AUDIENCIA 31 / “UNA IGLESIA CON COMPROMISO SOCIAL”

04-09-2020 | Declaró extensamente Margarita Mércuri, hermana menor de Leonor, sobre la incansable búsqueda de la familia luego de la desaparición de la joven en nuestra provincia. María del Rosario Puente Olivera, tercera de las cuatro hijas del matrimonio de Nora Rodríguez Jurado y Rafael Olivera, compartió la información que obtuvo en sus viajes a Mendoza. Oscar Rojas recordó a María Cristina Lillo y María Inés Correa Llano. La próxima audiencia será el viernes 11 de septiembre a las 9:30.

La audiencia se desarrolló con algunos problemas de conexión. El tribunal informó que la próxima instancia será a través de la plataforma Zoom.

Las gestiones de la familia Mércuri

Margarita Mércuri, hermana de Leonor, fue citada por la fiscalía luego de oír la declaración de Teresa Muñoz. La testigo relató que su familia vivía en Barracas, Capital Federal. Leonor era dos años mayor y estudiaba Asistencia Social. Además de trabajar en el Banco de Desarrollo, iba al Hospital Muñiz y ayudaba en el sector de enfermedades motrices: conversaba y acompañaba a pacientes, les hacía las compras. Margarita no pudo afirmar que tuviera militancia política, pero sí destacó su compromiso y su conocimiento de la realidad.

Margarita Mércuri

En 1974, luego de la intervención de la Universidad de Buenos Aires, las carreras sufrieron modificaciones. Leonor buscó entonces otras opciones académicas y Mendoza resultaba idónea. Además de la recomendación de un profesor, le permitía conservar su trabajo porque el banco tenía aquí una sucursal y habían aceptado su traslado. En marzo de 1975 se mudó a nuestra provincia y Margarita la acompañó a instalarse. Leonor, explicó su hermana, ya tenía la idea de participar en el barrio San Martín: se había contactado con un compañero llamado Horacio y con un seminarista de apellido Moyano, vinculado a Llorens. Uno o dos meses después, alquiló una casa en el barrio Santa Ana con María Inés Correa Llano.

A fines del 75 Leonor viajó a Buenos Aires para las fiestas y Margarita regresó a Mendoza con ella de vacaciones: era el verano de 1976. Visitó entonces la casa, pero Inés no estaba presente. La testigo cree que se conocieron en el barrio. Precisamente, Leonor invitó a su hermana al San Martín, donde realizaba su actividad social. Le mostró la cooperativa y le enseñó el proyecto de construcción de vivienda. Le contó que daba apoyo escolar y que habían llevado a los y las niñas al cine por primera vez. En ese viaje Margarita paseó con algunas de sus amigas, entre ellas Nora Mazzolo y otra apodada “la chilena”. También se cruzaron con una persona que había sido pareja de Leonor, pero la relación había terminado porque a él “no le gustaba lo que ella hacía”, su actividad barrial.

En abril del 76 Leonor regresó a Buenos Aires para el casamiento de un hermano. La acompañó su amiga Nora. Margarita cree que a esa altura vivían juntas. Según la testigo, Nora le hacía el favor de alojarla porque ya había ocurrido el golpe y “estaba complicado”. Inés, por su parte, se había casado o estaba en pareja. En esa ocasión, Leonor contó que “pasaban cosas raras, que desaparecía gente”. Tenía la sensación de que la estaban siguiendo: “El hecho de ir al barrio, supongo que la exponía”, explicó. Margarita le pidió que volviera, pero no aceptó: “Creo que no quiso complicarnos”. Leonor necesitaba irse de la casa de la familia Mazzolo y dio con una habitación en el barrio Cementista por medio de un aviso.

En septiembre de ese año se enteraron del secuestro por una llamada telefónica de Nora, que usó una expresión en código: “tiene la misma enfermedad que el primo”. La frase significaba que Leonor había sido detenida. La noche anterior a la desaparición se había juntado a estudiar con sus compañeras. El día siguiente faltó al examen.

