AUDIENCIA 19 / SECUESTROS Y TORTURAS EN EL D2 ANTES Y DURANTE EL GOLPE

03-05-2024 | En una nueva audiencia, los sobrevivientes Carlos Roca y Mario Daniel Tagarelli ofrecieron sus testimonios en relación a los padecimientos que soportaron durante su tiempo cautivos en el D2. Tiempos de tortura y dolorosa supervivencia, tiempos de “escuchar sonidos que tenían que ver con el sufrimiento”, tal cual sentenció Carlos Roca. La próxima audiencia tendrá lugar el 17 de mayo a las 9:30.

Hacia las 10:30 de la mañana de un frío viernes de mayo, el tribunal dio inicio a la audiencia en la que Carlos Roca y Mario Daniel Tagarelli estaban citados a declarar como testigos de lo acontecido en el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que operó en el D2. Ambos lo hicieron por videollamada desde sus respectivos hogares en Tierra del Fuego y San Carlos, respectivamente.

Contexto de un secuestro

Hacia el 1976, Carlos Roca era un estudiante que ya había cumplido con el servicio militar y que cursaba 6.° año en el turno nocturno de la Escuela Nacional de Educación Técnica 1 (ENET). Marxista él, militaba en el Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS), vinculado al PRT. En la madrugada del 14 de mayo, cuando terminaba de cenar, escuchó golpes en la puerta de la casa que compartía con sus padres y con su hermana menor, Patricia. Con la información de que podían venir a detenerlo, escapó por la ventana en dirección al techo, no sin antes tranquilizar a su hermana, quien lo miró con una cara de susto que, al día de hoy, Carlos no olvida. “Yo me voy pero voy a estar bien”, le dijo. Este operativo -por el cual un grupo de civiles armados ingresó en su casa buscándolo- se enmarcó en una operación de mayo de 1976 organizada contra el PRT-ERP, que terminó con veintidós secuestros. En su escape, Carlos saltó de un techo y se quebró los pies. Con dificultades para caminar, llegó a refugiarse en la casa de un tío donde contempló sus posibilidades. Tras una reunión familiar, decidió, siguiendo el consejo de un pariente que era militar, entregarse al D2. “Por qué fui ahí, en particular, no lo sé”, aclara, y admite hacerse cuestionamientos, aún hoy, por su decisión. “A nivel militancia”, dice, “estaba legal”, no había ningún hecho que demostrara lo contrario. Sin embargo, sentía que no tenía salida. Así las cosas, su familiar militar lo llevó a la entrada frontal del D2 y, tras intercambiar palabras con unos oficiales, se fue. Al quedarse solo, Carlos fue reducido, vendado y atado. Así comenzaba su paso por “ese infierno que era el D2”.

El infierno del D2

Una vez dentro del edificio, lo metieron en un calabozo, donde se enteró de que había más personas detenidas. Empezó, entonces, un proceso de tortura, física y psicológica, que consistía no solo de las sesiones de tortura con picana, sino también de la tortura constante de escuchar a sus compañeras y compañeros sufrir y, en algunos casos, morir. Durante las sesiones de tortura era interrogado con el fin de hacerlo admitir cosas que no había hecho. De sus torturadores, dice haber tenido la desgracia de no mirarle la cara a ninguno salvo a dos: uno llamado Carlos y otro que se identificaba como “el caballo loco”. La tortura era insoportable, recuerda, y estaba dirigida y controlada. En una de las sesiones, después de intentar “escapar” de ese martirio pegándose en la nuca, fingió perder el conocimiento. Sintió, entonces, a una persona que le tomó el pulso y comentó algo que nunca pudo olvidar: “Seguile dando, tiene el corazón de un toro”. El sufrimiento era tal que entre las golpizas y la tortura pensaba en el suicidio. Pero siempre volvía el recuerdo de su madre para ayudarle a resistir: “Si te matabas, te desaparecían”, acota.

Carlos Roca, por videoconferencia

En determinado momento, cuando no sabían qué hacer con el grupo, lo llevaron a una de las dos celdas que estaban en el fondo, que tenía un ventilete en el techo. Allí conoció a otros presos y presas, recuerda particularmente a un hombre de más de 60 años que deliraba y contaba historias sobre cadáveres en El Carrizal que le parecían increíbles. También conoció a Graciela Leda, quien estaba muy debilitada. Para motivarla y levantarla, Carlos le escribió un poema. A los pocos días, vio cómo Graciela recibía una golpiza del Caballo loco. El torturador, al reconocer cariño en la mirada de Carlos, se las agarró con él y comenzó a golpearlo. Graciela más tarde le confesaría que, en ese momento, pensó que iba a matarlo.

Al principio de su reclusión en el D2, “éramos desaparecidos”, dice en su testimonio. Durante los primeros treinta días, de hecho, le negaron a su familia que él estuviera ahí. Más de sesenta días pasó detenido, casi siempre encerrado en un calabozo. En las pocas ocasiones que lo sacaron, recordó gente en movimiento en el edificio. En retrospectiva, piensa que era gente trabajando, seguramente. Fue sometido a un consejo de guerra sin conocer el motivo por el que se lo juzgaba, aunque él cree que por su militancia. Fue condenado y trasladado a la Penitenciaría de Mendoza, primero, y a la Unidad 9 de La Plata, después. Recuperó la libertad en diciembre de 1983.

“Creo que toma una gran importancia recordarlo y revivirlo y que la gente piense, que todos pensemos, que no puede haber pasado esto que pasó”, dijo Carlos Roca antes de cerrar su comparecencia ante el tribunal.

