
06-12-2019 | En una jornada histórica, comenzaron los testimonios en el noveno juicio de Mendoza. Luego de leer las declaraciones indagatorias de los últimos imputados, declaró Mariana Verd por primera vez en un juicio oral y público. La médica pediatra habló del secuestro de su padre y su madre en 1971, los recuerdos de la infancia y la reconstrucción que logró hacer del emblemático caso considerado por la fiscalía la antesala de la escalada criminal posterior al golpe de 1976. La próxima audiencia será el 20 de diciembre a las 9:30.
La audiencia constó de dos momentos muy distintos: al principio se leyeron las declaraciones indagatorias de tres imputados que eligieron no expresarse en esta instancia y, a continuación, se abordó el caso Verd-Palacio con el importante testimonio de Mariana Verd, quien presenció los secuestros cuando era niña. Resta oír a Patricia Verd, hija menor del matrimonio, que no pudo declarar por problemas para llegar al consulado argentino en Francia, donde se realizaría la videoconferencia. Su testimonio se aplazará para febrero del próximo año.
Las indagatorias de los imputados
José Antonio Escobar, ingresó al Destacamento de Inteligencia 144 (DI 144) como sargento primero y dejó de prestar funciones con el grado de suboficial mayor. Aseguró haberse dedicado al marco interno y desempeñarse como redactor dactilógrafo geográfico. Trabajaba, según él, con cuestiones relacionadas con el límite territorial con Chile. Por esto, afirmó que “inteligencia militar” tenía como objeto el estudio del terreno, el ambiente geográfico y el impedimento de la usurpación territorial. Descartó la posibilidad de que en el DI 144 hubiera habido personas detenidas y refirió trabajar siempre puertas adentro de la dependencia. Desconoció todos los nombres por los que le preguntaron, negó conocimiento y participación en secuestros, robos y demás. Sí confirmó que lo enviaron en comisión a otras provincias y que realizó “un solo curso” que era una instrucción técnica sobre inteligencia.

La indagatoria de Juan Carlos Alberto Santa María refiere lo que su abogado, Carlos Benavídez, alegó en el juicio que lo condenó a prisión perpetua por la desaparición de Mauricio López. Aseguró haber tenido múltiples licencias y ser inocente de los hechos por los que se lo acusa y dedicarse principalmente a volar. Su función principal ‒en Inteligencia‒ fue relegada debido a tareas secundarias que le fueron asignando. Negó conocer Campo Las Lajas, como también la existencia de personas detenidas en la IV Brigada. Además desconoció todos los hechos, su participación y la de sus subordinados en las actividades que llamaban “antisubversivas”.
La indagatoria más novedosa fue la de Armando Osvaldo Fernández, del año 2006. Ventiló detalles que nunca antes se habían hecho públicos. Habló del homicidio de “Paco” Urondo como resultado de un “enfrentamiento”, a pesar de que a esta altura se sabe que fue un ataque y el policía Celustiano Lucero terminó con la vida del poeta de un culatazo. Además desconoció si Alicia Cora Raboy estuvo detenida en el D2.
Aseguró que la Policía de Mendoza no realizaba actividades de inteligencia ‒a cargo de personas muy preparadas que, en general, pertenecían a de la Fuerza Aérea‒ sino que trabajaba con información que traía “el personal de calle”. El servicio de información se dedicaba a “informar las cosas tal como le llegaba”. Los factores que se comunicaban eran respecto de delitos comunes y, después del 24 de marzo, sumaron delitos subversivos.
Según sus palabras, participó en procedimientos antisubversivos antes del 24 de marzo de 1976. Recordó haber intervenido en dos específicamente: uno muy grande contra Montoneros en el barrio Santa Ana y otro en Dorrego. Para relativizar la responsabilidad del D2 en los operativos, denunció que personal de civil intervenía en procedimientos antisubversivos en nombre del Departamento de Informaciones 2 de la Policía, aunque no pertenecieran a la dependencia.
Smaha y Fernández confeccionaban carpetas de cada persona involucrada sobre la base de panfletos de organizaciones a las que pertenecían. Comenzaban registrando los “antecedentes subversivos”, agregaban la información que traía el “persona de calle” y los antecedentes judiciales en el caso de que existiera un prontuario. Una vez terminada, el jefe del D2 ‒Sánchez Camargo‒ se las llevaba y entregaba a personas de distintos servicios que las solicitaban. Ellos entendieron que hacían el archivo para la Inteligencia de la Aeronáutica.
Las palabras del imputado giraron en torno a un conflicto que tenían con el jefe del D2. En una oportunidad, el vicecomodoro Padorno citó a Smaha y Fernández para que trabajaran para la inteligencia de Aeronáutica y así para poder acceder antes que Santuccione a la información. Los dos se negaron por pensar que podía ser una trampa orquestada por el mismo jefe del D2 para comprobar lealtad.