Cuando su madre y su hermano Leopoldo llegaron a Mendoza, el 12 de septiembre, se enteraron de que estaba desaparecida. Hicieron la denuncia en la Comisaría de Las Heras, visitaron el banco y se reunieron con el tío de Inés, que era abogado y trabajaba allí. Él les dijo que a Inés la habían matado y que Leonor había sido trasladado a La Plata. Su familia se movió atrás de cada pista, sin éxito. En algún momento, se encontraron con una persona cuyos sobrinos habían visto que se llevaban a la joven el 9 de septiembre, luego de bajar del colectivo, a una o dos cuadras de donde vivía. Entre las gestiones, la testigo mencionó la presentación de habeas corpus, una carta enviada a la Embajada Española y trámites en ese país, además de la denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP).

Daniel Alonso, una persona muy cercana a la familia, quiso ayudar. Trabajaba en la portería de un edificio en calle Viamonte, en el centro de la Capital Federal, donde militares tenían oficina -en Viamonte y Callao funcionaba el Batallón de Inteligencia 601 del Ejército-. Le anotaron en un papel todos los datos de Leonor, incluido lo del barrio San Martín. Alonso le pasó la información al exteniente Ciro Ahumada, que viajaba a Mendoza por reuniones periódicas: “A esa chica la deben haber desaparecido en el Operativo Antijesuita”, dijo tras leer el papel. Al regresar de uno de sus viajes, confirmó que Leonor había desaparecido en ese operativo.

Esa fue la primera vez que escucharon el nombre. Luego volvieron a dar con él por distintas fuentes. Atilio Pozo, primo de su papá, llegó a la misma información a través de contactos castrenses, al igual que Iñaqui, un cura español que trabajaba en las cárceles. Supieron más tarde que otras personas que trabajaban en el barrio habían sido secuestradas: Margarita se enteró de que Inés estaba embarazada al momento de su desaparición. La familia Mércuri implementó también la estrategia de enviar los datos de Leonor para tomar un trabajo en una empresa. En ese momento, los antecedentes se pedían en la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). La respuesta fue que había sido desaparecida.

Respecto del vínculo con las instituciones religiosas, Margarita explicó que, al igual que su familia, ella y Leonor tuvieron una educación católica. Sin embargo, con los años adhirieron a un tipo de Iglesia que no era la tradicional, conservadora, sino “una Iglesia con compromiso social”. En la búsqueda, su madre se reunió con autoridades eclesiásticas. Cada vez que viajaba a Mendoza veía al capellán. También habló con monseñor Zazpe, De Nevares, Plaza. Algunas respuestas fueron poco amigables: “eran ellos o nosotros”.

El propio Llorens pasó por la casa familiar luego de una reunión con Bergoglio en Buenos Aires y se entrevistó con su madre. Margarita asegura que ella nunca había oído la versión del cuerpo arrojado al Carrizal hasta que se reunió con las compañeras de su hermana. No pudo asegurar si su madre lo supo y no quiso decirlo.

La búsqueda de Leonor no estuvo exenta de peligros. En uno de los viajes a Mendoza, la familia Mércuri recibió una amenaza en el lugar donde se alojaba. Le decían a su madre que fuera a cuidar a sus otros hijos, “no vaya a ser que les pase algo”. En 1976 o 1977 se presentaron miembros de la Policía o las Fuerzas Armadas en la casa de Capital Federal e hicieron preguntas al representante del consorcio.

Los abogados defensores Benavidez y Civit indagaron insistentemente si la testigo “recibía información de los juicios”. Margarita comentó que trataba de darle seguimiento a través de internet, atenta a la posible información nueva. La fiscalía debió explicar una vez más que los juicios son orales y públicos. A su vez, el fiscal Rodríguez Infante destacó que el testimonio había sido muy claro respecto del origen de la información: Mércuri había ido señalando qué supo por su madre y qué averiguó con los años por otras fuentes. La abogada querellante Viviana Beigel agregó que era una situación revictimizante para la testigo.  El tribunal adhirió y limitó las preguntas de los defensores.

Armando el rompecabezas del caso Olivera-Rodríguez Jurado

Declaró María del Rosario Puente Olivera, la tercera de las cuatro hijas del matrimonio de Nora Rodríguez Jurado y Rafael Olivera. Tenía 3 años recién cumplidos cuando secuestraron a su papá y a su mamá y no tiene ningún recuerdo suyo.

No hay precisiones sobre los días de secuestro de Nora y Rafael, pero Rosario estima que “lo más lógico es que haya sucedido el mismo día”, que a la mañana se llevaron a su mamá y a la tarde, a su papá. “No se iba a quedar mi mamá si mi papá no volvía durante toda la noche”.

