prisión por supuesta tenencia de municiones de arma de guerra (FAL), según le informó el defensor que le fue asignado, Petra Recabarren. Fue trasladado en septiembre de 1976 a la Unidad 9 de La Plata, desde donde recuperó la libertad en agosto de 1979.
Su tercera y última detención se produjo en noviembre de 1980 en La Plata, ciudad donde residió desde que fue puesto en libertad. El secuestro ocurrió en la vivienda que compartía con su hermana cuando ingresaron efectivos policiales que lo llevaron, sin explicaciones, a la seccional de Tolosa. Cautivo allí sin causa alguna, pasó varias semanas de incertidumbre hasta que el comisario de la seccional le confesó que su detención dependía del Comando de Brigada de Infantería de Montaña VIII con asiento en Mendoza. Así, fue trasladado en un móvil policial hasta la estación de Retiro y luego en un colectivo de línea, esposado y custodiado por dos policías, desde La Plata a Mendoza. Escuchó que uno de ellos se identificaba como «Gracia» o «García».
Al llegar a la jefatura de policía fue encapuchado e introducido a un vehículo que lo condujo al Palacio Policial. Fue esposado a un calefactor del edificio y vendado. A lo largo de una semana solo fue desatado para bañarse -cada unas horas, con el objetivo de mantenerlo despierto- y para ir a la sala de tortura, bajando unas escaleras estrechas. De las sesiones de tortura con picana eléctrica, Domínguez recordó a quien manejaba la picana, un oficial de apellido González, y a quien comandaba la tortura, un oficial de voz chillona conocido como “Capitán”. Tras dos episodios de tortura, García (o Gracia) lo visitó, le retiró la capucha (argumentó que «ya se conocían») y le informó que le convenía asumir los delitos que se le adjudicaban. Como Avelino había escuchado que discutían por la detención de una mujer y supuso que se trataba de Olga Mirta Díaz, aceptó firmar los papeles para ahorrarle problemas: era la misma causa por la que ya había sido sobreseído.
Supo que González y García lo llevaron desde el D2 a la penitenciaría, donde también recaló Olga. Hasta fin de año Domínguez estuvo aislado en el penal. Solo recibió visita del capellán Latuf. Antes del 1 de enero el jefe de la penitenciaría le comunicó que habían pedido regularizar su situación y Avelino pasó al pabellón 6 de presos políticos. Continuó detenido casi un año, hasta el 21 de septiembre de 1981. Fue liberado luego del tercer habeas corpus presentado por su familia en Buenos Aires.
Dado que el testigo describió e identificó a parte de sus captores, la fiscalía propuso que el tribunal dispusiera también en este caso una prueba de reconocimiento fotográfico del personal de D2. Por último, Daniel Rodríguez Infante solicitó la realización de una inspección ocular en el edificio de la Unidad Regional I con el testigo Guillermo Martínez Agüero, detenido en esta dependencia donde funcionó inicialmente el Departamento de Informaciones (D2) previa mudanza al Palacio Policial. El recorrido tendrá lugar el 5 de abril.
La próxima audiencia testimonial, entonces, será el viernes 19 de abril a las 9:30.