21-5-2021 | Declararon Beatriz García y Ana Montenegro, amigas y compañeras de María del Carmen Moyano. “Betty” García, del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH), refirió las pistas que recibió la organización sobre el paradero de la bebé apropiada. Montenegro dio detalles de la vivienda que ella y Daniel Olivencia compartieron con Carlos y Pichona en San Juan, en 1975, y su último encuentro con María del Carmen —embarazada— a principios del 77. La próxima audiencia será el viernes 4 de junio a las 9:30.
Ambas declaraciones fueron extensas y detalladas. Las testigos recordaron conmovidas a Pichona y Carlos y le dirigieron palabras a su hija Miriam.
Beatriz García: juventud y militancia junto a “Pichona”
Beatriz García es docente jubilada e integrante del MEDH. Coordina además el grupo Memoria e Identidad “Pichona” Moyano. Comenzó su declaración señalando que le interesaba fundamentalmente que Miriam y su hijo supieran quién y cómo era Pichona: “Guardo el mejor de los recuerdos de mi parte de la vida compartida con ella”. Según García, la mujer era solidaria y “llana”: “No le gustaba hacerse notar. Hacía las cosas que le correspondían, pero sin esperar reconocimiento”, recordó.
Se conocieron en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad Maza en 1972. Allí coincidieron como alumnas y luego en el Centro de Estudiantes. Más tarde comenzaron a participar de Juventud Peronista 17 (JP 17). Entre 1972 y 1973 militaron en el barrio San Martín en el marco de la labor encarada por “Macuca” Llorens en esa comunidad. Allí el grupo repartía comida y ropa, además de entregar medicamentos que conseguían de forma gratuita. Juan Basilio Sgroi, presidente del Centro de Estudiantes —ya recibido— era el encargado de supervisar la tarea.
Asimismo, Beatriz y María del Carmen trabajaron juntas en la guardería del Campo Papa, “que aún hoy es un lugar de mucha vulnerabilidad”. Se bajaban del micro y debían caminar una gran distancia. Un día de invierno las acercó un camión. Al hombre le pareció peligroso lo que hacían: “Le explicamos que la gente del barrio no era mala, que tenían necesidades. Que nuestra función en la guardería era permitir que sus padres y madres pudieran ir a trabajar”. García recordó la imagen de Pichona con los niños y las niñas sobre su falda, con las caras sucias y paspadas del frío. Ella se las limpiaba y les colocaba crema.
Otro recuerdo importante fue el viaje a Ezeiza para recibir a Perón, el 20 de junio de 1973: “El clima era de gran algarabía. Una de las personas que le daba alegría a la situación era Pichona. Disfrutamos mucho ese viaje, fue una experiencia maravillosa”. A esa altura se habían hecho muy amigas. Llegaron a Ezeiza caminando desde el Club Vélez, donde se alojaban: “Estábamos muy cerca del escenario”. Luego “se armó un terrible tiroteo” y terminaron cuerpo a tierra: “Con Pichona estábamos tiradas en el suelo, tomadas de la mano”. Se retiraron cuando supieron que Perón había aterrizado en una unidad militar. Recién tuvieron conciencia de la matanza al llegar a sus hogares. Sus familias estaban muy asustadas.
Las dos amigas compartieron vacaciones y viajes a Buenos Aires: “La profundidad de mi relación con Pichona se fue afianzando”.
En octubre de 1973 comenzaron a trabajar en la Dirección de Tránsito y Transporte, donde ingresaron de la mano de Sgroi, designado en la repartición por Martínez Baca. Según la testigo, Pichona era muy querida y es muy recordada por el resto del personal.
Mientras se desempeñaban en esta dependencia, en 1974 o principios de 1975, Moyano fue secuestrada cuando esperaba el micro: la subieron a la fuerza a un vehículo, la golpearon y la arrojaron maniatada y amordazada en el pedemonte. Una vez desatada pidió ayuda y consiguió que la acercaran a su casa. Al día siguiente fue a trabajar normalmente, “como si nada hubiera pasado”, pero sus compañeras vieron los raspones y moretones. Tiempo después le confesó a Beatriz lo que había sucedido. “Nunca supimos quién había sido. Ya en esa época estaban a pleno el Comando Pío XII y el CAM [Comando Anticomunista Mendoza]”.