Esta interna se complicó cuando el subcomisario Rondinini lo citó a la oficina de Sánchez para exhibirle un panfleto que estaba en su máquina de escribir, estaba dirigido a los integrantes de la plana mayor de la policía, los amenazaba de muerte y supuestamente firmaba Montoneros. Al enterarse, Rondinini lo denunció a Sánchez de haber sido autor del escrito y lo sacaron del D2, luego de poner a Fernández como testigo. El declarante relató un episodio en el que Sánchez amenazó con matar a Smaha estando Oyarzábal presente. Apuntó con el arma y dijo “te voy a matar, mierda”.

Fernández negó ser enlace de inteligencia entre el D2 y el Ejército, como había dicho Sánchez Camargo ante la Cámara Federal en el 87. Remarcó que su jefe era “desconfiado y personalista” y aseveró que todo lo que dijo fue por vengarse de los problemas que él consideraba que le generaron. Pero ni Smaha ni Fernández tuvieron contacto con personas secuestradas: la confección de sumarios policiales, la orden de salir a detener personas y la disposición en cautiverio estaba a cargo de Sánchez. Como también fue su autorización que el juez Miret ingresara a controlar los calabozos con mujeres y hombres detenidos por “delitos subversivos”.
“Quien deja huellas no desaparece”
Mariana Verd es hija de Sara Palacio y Marcelo Verd. Declaró extensamente, por primera vez en un juicio, sobre el secuestro y la desaparición del matrimonio, cuando ella tenía siete años. A pedido de la fiscalía, comenzó relatando retazos de su vida familiar.
Sara y Marcelo se conocieron en Córdoba, en su época de estudiantes: ella era de Mendoza y él de San Juan. Se recibieron de obstetra y de odontólogo, respectivamente, y se casaron en San Juan en 1961, pero vivieron en Córdoba -donde nació Mariana- y luego en Tucumán -donde nació su hermana Patricia-. También refirió que viajaron a Francia y Praga y, finalmente, a Cuba, de donde conserva recuerdos más nítidos. Hacia 1968 regresaron a la Argentina y se instalaron en La Plata. Poco después, en 1970, se trasladaron a la provincia de San Juan. Allí vivía la familia Verd: Aburnio Verd y Ana Luisa Castro, padre y madre de Marcelo, su hermana María Eugenia y su hermano Gaspar. Del domicilio de calle Arenales, en presencia de sus dos hijas, fueron secuestrados él y su esposa, el 2 de julio de 1971.
“Tengo bastante frescos muchos recuerdos, por suerte”, dijo Mariana. Lo demás lo fue armando con los años como un rompecabezas. Marcelo y Sara habían militado en el Ejército Revolucionario del Pueblo (posiblemente Ejército Guerrillero del Pueblo) y luego en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAR). Al momento de las desapariciones, la familia tenía una vida “común” y “feliz”. Las niñas iban a la escuela y Marcelo trabajaba en un consultorio en Jáchal. Su mamá no estaba ejerciendo cuando se la llevaron. Tenían muchas amistades, hacían asados y guitarreadas en la casa. Entre los más cercanos, señaló al “Chango” Touris -se exilió por la persecución, hoy fallecido- y a su esposa, Remira Ojeda -que continúa viviendo en España-. Fue él, que había egresado de la primera camada del Liceo Militar, quien reconoció a Bulacio como uno de los secuestradores a partir de la descripción de Mariana.
Los secuestros
La noche previa al 2 de julio de 1971, la familia había recibido la visita de algunas amistades. Al día siguiente, por la mañana, Mariana y Patricia se preparaban para ir a la escuela cuando golpearon la puerta, que se abrió abruptamente pese a la traba: hoy reflexiona que deben haberla pateado. Las tres mujeres fueron encerradas en el baño, bajo vigilancia. Desde allí se veía el living. Mariana logró distinguir a más de siete personas con pelo corto, sobretodo oscuro y armas, que dieron vuelta macetas, abrieron almohadones y vaciaron alcancías. Aunque tenía solo siete años, entendió que no eran amigos. Recuerda que notó miedo en su madre y los llantos de su hermana. Así transcurrió más de una hora, luego de la cual las condujeron a la calle. Afuera alcanzó a distinguir a su padre, parado frente a un auto blanco grande, mientras uno de los intrusos pisaba su chaqueta de trabajo. Luego, entre dos, lo hicieron subir al vehículo. Nunca más lo vieron.

En otro auto pequeño iban ella, su hermana y su mamá. Uno de los dos secuestradores que las conducían le dijo a Sara que se quedara tranquila. En el camino, por un boulevard, notó que la gente las miraba, era una situación anormal pero no pudo gritar. Tampoco supo si el auto con su papá estaba detrás.