María del Rosario Puente Olivera

La familia y la sociedad estuvieron marcados por el silencio: “Eran temas que no se podían tocar”, aseguró la testigo. Nunca dialogó con sus abuelos cuando creció, pero recordó haberle preguntado a su abuela cuando tenía unos 10 años y que ella le respondió “ojalá hayan muerto rápido”.

Ximena le contó a su hermana menor que las llevaron a “un lugar con muchas ventanas” y la tuvieron en un escritorio dibujando. Después las separaron de su madre y las regresaron a su casa, donde pasaron la noche con los secuestradores. Soledad y Rosario estaban con sus maestras. Luego, la bebé fue entregada al intendente de Capital y Rosario se quedó con otra maestra.

La testigo contó que el padrino de bautismo de su hermana Guadalupe fue el intendente de la Ciudad de Mendoza. Al principio pensó que “era algo raro” pero comprendió cuando conoció la historia. Su abuelo y su abuela “eran muy religiosos” y cuando viajaron a Mendoza a buscarlas, Guadalupe no estaba bautizada. Eligieron de padrino al hombre que había tenido a la bebé esas semanas.

Hay contradicciones sobre cuánto tiempo estuvieron con las maestras, los tíos dicen días, las maestras dicen semanas. Pero sí es seguro que se comunicaron con un tío para avisar que las niñas estaban solas y su abuela viajó a buscarlas. A pesar de no tener recuerdos de Nora y de Rafael, sí se figura en su cabeza el aeropuerto con su abuela cuando fue por ellas: “Es más una sensación que un recuerdo completo”, reflexionó.

Rosario volvió a Mendoza en el 2006, pero solo estuvo de paso. Atravesaba una situación personal difícil y no investigó nada. También regresó en 2011 cuando declaró en el juicio de lesa humanidad en curso en ese momento. En esa ocasión arribó con uno de sus “hermanos/primos” que es más osado para preguntar, según contó.

Intentó contactarse con gente que podría haber conocido a su papá y su mamá. Tuvo la oportunidad de hablar con algunas personas de los organismos de derechos humanos como Fernando Rule y una exdetenida del D2, pero no consiguió ningún dato. Buscaba a personas que hubieran estado en ese centro clandestino porque Olivera y Rodríguez Jurado aparecen registrados el 15 de julio de 1976, pocos días después del secuestro, en un libro del D2.

En 2016 Rosario volvió a Mendoza: “Era un aniversario más”, comentó. Habló con Elba (Morales) y “Teresita”, una militante que había llegado a Mendoza después de la dictadura. Pudo entrar a la casa familiar de su infancia pero no logró avivar ningún recuerdo.

El abogado Pablo Salinas, representante del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos y de la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, consultó a Rosario si estaba dispuesta a extraerse sangre para el Banco Nacional de Datos Genéticos. La testigo respondió afirmativamente y explicó que alguna vez pensó la posibilidad de que su madre estuviera embarazada, aunque no tenía elementos para justificar la sospecha.

 Las desapariciones de Lillo y Correa Llano

Oscar Rojas conoció a María Cristina Lillo, “Piri”, en el ámbito de Cirugía Experimental de la Facultad de Medicina de la UNCuyo, donde él era docente. Piri era alumna suya, “era brillante intelectualmente, muy joven, muy atenta, muy hábil manualmente, muy generosa: se destacaba”.

Oscar Rojas

En el 74 entablaron una relación personal y el 75 se enamoraron. Rojas estaba casado y Piri lo sabía.  No obstante, en mayo de ese año decidieron convivir. La experiencia duró hasta diciembre de 1975, cuando se “puso difícil” el vínculo y decidieron volver atrás. Se encontraron nuevamente en febrero de 1976, en la casa de Vistalba donde vivía María Inés Correa Llano junto a su pareja, y las cosas se recompusieron. Rojas debió viajar a Buenos Aires por motivos laborales y siguieron en contacto por teléfono y cartas.

El 7 de junio por la noche, cerca de las nueve, hablaron telefónicamente por última vez. Al día siguiente Rojas viajó a Mendoza para buscarla. Llegó el 9 por la mañana y llamó a la casa de la familia, en Martínez de Rozas, desde un locutorio. Como no atendían, se contactó con una compañera de estudios “delgadita”, cuyo nombre no recuerda: “Ahí tengo la primera noticia de la desaparición de Piri”. La amiga le contó que varios hombres habían entrado a la vivienda, habían golpeado a Jorge -el hermano- y se la habían llevado: lo supo por Jorge.

