21-02-2025 | En la segunda audiencia del año hubo dos testimonios. En primer lugar, María Angélica Machín, secuestrada en octubre del 77, relató por primera vez ante un tribunal lo que vivió mientras permaneció secuestrada en el D2 y luego como presa de la dictadura. A continuación, Héctor Rosendo Chaves brindó un nuevo testimonio sobre su experiencia en el D2. La próxima audiencia será el 7 de marzo a las 9:30.
Tras el testimonio de Horacio “Cacho” Narvarte en la última audiencia, María Angélica Machín, pareja de Cacho en aquel entonces, se presentó para relatar los padecimientos que soportó durante su tiempo secuestrada en el D2 y en la Penitenciaría de Mendoza. Posteriormente declaró el abogado Héctor Rosendo Chaves, detenido en el sur provincial.

“Que quede totalmente claro que era un centro de detención clandestino con torturadores”
Para 1977, María Angélica Machín tenía 29 años, trabajaba en un taller de costura clandestino y vivía en su casa del barrio Infanta junto a su pareja, “Cacho” Narvarte -delegado ferroviario-, y sus dos hijas. Criada en el seno de una familia que le había inculcado los valores del trabajo, la lucha y la solidaridad, María Angélica se encuadraba, según contó ella, en el enorme marco de gente que para ese entonces se movilizaba en contra del golpe de Estado que desde el 24 de marzo de 1976 gobernaba de facto el país.
El 10 de octubre de 1977, mientras conversaba con vecinos en la vereda de su casa, vio cómo dos personas vestidas de civil se acercaron a su marido para pedirle los documentos, dándose cuenta en el acto que se trataba de policías. Conocedora de lo que estaba ocurriendo con muchos detenidos en el país, María Angélica dejó a sus hijas con un vecino y comenzó a gritar para que los vecinos salieran y fueran testigos de lo que estaba pasando. Acto seguido, la metieron en una camioneta y la trasladaron al D2.

Al llegar la dejaron esperando, vendada, en una oficina. Su marido ya se encontraba en el edificio y estaba siendo interrogado. En un momento, María Angélica escuchó a uno de los secuestradores que pedía por su ingreso en la sala de torturas mientras daba a entender que con Narvarte no podían: “Che, traela porque acá no pasa nada”. Una vez que la ingresaron en la sal la sentaron en un banco bajo, la ataron de manos y de pies y empezaron a pegarle en las cervicales mientras le hacían preguntas sobre su pareja y sobre otras personas. Tras este primer interrogatorio, la trasladaron -siempre vendada y atada- a una celda. En la celda contigua se encontraba su marido. De este espacio, María Angélica recordó que era de color gris, muy sucio, con manchas de sangre en las paredes y con una mirilla en la puerta. Fuera de las celdas siempre había oficiales vigilando que no hablaran entre ellos. Además, recordó el ruido de movimiento de muebles en el piso de arriba y el caminar de una persona por las noches, así como el olor de los cigarrillos que esa persona fumaba.
Al tiempo de estar en la celda la trasladaron a una sala donde la obligaron a sacarse la ropa, la ataron a un banco y la torturaron con picana eléctrica mientras la interrogaban. Le preguntaron por nombres y por la actividad de otras personas mientras intercalaban preguntas de índole personal para confundirla. En este punto, recordó que, como mecanismo de defensa, olvidó todos los nombres de las personas que conocía: podía reconocer sus caras en su cabeza, pero no podía pensar en ningún nombre. María Angélica contó que ella estaba totalmente perturbada en esos momentos, que temía por su vida y por la de sus hijas, de quienes no tenía información. Era tal su sufrimiento que, al regresar a la celda, empezó a escuchar que sus hijas lloraban y gritó pidiendo que las dejaran tranquilas, que la interrogaran a ella en cambio. Su marido, entonces, intervino y le dijo que se tranquilizara que ellas no estaban ahí. Ahí se dio cuenta de las terribles pesadillas que estaba teniendo. “Era una cosa espantosa, evidentemente sí era un centro de tortura”.

Mientras María Angélica y Cacho Narvarte estaban secuestrados en el D2, sus familias buscaban información de su paradero. Su madre acudía todos los días al Palacio Policial y al comando a preguntar, pero siempre negaban tener información. Finalmente, tras tanto insistir, su madre consiguió engañar a un oficial para que admitiera que su hija estaba detenida en el D2. Le permitieron dejarle un paquete en el que le enviaba ropa e información sobre sus hijas. Así supo que tras el operativo en el que la secuestraron, un vecino las llevó a la casa de su madre, salvándoles la vida. Los secuestradores volvieron más tarde a buscarlas, primero a la casa del barrio Infanta y luego a la casa de su abuela. Al presentarse allí, un conocido de María Angélica logró reconocer a Rubén González Camargo y a Roberto Funes porque había trabajado con ellos en la droguería Tasso. A partir de esta información, su madre realizó un habeas corpus pidiendo por la liberación de la pareja.
En el D2 estuvo entre diez y doce días. Luego ella y su marido fueron trasladados a la penitenciaría de Mendoza, donde permanecieron hasta su liberación, el 13 de marzo de 1978. En el traslado, las puertas del camión se abrieron y ellos, por miedo a que los mataran, las mantuvieron cerradas con las manos hasta que llegaron a la cárcel. En la penitenciaría, conoció el caso de una mujer que había sido violada en el D2. “Había un ensañamiento con las mujeres”, reflexionó.
Tras salir en libertad, regresó a los dos días a pedir por la liberación de su pareja. Realizó reclamos, trámites, habló con organizaciones de Derechos Humanos y no cesó nunca en su esfuerzo de proteger a su familia. La testigo explicó que al momento de tramitar las reparaciones a víctimas del terrorismo de Estado, solicitó su prontuario penitenciario en la cárcel de Mendoza, pero negaron tener documentación. Se sorprendió cuando la fiscalía le exhibió el prontuario que es prueba en este juicio.