La militancia en los años setenta

Mario Daniel Tagarelli contaba con 19 años cuando él y su hermano Víctor, de 21, fueron secuestrados y llevados al D2. Él, estudiante de Derecho al momento de su detención, cuenta que forma parte de una generación que en los años setenta estaba muy politizada; una generación, además, muy leída. Universitarios, universitarias, trabajadoras, trabajadores, sindicalistas, todos decidieron comprometerse y tener actividad política, dice, y agrega: “Era muy rara la persona que no hacía algo de militancia o de compromiso social”. Daniel había comenzado su militancia en la escuela secundaria y, por entonces, militaba en la Tupac (Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combativa), rama estudiantil de Vanguardia Comunista, hoy Partido de la Liberación. En ese marco fue que, en la madrugada del 22 de noviembre de 1975, fue secuestrado junto a su hermano.

Secuestro encubierto y torturas sucesivas

La noche del operativo, Daniel se encontraba con Víctor en su habitación de la casa paterna del barrio Bombal. Al escuchar un estruendo en la puerta de casa, miró hacia el pasillo y observó con miedo a siete u ocho civiles armados que, a los gritos, avanzan hacia donde estaban ellos. Escucharon ruidos de gente en el techo y, rápidamente, decidieron esconderse, Víctor bajo la cama y Daniel en el placar. Cuando los encontraron, Daniel recuerda, le pegaron con la culata de una escopeta y lo tiraron al piso, lo esposaron, le pusieron una capucha y lo sacaron de la casa. Mientras lo subían a una camioneta, escuchó que uno de los secuestradores le preguntaba a otro si esto es “por la positiva o por la negativa”, a lo que el otro respondió que era por la positiva. En ese momento, Daniel no pudo comprenderlo. Solo con el tiempo llegó a entender que esa respuesta pudo haber significado que los mantuvieran con vida. Ya en la parte trasera de la camioneta, los hermanos Tagarelli fueron trasladados a la comisaría 1.ª, en calle Mitre, y luego al Palacio Policial, donde funcionaba el D2. Por el ripio y por las escaleras, Daniel sabe que entraron, vendados y descalzos, por la parte de atrás. Dentro del edificio recuerda mucha gente y muchas voces. También recuerda que lo llevaban rápido por unas escaleras que bajaban a un lugar más amplio, el sótano del Palacio Policial. En ese salón grande, donde había más secuestrados y secuestradas, empezó la tortura.

Daniel Tagarelli declrara desde su domicilio en San Carlos, Mendoza

Durante varios días, a Daniel lo hicieron subir por una escalera a una habitación con una cama. Allí lo torturaron, en los primeros días, continuamente. De estas sesiones no recuerda mucho porque perdía el conocimiento cada vez que comenzaban a torturarlo. Calcula que pueden haber sido tres o cuatro días en los que lo golpeaban y lo ataban a una viga de donde lo dejaban colgar durante mucho tiempo. Lo único que todavía tiene presente y recuerda muy bien es “la voz de ese porteño que daba instrucciones durante la tortura”.

Tras su paso por el D2, lo trasladaron a la Compañía de Comunicaciones de Montaña 8, donde continuaron torturándolo física y psicológicamente. De ese lugar recuerda dos instancias de interrogatorio. Una que constaba de golpizas permanentes e insultos y otra en la que los sacaban de la cuadra militar, los trasladan por escaleras hacia una sala donde los interrogaba alguien que se identificaba como capitán del Ejército. También allí, en una sala en la que los alimentaban, se encontró con su hermano Víctor y con su novia de aquel momento y actual compañera, Silvia.

Después de cinco días o una semana en la Compañía de Comunicaciones, lo llevaron a la Penitenciaría de Mendoza y, en un vuelo Hércules en septiembre del 76, a la Unidad 9 de La Plata. En aquella ciudad, en el 77, se apersonó el jefe de un juzgado de Mendoza que le informó que estaba detenido bajo la ley 20840 junto con otras personas, algunas de las cuales conocía. Esa causa se levantó por falta de mérito y al poco tiempo recuperó su libertad. Desde su secuestro, Daniel nunca fue llevado ante una autoridad judicial. Después de mucho tiempo en la cárcel, su familia se comunicó con un abogado solo para enterarse de que estaba bajo control del Poder Ejecutivo Nacional, “un eufemismo para secuestrar gente”, comenta.

Antes de finalizar su testimonio -y respondiendo a las preguntas de los fiscales, Daniel recordó a varios compañeros de militancia con los que compartió cautiverio y a otros que conoció durante su detención. Recordó a Luis Moriña, el “Chino”, compañero de militancia -detenido el 22 de noviembre y visto por última vez en la Compañía de Comunicaciones-; a Daniel Osvaldo Pina, amigo y compañero de militancia; a Daniel Eduardo Koltes, compañero de cautiverio en la cárcel de Mendoza; a Luis Arra, “Lucho”, conocido de peñas, de manifestaciones y con quien compartió tiempo en la Penitenciaría de Mendoza y en la Unidad 9 de La Plata; a Daniel Camilo Sendra, conocido de la universidad y con quien cruzó caminos en la Compañía de Comunicaciones, y a Pablo Ariza, conocido de la universidad y con quien se cruzó en la Penitenciaría de Mendoza.

La próxima audiencia tendrá lugar el 17 de mayo a las 9:30.

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El Colectivo Juicios Mendoza se conformó en 2010 por iniciativa de los Organismos de Derechos Humanos para la cobertura del primer juicio por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza. Desde ese momento, se dedicó ininterrumpidamente al seguimiento, registro y difusión de los sucesivos procesos judiciales por crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.