Esa misma mañana Rojas habló con Inés Correa Llano, quien confirmó el episodio. No volvió a llamarla porque “tenía la certeza de que éramos espiados, no tenía teléfono de seguridad”. Y agregó que “seguramente era seguida en el hospital o en Vistalba”. Rojas había conocido a Inés porque era instrumentista y se estaba especializando. Nombró a otra compañera llamada Estela, que “no tenía militancia”. Rojas y Correa Llano operaron conjuntamente a Carlos Jakowczyk, quien después fue pareja de Inés: “estaban muy enamorados”. El testigo aseguró que le compartió bibliografía del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) a Inés y que fue el nexo entre ella y Piri. Sobre la actividad política de Correa Llano, Rojas sostuvo que la consideraba “muy periférica”, se enteró de que militaba y de que estaba desaparecida en el informe del Nunca Más. Carlos, por su parte, “era obrero, pero era al que menos le interesaba”, no le conoció tareas de propaganda.

El testigo explicó que María Cristina y él integraban el ERP, no así el partido, porque la proletarización era un requisito. Los y las integrantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) “eran nuestros dirigentes”. Con Piri se encargaron de armar un registro de grupos sanguíneos de cada miembro, por cualquier eventualidad. Ella había militado antes en el Peronismo de Base.

Según Rojas, el ERP en Mendoza era pequeño, no hicieron entrenamiento militar ni acciones armadas, sino actividades de propaganda. Tuvieron reuniones en su casa. Después del Operativo Independencia, el responsable de la zonal, oriundo de Córdoba, se hacía llamar “Ramiro”. Supo con posterioridad que era Santiago Ferreyra. De la organización, mencionó a Carlos Espeche y Eva Vega de Espeche, quienes tenían “más compromiso”. Refirió que varias veces cuidaron a Ernesto, el hijo de la pareja.

Reconoció que su actividad militante más importante fue atender en un consultorio montado en la casa de una vecina del barrio Independencia junto a Piri, dos veces por semana. A Llorens lo conocía porque había estudiado en el colegio San Luis Gonzaga y lo “admiraba”, pero no recuerda que Lillo hablara de él ni del barrio San Martín.

“Los dos teníamos mucha intención de estar juntos, yo estaba convencido de que era peligroso”. Lillo había decidido quedarse a terminar su último año de carrera y sabía que Oscar estaba por viajar a buscarla. “Era cautelosa y ordenada”, también “muy corajuda”: “Estoy vivo porque fue lo suficientemente valiente para no delatarme. La fortaleza moral de esta mujer. Sabía direcciones, tenía papeles míos”. Luego de enterarse de su desaparición, regresó inmediatamente a Buenos Aires porque “también corría riesgo de ser detenido” aunque en ese momento “no estaba encuadrado” en ninguna organización. Unos meses antes había recibido un aviso hecho con letras de diarios y firmado por un oficial del Ejército donde le insistía que se exiliara. La casa de su hermano, exfuncionario del gobierno peronista en Mendoza, había sido allanada: “Siempre pensó que me buscaban a mí”.

Rojas opinó que es muy posible que el cuerpo de Piri esté en el dique Carrizal. Cuando empezaron a circular las noticias de los cuerpos en el Río de la Plata, oyó que se mencionaba también el embalse mendocino.

Por último, el testigo respondió a numerosas preguntas del defensor San Emeterio sobre la actividad del PRT-ERP local y su estructura de funcionamiento. Rojas le recordó que las FF. AA. nunca lo reconocieron como un grupo beligerante, ni le dieron el estatus reclamado por la organización, que buscaba quedar encuadrada dentro de la Convención de Ginebra y el derecho internacional. Por entonces los militares negaban que en el país se librara una guerra interna, la misma que hoy invocan para justificar los crímenes cometidos.

La próxima audiencia será el viernes 11 de septiembre a las 9:30.

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El Colectivo Juicios Mendoza se conformó en 2010 por iniciativa de los Organismos de Derechos Humanos para la cobertura del primer juicio por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza. Desde ese momento, se dedicó ininterrumpidamente al seguimiento, registro y difusión de los sucesivos procesos judiciales por crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.