15-11-2024 | Marisa Romero Reyes tenía casi seis años cuando un grupo fuertemente armado irrumpió en su vivienda y, con maltratos, la dejaron junto a su hermano en la vereda durante horas. Por su parte, Nilo Torrejón relató su cautiverio e hizo hincapié en las vejaciones sufridas en el D2. La próxima audiencia será el 29 de noviembre a las 9:30.
La audiencia número 33 del 13.° juicio por delitos de lesa humanidad volvió a ser en la tradicional sala del primer piso de Tribunales Federales. Una vez más, a pesar de haber espacio, ninguno de los más de veinte imputados estuvo presente; solo aparecieron por videollamada, a través de una pantalla. En una calurosa jornada, declararon dos testigos. La primera fue Marisa Romero Reyes, quien siendo apenas una niña vivió el operativo de secuestro de su madre y su padre en la casa familiar. Relató, desde los ojos de aquella niña, el maltrato que recibió, la incertidumbre del momento y el miedo que sintió.
Infancias en dictadura: la palabra de Marisa Romero Reyes
Marisa Romero Reyes es hija de Irene Reyes y Pedro Romero. Su mamá prestó testimonio en este juicio y también guió la inspección ocular por las celdas del subsuelo de lo que había sido el D2, en el Palacio Policial. Marisa nunca había declarado hasta hoy, ni en un juicio ni en la etapa de instrucción, prefirió que no le tomaran fotografías y que su testimonio no se transmitiera por YouTube. Así, guiada por las preguntas de la fiscal Analía Quintar, relató lo que vivió en 1976 cuando, a sus cinco —casi seis— años, un grupo armado irrumpió en su vivienda. Su testimonio da cuenta de cómo la represión cayó también sobre las infancias que, en ocasiones, fueron víctimas directas de los crímenes del plan sistemático del terrorismo estatal.
Aquel día, repasó Marisa, en la casa estaban su mamá, su papá, su hermano —Jorge Alejandro, que tenía un año más— y ella. Mandaron al pequeño y la pequeña a dormir la siesta y recuerda que se despertaron con gritos de personas: “¡Arriba! ¡Arriba!”, pero no sabían qué pasaba. Agarraron al niño y la niña del brazo y, a los tirones, los sacaron de la habitación a la vereda, donde vio mucha gente —dentro y fuera de su casa, y también por los techos—, un furgón, dos autos y armas. “Ahora puedo decir que eran armas”, afirmó, porque en ese momento todo le resultaba confuso.
Dejaron a Marisa y a Jorge Alejandro pegaditos contra la pared mientras ellos iban y venían, gritaban, sacaban cosas. El niño y la niña quedaron solos, en la calle y con la poca ropa que tenían, mientras escuchaban bulla, voces, gritos, ruidos, pero no distinguían qué decían. “Estaba asustada”, contó Marisa, porque pasaron varias horas así. Incluso en un momento ya no quedaban autos ni personas, y el pequeño y la pequeña quedaron allí hasta que llegaron familiares a buscarlos ya bien entrada la noche. Habían visto a su mamá y a su papá por última vez antes de ir a dormir la siesta, pero no en todo el operativo. Marisa y su hermano se quedaron con su abuela y su abuelo paterno.
A su papá no lo volvió a ver y pasó un tiempo hasta que pudo ver a su mamá, cuando un tío llevó a la niña y al niño a visitarla en el penal de Boulogne Sur Mer. Pasaron la revisación de la guardia, atravesaron un patio y llegaron a un cuarto pequeño, con dos camitas. Ella los abrazó fuerte y les regaló unas figuras que les había moldeado con migas de pan. Después la volvió a ver recién cuando le dieron la libertad.
Nilo Torrejón
En una segunda instancia de la audiencia del día de la fecha, Nilo Torrejón se presentó ante el tribunal para ofrecer su testimonio sobre los tormentos que tuvo que soportar cuando estuvo detenido en distintas dependencias policiales, militares y penitenciarias antes de exiliarse en Suecia. Sobre su derrotero durante estos años, ya había realizado una extensa declaración oral –la cual forma parte de la prueba presentada por la fiscalía para este juicio– en el marco del cuarto juicio, conocido como “el juicio a los jueces”. Tomando esto en consideración, el fiscal Daniel Rodríguez Infante pidió a Nilo que narrara en términos generales los avatares de su detención y de su paso por las distintas dependencias en las que estuvo recluido entre 1976 y 1979.