Llegaron a la casa de su tía María Eugenia y bajaron las tres junto a uno de los hombres, que apuntaba a su madre por la espalda: Mariana vio el arma corta mientras subían las escaleras que conducían al departamento. Allí las recibió una empleada. Sabe que su mamá y ella hablaron, pero no recuerda la conversación. Su tío José Nino también estaba en la vivienda. Las niñas se despidieron de Sara y entraron en la casa. Fue la última vez que la vieron.
Patricia y Mariana pasaron la noche allí. Al día siguiente, Silvia y Joaquín Palacio, hermana y hermano de su mamá -a quienes no conocían-, las buscaron para llevarlas a Mendoza en un taxi. En otro auto, según le contaron, iba también el “Chango” Touris. A sus familiares les sorprendió que no los hubieran parado por controles en todo el trayecto entre Mendoza y San Juan. Al llegar, se quedaron en la casa de su tía Raquel. María Angélica, la cuarta hermana de Sara, vivía al lado. Su abuela materna había fallecido. Recordó que durante una semana un hombre vestido de azul durmió en el sillón del living “para cuidarlas”. Después se enteró de que era policía.
La búsqueda
Las tías maternas se entrevistaron con el teniente coronel Bulacio en la calle Emilio Civit (sede del Destacamento de Inteligencia 144 del Ejército). María Angélica presentó habeas corpus en Mendoza, San Juan y Buenos Aires. Su abuelo paterno había mandado telegramas a Lanusse, con respuestas negativas. Cuando llegó un rumor de que estaban en Chile, fueron hacia aquel país y enviaron una carta al presidente Allende. Su tía recurrió a la Organización de Estados Americanos. “Se movieron mucho”, sostuvo.
También declararon “infinidad de veces”. Recuerda que ella, todavía pequeña, fue citada para un reconocimiento fotográfico en alguna dependencia judicial, posiblemente en Mendoza. Allí le mostraron un álbum con muchas fotos y reconoció a dos de los secuestradores, uno de los cuales iba en el auto con las tres mujeres. Además, por su descripción, la familia supo que la persona que daba las órdenes durante el operativo era Bulacio: “el resto se movía de un lado para el otro”.

La reconstrucción
Después de estos episodios, Mariana tuvo problemas para dormir, para entrar al baño, para subir a un auto: “tenía miedo de morirme”. Y sostuvo, conmovida: “hasta que pasara esto del 2 de julio, vivía feliz”. Su familia no hablaba de lo sucedido porque no sabía con certeza qué había ocurrido: “pero yo tenía esa sensación de muerte”, agregó. Ella y su hermana oían que Sara y Marcelo estaban de viaje, estudiando en el exterior, y recibían cartas y regalos a nombre de la pareja. Recién a los 12 años, cuando reconoció la letra de su tía en uno de los mensajes, supo la verdad. Desde entonces, pudo dormir con normalidad. Si bien aseguró que entiende por qué lo hicieron, hoy, como pediatra, le aconseja a las familias que nunca le mientan a los y las niñas.
No obstante, hasta 1995, momento en que surge la agrupación H.I.J.O.S, tuvo una “negación terrible”. Con el tiempo empezó a indagar, a leer, a escuchar a las y los amigos y compañeros de Sara y Marcelo. Hace 20 años se animó a regresar a la casa de la calle Arenales con su hermana, su hija y el padre de la niña. El dueño se sorprendió cuando le dijo quién era: sabían que allí había vivido la familia Verd-Palacio. Mariana la encontró más pequeña que en su recuerdo, pero la reconoció. En el patio, como sostén de una enorme enredadera, vio la reja que su papá había armado como respaldar de la cama. Tras el allanamiento, desaparecieron los muebles, la hamaca tejida por Marcelo: “no solo se los llevaron a ellos”, explicó. Vecinos y vecinas de las casas contiguas habían presenciado el procedimiento. Recordaban el movimiento de autos. Lamentó no haber hecho más preguntas, estaba muy impactada.
Mariana Verd concluyó su testimonio con una reflexión. Relató que hace unos años visitó el Parque de la Memoria con su hija y que, a pesar de lo traumático de no tener los cuerpos, “ver en piedra tallado el nombre de ellos me hizo pensar que podían estar allí (…) era algo bueno que se reconociera que en realidad existieron”. “Quien deja huellas no desaparece”, decía un cartel, “y eso es lo que me queda a mí: no están desaparecidos”.
Por último, la fiscalía tomó sugerencias de la declarante referidas a personas que podrían aportar su testimonio para esclarecer los hechos: Daniel Alcoba, compañero de militancia que reside actualmente en Francia, y Meschiatti, a quien conocieron durante su época en Córdoba.
La próxima audiencia será el viernes 20 de diciembre a las 9:30.