Aunque la testigo dejó la militancia en la JP luego de la muerte de Perón, a fines de 1974, ella y Pichona siguieron viéndose. El 4 de abril de 1975 se encontraron en el cine de la Galería Tonsa. Su amiga le contó que esa tarde habían hecho un acto relámpago en la rotonda del avión, donde arrojaron “bombas panfleteras”. Sobre este suceso existen notas periodísticas. Pichona había logrado escapar de la Policía y temía por los demás compañeros. Beatriz ofreció llevarla hasta su vivienda en Godoy Cruz. Cuando se aproximaban a la esquina —calle Paraná— notaron un operativo y numerosos vehículos policiales o militares. La testigo sugirió que Pichona se fuera con ella, pero prefirió bajarse en la calle San Martín. Dos días más tarde allanaron también la casa de García aunque no estaba presente.
Supo después que María del Carmen había estado con una compañera antes de partir a San Juan. Las hermanas de Carlos le contaron que Pichona llegó a esta provincia “con lo puesto”. El día del cine fue la última vez que la vio en la legalidad. Como consecuencia de estos episodios su amiga se vio obligada a pasar a la clandestinidad. No obstante, la familia Moyano concertó algunos encuentros más entre ellas, que se produjeron entre abril del 75 y marzo del 76, momento en que Beatriz fue detenida.
“Un día me llamó su hermana Adriana y me citó en la estación del Ferrocarril. No pregunté. Fui con bastante miedo. Llegué y vi el auto de don ‘Pancho’ Moyano, gran hombre, incondicional con su hija”. Habló con Pichona sentada en un banco: “Nos juntábamos para vernos y saber que estábamos bien”.
En 1976 García estuvo presa. Al salir en libertad montó una mercería para sobrevivir. Allí recibió la visita de un hombre alto y morocho: era Carlos Poblete. Se presentó como “el compañero de Pichona” y trató de tranquilizarla asegurando que a él no lo conocían. “Carlos se fue y pensé que era un sueño. Me contó que Pichona estaba embarazada y que estaban muy felices. Le regalé escarpines. Solamente sé que Miriam no los usó”.
En 2002 la testigo se encontró con Eduardo Becerra, compañero de militancia y de la Dirección de Transporte, quien la contactó con Adriana Moyano, hermana de Pichona. Las dos mujeres se hicieron amigas. Desde entonces, todos los 24 de marzo y los 9 de mayo —cumpleaños de María del Carmen— se reúnen para recordarla. A partir de este reencuentro la testigo pudo “reconocer” que Pichona estaba desaparecida y, por tanto, fallecida: “Mi intelecto lo sabía, pero yo no lo podía aceptar”, explicó.
García no ignoraba el derrotero de la pareja —primero en La Perla y luego Pichona en la ESMA— y el nacimiento de la niña. Pudo acercarse a testimonios como el de Teresa Meschiatti y tuvo acceso a un habeas corpus que Francisco Moyano y otras familias presentaron a favor de mujeres detenidas y sus bebés apropiados. En el documento se relataba que Pichona había estado un mes “tirada en el suelo”, encapuchada y engrilletada, en lo que se conocía como “capucha”. Después fue trasladada a una habitación sin luz ni ventilación donde al poco tiempo se sumó Ana Rubel. Cuando tuvo contracciones la bajaron a la enfermería y la atendió el médico Magnacco. Pichona había pedido a gritos la presencia de Sara Solarz de Osatinsky, que asistió como partera a algunas detenidas. El ruido de los grilletes de Sara era insoportable para la embarazada. “En esa situación de horror, de locura y de muerte nació Miriam —declaró— que es la hija de Pichona y que ha sido víctima del delito de apropiación y supresión de identidad por cuarenta años”. Luego del parto, continuó, a Pichona la llevaron de nuevo a esa habitación. Miriam estuvo siete y ocho día con su mamá, quien posiblemente la amamantó: “Esa es una marca que no se pierde”. Poco después dio a luz Ana Rubel y regresó con Jorge, su hijo. Estuvieron dos días hasta ser retiradas, seguramente con destino a un “vuelo de la muerte”, aventuró.
La testigo se sumó al MEDH porque siempre estuvo muy interesada en la búsqueda de Miriam. Trabajó muchos años en el área de identidad. En noviembre de 2005 una compañera de trabajo, también docente, pidió hablar con ella: era Blanca Haydée Bustos, vinculada a la familia Fernández. La mujer le contó que en el invierno de 1977 la pareja imputada la visitó con una bebé pequeña aunque no tenían una relación cercana. Bustos sabía que la niña no podía ser hija de Luffi porque había dado a luz hacía poco a uno de sus hijos. Sin embargo, sostuvo que era suya. La docente ccomentó además que desde hacía mucho tiempo en la familia se rumoreaba que Miriam era “hija de desaparecidos” y que Fernández tenía “una hija apropiada”. “Quiso contármelo a mí para descargarse, para ver si podía hacer algo”, explicó Beatriz. Cuando Miriam recuperó su identidad, se reunieron Bustos y Adriana Moyano en casa de la testigo.