Circunstancias de su detención
A principios de 1976, Nilo Torrejón vivía en San Rafael y militaba en la Juventud Peronista. Recordó que, en esos días, todos podían participar de la vida política porque “había lugar para quien quisiera estar, en cualquier grupo o en cualquier partido político”. Sin embargo, todavía bajo el gobierno democrático de Isabel Martínez, el 26 de febrero de 1976, en un operativo conjunto del Ejército y de la Policía provincial, Nilo fue detenido y llevado a la sede de San Rafael del cuerpo de Infantería de la Policía de Mendoza, donde pasaría su primera semana privado de su libertad. Cuando llegó al edificio, vendado y atado, se encontró con aproximadamente 30 personas en su misma situación. Entre ellas había familias que luego conoció porque todos vivían en la zona y conocidos que militaban junto a él y que también han formado parte de los distintos juicios por delitos de lesa humanidad de la provincia: es el caso de los hermanos Berón, de Orlando Flores, de Emilio Rosales, de Santiago Illa, de Germán Ríos y de Aldo Fagetti. Más adelante en su relato, Nilo hizo especial hincapié en el dolor que le causó el caso de Santiago Illa, quien permanece desaparecido desde que fuera falsamente liberado de la penitenciaría en junio del 76.
Traslado a Mendoza y paso por el D2
Cumplida su semana de detención en Infantería, Nilo fue trasladado a Mendoza. El viaje lo realizó encapuchado, vendado y esposado en un vehículo unimog del Ejército, y su destino fue el D2. Al llegar, recordó cómo lo bajaron del vehículo para hacerle atravesar una serie de escalones hasta ingresar a un subsuelo donde lo metieron en un calabozo. Allí, se encontró con que en la zona de calabozos había una sola detenida, Adriana –esposa de Juan Sgroi–, quien estaba muy golpeada. A la mujer la torturaban mucho, dijo Nilo, y la devolvían sangrando a los calabozos. “Era inhumano”, sentenció. Ella tenía contextura chica y a él le sorprendía cómo aguantaba. En una oportunidad, contó Nilo, mientras dos guardias la traían a la rastra de la tortura, él escuchó que uno incitaba al otro para que la violara. En este punto del relato, Nilo no pudo evitar llenarse de bronca y, con la voz un poco quebrada, admitió aún no poder creerlo.
Por su parte, Nilo aseguró no haber recibido el mismo trato brutal que recibían muchos de los demás detenidos en este centro clandestino. Por alguna razón que desconoce, a él y a un grupo de detenidos que venían de San Rafael los trataron diferente, solo recibieron golpes. En una ocasión, escuchó que un oficial le decía a otro que no debían tocarlos porque estaban a cargo del Ejercito. El 1 de marzo lo trasladaron a la penitenciaría de Mendoza en un unimog. El día del traslado recordó que entraron al calabozo, lo pusieron contra la pared, le quitaron esposas, capucha y venda y lo sacaron con las manos atrás y con la cabeza gacha, sin permitirle mirar a los oficiales. En el penal compartió el pabellón 11 con muchos otros presos políticos. En septiembre, sin embargo, se llevaron a una gran mayoría a La Plata, mientras que él –con algunos compañeros– se quedó hasta diciembre. En estos meses, a los que quedaron los empezaron a interrogar más asiduamente: los sacaban afuera, atados y vendados, y les preguntaban mucho por personajes de San Rafael y por gente muy conocida políticamente, como Firmenich, Roberto Quieto y Susana Llorente.
Traslado a Buenos Aires y exilio
Luego, tras diez meses desde su detención en San Rafael, Nilo fue trasladado –esposado y golpeado– a La Plata en avión, donde continuaron los maltratos. Durante dos años y medio habitó el pabellón 13, conocido como “el pabellón de la muerte” porque en su sala de tortura mataron a varios detenidos durante los interrogatorios –Nilo dijo recordar 16–. Él, en particular, tuvo que visitar tres veces esta sala.
Finalmente, antes de su exilio en Suecia, Nilo pasó por la cárcel de Caseros, “lo peor”, dijo, “porque nunca veíamos el sol”. Ahí estuvo cautivo hasta enero del 79, cuando Suecia y Bélgica accedieron a recibirlo como refugiado político. Ante la urgencia y la desesperación de terminar con su situación, Nilo eligió exiliarse en Suecia, donde vivió hasta 1984. Ya con la vuelta de la democracia, regresó a su provincia natal y se instaló en Las Heras, donde vive hasta el día de hoy.
Un reencuentro especial
Como corolario, cuando ya había terminado su testimonio y se paraba de su silla para retirarse de la sala, Nilo encontró entre el público a Reynaldo Illa —hijo de Santiago— y fue directo a abrazarlo. Reynaldo siempre buscó relatos sobre su papá y las palabras de Nilo son privilegiadas, porque fue el último en despedirlo antes de que lo desaparecieran, luego de que le dieran la supuesta libertad. “Nos volveremos a encontrar en alguna trinchera, compañero”, contó que le dijo Santiago.
La próxima audiencia será el 29 de noviembre a las 9:30.