Ante las preguntas de los abogados defensores, la testigo quiso hacer una aclaración: «Desde el 10 de octubre que estuvimos detenidos, había personal trabajando en le Palacio Policial, donde todos sabían lo que pasaba. Quienes hacía una cosa y quienes hacían otra. Entonces, que uno venga a señalar acá ‘que fue este, que fue el otro’ es secundiario. Porque si a una mujer la estaban violando, el otro estaba afuera, y todos sabían lo que pasaba». El público aplaudió la intervención.
Finalmente, antes de concluir su testimonio, María Angélica pidió un momento para despedirse con un mensaje, así, frente a la escucha atenta del público que asistió a presenciar la audiencia: “Yo vine acá a decir todo lo que he dicho ahora porque creo que hay que contar todo y porque sigue habiendo hijos, nietos, bisnietos van a haber, más allá de que yo me muera mañana, que van a conocer esta verdad”.





La defensa inquieta
Distintos sucesos dejaron advertir cierto descontento por parte de los defensores oficiales, Alejo Amuchástegui y Leonardo Pérez Videla. El primero fue durante la declaración de María Angélica Machín, cuando interrumpieron para pedir que no se sacara fotos en la sala porque el ruido del obturador los distraía.
Más tarde —entre la primera y la segunda declaración de la jornada—, Amuchástegui pidió la palabra para manifestarse en contra de las reflexiones finales que, en ocasiones, hacen las personas que testifican. Justificó su postura con el argumento de que eso podía “exacerbar los ánimos del público”. Inmediatamente, el fiscal Daniel Rodríguez Infante solicitó distinguir entre lo que declara una persona en su testimonio y lo que hace el público. Para el fiscal, no se le puede impedir al testigo que diga lo que va a decir, sea lo que sea, amparado en la ley de víctimas. Sí se manifestó a favor de preservar el ambiente y pedirle al público que se contenga de intervenir y expresarse.

El juez Alberto Carelli escuchó las intervenciones y manifestó que desde el tribunal no iban a intervenir en la declaración de ningún testigo. “De inicio no veo bien tabicar al testigo y estos son juicios muy especiales”, explicó. “En estas audiencias, lo más importante es poder escuchar a los testigos”, concluyó. Antes de finalizar, la fiscalía también habló de las provocaciones por parte de los acusados y recordó el episodio de fines de 2024 con Fernández como protagonista.
Héctor Rosendo Chaves
El segundo testigo de la jornada ya ha declarado en numerosas oportunidades y esas declaraciones son prueba en este juicio. Sabiendo esto, el fiscal, Daniel Rodríguez Infante, le pidió que concentrara su relato en el tramo del D2, su traslado hasta ahí, las condiciones de detención. Chaves es abogado, vivía en General Alvear y fue secuestrado el 15 de marzo de 1976, cuando regresaba de una audiencia. Había treinta o cuarenta personas en la calle, civiles y uniformados. Pasó la noche en la Comisaría 14 de este departamento y, junto a Carlos Alberto Pont, un colega detenido con él, fue trasladado, primero a San Rafael y luego a la capital mendocina. A Pont no volvió a verlo hasta meses después.

Al llegar al D2 lo encerraron en una celda de dimensiones mínimas y creyó recordar que tenía el piso de metal. El lugar era tan pequeño que se sentaba con las piernas flexionadas: “Yo soy petiso y no cabía en el calabozo”, explicó. Al día siguiente, un guardia lo fue a buscar. Le pusieron algodón en los ojos y una capuchae y lo bajaron por un ascensor que después, ya en democracia, supo que era un montacargas. Lo llevaron a una sala donde lo interrogaron y él, que ya tenía diez años de ejercicio profesional, advirtió que le preguntaban “pavadas”. Como les dijo eso, le dieron una golpiza. Eran varias las personas que hacían preguntas.
Las sesiones de tortura fueron más de una, sin picana eléctrica, pero con muchos golpes, contó. Llegaban a dejarlo inconsciente. “Uno sabía golpear bien porque me golpeaba el hígado, después me enteré de que tenían un boxeador”, de apellido Corradi. Chaves recordó que no quería comer, que estaba tirado del dolor y le costaba levantarse del piso. Y que le vendaban los ojos cada vez que lo sacaban para interrogarlo. De los otros calabozos recordó a Pedro Borysiuk —un compañero de General Alvear al que le decían “El Pecha”— y a la abogada Fernández. También recordó a Marmolejo, a Farina y a Bergoglio. Dijo que, además de las celdas pequeñísimas, había unas que eran más grandes y hacinaban a diez o quince personas.

El 24 de marzo, recuerda Chaves, hubo una “invasión” de gente y considera que eso lo salvó “de seguir cobrando”. Estuvo secuestrado en el D2 hasta el 2 de abril, momento en que, todavía con los ojos vendados, lo llevaron a la cárcel junto con otras personas.
La próxima audiencia será el 7 de marzo a las 9:30. La fiscalía solicitó citar a Susana Nardi y Osvaldo Ernesto Aberastain.
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