El MEDH procedió a investigar manteniendo la identidad reservada —por diecisiete años— a pedido de la mujer. En 2010 llegó otro testimonio, por correo. Firmaba Sofía Sande y decía ser prima de Miriam. En el mensaje aseguraba que “conocía esta situación y le incomodaba” y quería hacerlo saber, pero el MEDH no pudo concretar una reunión personal. Sande se excusaba porque temía dañar a Miriam. Beatriz se dirigió a ella: “Sofía, ya sabemos quién es Miriam”.
La testigo relató que a instancias de un grupo de jóvenes se armó una organización para recuperar las vidas de las personas desaparecidas en y de Mendoza a la que llamaron “Memoria e Identidad – Grupo ‘Pichona’ Moyano”. En 2016 grabaron un spot con Jorge Rubel —hijo de Ana Castro de Rubel—, nieto recuperado 116, en el que le hablaba a Miriam. El grupo publicó después el libro Juraría que te vi. El texto contiene una biografía de Pichona y otras historias de personas desaparecidas: “Se lo dedicamos especialmente a Miriam y a su hijo Maxi”. Beatriz también les dedicó su testimonio: “Todo ese grupo de gente que fuimos compañeros y amigos de Pichona, los queremos. Ansiamos poder abrazarlos (…) soñamos con un gran asado”.
Por último, planteó que no podía entender cómo una criatura nacida en la ESMA había llegado a manos de un policía del Departamento de Informaciones (D2). Tampoco se conoce dónde estuvieron Carlos y Pichona desde enero de 1977, cuando partieron de Mendoza, hasta abril o mayo, fecha en que ingresaron a La Perla: “¿Huyendo? ¿en el D2?”, se preguntó. “Sabemos, suponemos, que el apropiador conocía a Pichona y a su familia. Mendoza es una ciudad pequeña”.
Cuando concluyó la declaración, fiscalía y querella solicitaron que se citara a Blanca Haydée Bustos, Sofía Sande, Teresa Meschiatti y Jorge Castro Rubel para brindar testimonio en el debate. Se propuso incorporar como prueba el correo electrónico que recibió el MEDH y el libro Juraría que te vi. Viviana Beigel, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, ofreció también la declaración de Alicia Lo Giúdice, psicóloga de esta organización, de acuerdo con la sugerencia de Beatriz García.
Luego de consultar con los imputados, el defensor oficial Santiago Bahamondes mostró conformidad. El abogado particular de Iris Luffi, Mariano Tello, cuestionó la pertinencia de la prueba documental mencionada y se opuso a convocar a Lo Giúdice, Meschiatti y Rubel. El tribunal deberá resolver.
Ana Montenegro: “Carlitos y Pichona se hacen presentes a través de esta niña”
La segunda testigo de la fecha fue Ana María Montenegro, quien conoció a María del Carmen Moyano y a Carlos Poblete. El testimonio estuvo marcado por el recuerdo de “’Pichona’ y Carlitos”, su compromiso militante, social y humanitario; y por la búsqueda de respuestas ante la apropiación de la hija de la pareja: “Siento que es a través de esta niña que podemos traer a la memoria quiénes fueron Carlos y Pichona”, consideró.
Antes del golpe, Ana militaba en la Juventud Universitaria Peronista en Mendoza con su compañero, Daniel Olivencia. Durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, Daniel fue víctima de un secuestro a manos de la Policía Federal y desde Montoneros evaluaron la posibilidad de trasladarlo a San Juan a principios de 1975. Ana se mudó con él dos meses después.
En esa provincia vivieron en una casa en la localidad de Rawson: Daniel, en la clandestinidad; pero Ana, no. Poco tiempo después, alrededor de junio del 75, llegaron Carlos Poblete y María del Carmen Moyano, a quien “cariñosamente le decíamos ‘Pichona’”. Las dos parejas compartieron los últimos meses del embarazo de Ana. Victoria, su hija, nació el 10 de septiembre de ese año en el hospital de Rawson.
Al día siguiente fueron retiradas por la madre de Ana y volvieron a la casa. “Cuando yo volví a la casa con Victoria, que era una nena realmente preciosa, Carlitos era una persona sumamente afectiva con la Vicky. Le decía ‘la Peta’”, sobrenombre cariñoso con el que la llamaron mucho tiempo. Carlos jugaba y cantaba con la niña.
La testigo contó que, a fines de 1975, debieron mudarse por razones de seguridad a la calle 9 de Julio —también en San Juan—, mientras que Carlos y Pichona se fueron a otro lugar cuya ubicación Ana ignora. En junio del 76, Ana volvió a Mendoza con su hija y en noviembre de ese año Daniel fue secuestrado en la calle El Líbano de Rawson. Carlos iba con él, pero logró evadir el operativo y escapó. Después de este evento, Carlos y Pichona se fueron de San Juan y Ana nunca volvió. Gracias al enlace con la mamá de Ana, él le hizo llegar a la testigo el documento de identidad de Daniel y ella se lo dio a la madre de su compañero.
Con Pichona y Carlos se volvieron a ver por última vez a principios de 1977, en un departamento de la calle Juan B. Justo de Mendoza. Pichona estaba embarazada y ella le dio algunos vestidos que le podían servir. “Tengo ese recuerdo vívido de Pichona con su panza, muy conmovida porque quería ver a la Vicky”, manifestó Montenegro. El 21 de marzo de ese año allanaron violentamente ese departamento: “Lo revientan, lo demuelen”, precisó la testigo. El alquiler estaba a nombre de Guillermo Salatti, futuro marido de Ana Montenegro, y tuvieron que pagar todos los daños ocasionados.
Ana reflexionó: “Me interesa poner de manifiesto quiénes fueron Carlos y Pichona y qué significa el hecho del amor, de la pareja, de maternar en un lugar tan terrible… Haber parido a esta niña en la ESMA, que para todos nosotros es el mismo corazón del horror”. Y es a través de aquella niña —que hoy es una mujer— que se trae el juicio la historia de su mamá y de su papá: “A través de ella se reconstruye la historia”, aseguró Ana.
La testigo encuentra una analogía entre la historia de Pichona y la suya: “No puedo dejar de ver en paralelo lo que ha sido mi vida y la vida de mi hija que, a pesar de toda la adversidad, pudo criarse conmigo. A pesar de la desaparición física de su papá hemos podido construir un lugar de amor para ella (…) Como madre, como alguien que vivió circunstancias tan parecidas, no puedo dejar de conmoverme en el sentido de lo que ha sido la historia de Pichona. La suerte mía pudo haber sido la suerte de Pichona y la suerte de Pichona pudo haber sido la mía”. Y la extendió hacia Victoria y Miriam: “Hoy hay dos hijas que entrelazan estas historias. Victoria porta la historia de su papá desaparecido y Miriam porta la historia de su mamá y de su papá desaparecidos. Desde el corazón de madre, de mi cabeza militante, quiero decirle a Miriam que siempre tiene un lugar con nosotros, de amor y de cuidado”.
Ana Montenegro destacó la figura del padre de Pichona, “Don Pancho” Moyano, a quien conoció en sus visitas a San Juan. Como otros testimonios, remarcó que Francisco fue un hombre que “luchó hasta el último día de su vida por encontrar a esta niña”, como también Adriana Moyano y Elsa Poblete.
Francisco Moyano buscó en todos los lugares posibles, recorrió dependencias, hizo presentaciones judiciales. “No hay algo que justifique por qué no la entregaron a su familia”. El apropiador era un hombre del D2, “una cosa que entra en la más absoluta perversión”. Su deber era llevarla a su seno familiar y nunca sucedió. Y continuó: “Quedarse con el hijo de una compañera es apropiarse de un botín de guerra, es el mismo horror de cuando pueden poseer en la violación, en el ultraje a una mujer engrillada, picaneada y violada (…) Se juega en el campo de la perversión, no me alcanzan las palabras para decirlo. Esto es el horror”.
En un camino opuesto ubicó la historia de Carlos y Pichona, y para referirse a esa historia de amor, Ana se dirigió a Miriam: “A mí me queda la tremenda necesidad de rendirle un homenaje con todo mi amor, todo mi cuidado y decirle que realmente su mamá la quiso mucho, la deseó mucho. Se abrazaba a la panza cuando la vi (…) Me siento con la obligación de decirle que nunca dudé del amor de su mamá y de su papá”. Se refirió, además, al calor de la lucha y de la construcción colectiva de “los buscadores de sueños”: “De este lado, una mantita que hemos ido tejiendo donde nos vamos cobijando todos. Del otro lado están el silencio, el pacto genocida (…) Quiero decirle a Miriam que la familia, los compañeros, la esperamos y la queremos”.
La militancia era una forma de cambiar el mundo injusto y Miriam es fruto del amor de dos personas que compartían ese sentimiento. “Yo nunca he dejado de nombrar a Pichona y a Carlitos. Siento que cada vez que cada uno declara está hablando en el nombre de los compañeros”. Esas compañeras y compañeros “éramos gente atravesada por la intención de cambiar y crear un mundo más justo. En ese mundo, parir, tener un hijo, engendrar el amor era también un acto revolucionario”, le dijo Ana Montenegro al tribunal y, a través de él, a Miriam.
La próxima audiencia será el 4 de junio a las 9:30.