AUDIENCIA 51 / EL DESTACAMENTO 144 EN LA MIRA

25-06-2021 | En la jornada declararon dos mujeres víctimas de la dictadura. La primera, María Teresa Díaz, describió crímenes en la Comisaría 16. La segunda, Ángela Pastora Vélez, comprometió al  Destacamento de Inteligencia 144  mediante la descripción de torturas en “una casa en la calle Emilio Civit”. La próxima audiencia es el jueves 8 de julio a las 9:30.

Los dos testimonios de hoy relataron secuestros y detenciones ilegales que complican a los imputados. María Teresa Díaz hizo referencia a gritos, golpizas y abusos sexuales en la Comisaría 16, cuando fue detenida en el 76. Por su parte, Ángela Pastora Vélez fue secuestrada en 1974 y, en su relato, hizo referencia a un lugar donde fue torturada y estuvo alojada con personas en muy mal estado. Su descripción coincide a la perfección con la sede del Destacamento de Inteligencia 144, cuya inspección ocular se hizo en febrero del 2020.

María Teresa Díaz

La primera testigo relató haber sido detenida a fines de septiembre de 1976. Trabajaba en el Departamento Provincial de Cooperativas, en la Casa de Gobierno, y desde allí se la llevaron vendada. En un móvil tipo celular del que no pudo dar detalles por la venda en los ojos, la trasladaron a una comisaría que no pudo identificar.

Horas después la llevaron al Palacio Policial, donde cree haber permanecido durante unos tres días. Siempre estuvo vendada y aislada de otras personas, cree que en una especie de calabozo que no pudo precisar. Desde allí fue trasladada a la Comisaría 16, donde también estuvo alrededor de tres días con un grupo de mujeres. Recordó, entre ellas, a Liliana Taride y a María del Carmen Policcino, a quien conocía de vista.

María Teresa Díaz

Díaz supo dónde estaba por un oficial que habló fuerte y dijo “¡Acá, en la 16…!”. Estuvo todo el tiempo con los ojos vendados, fue maltratada verbalmente e intentaron manosearla. A María del Carmen Policcino la habían sacado del hospital donde trabajaba y en la dependencia policial fue golpeada y abusada sexualmente, contó la testigo. Policcino, además, le contó algo sobre una fotografía que le habían robado del auto y se la mostraron los policías.

En ese lugar había unas quince personas detenidas, hombres y mujeres, a quienes no conocía. Y, además del personal policial, Díaz aseguró la presencia de personal militar: “El trato de la policía era más agradable, no así de la parte militar”, precisó.

Díaz y Policcino fueron liberadas camino a Minetti, en Las Heras, “en un tramo donde se juntan la calle Dr. Moreno y San Martín”. Se acercaron a un domicilio y pidieron que les facilitaran la posibilidad de ponerse en contacto con sus familias, que no sabían dónde estaban. Ellas tuvieron su primer contacto en la Seccional 16, pero con posterioridad a esa detención formaron parte de la misma asociación de personas cesanteadas para reclamarle al gobierno la falta de trabajo.

María Teresa fue cesanteada en el trabajo, pero como no tenía “la cláusula de subversiva” se pudo dedicar a la docencia. Amplió detalles sobre la Ley de prescindibilidad: una persona podía ser “prescindida” sin razones específicas o por ser un “elemento potencial de perturbación” —lo que quitaba además el derecho a la indemnización—.

Siempre pensó que había sido detenida por sus raíces peronistas, a pesar de no haber militado nunca. “Me crie y mamé el peronismo porque mi padre era de la Escuela Superior Peronista”, especificó. Durante la autodenominada Revolución Libertadora, seguían haciendo reuniones en su casa. Recordó que los libros de la escuela fueron enterrados bajo los gallineros de las casas o bien prendidos fuego en lo que hoy es el barrio San Martín.

El esposo de la testigo también fue detenido en su lugar de trabajo, en Parques y Zoológicos. Después de seis días en la Seccional 5 se lo llevaron al Liceo Militar General Espejo. A través de una presentación en el arzobispado la familia consiguió dar con el paradero del hombre. En su trabajo lo “prescindieron” por ser un “elemento potencial de perturbación”. En el 77 decidieron irse a Chaco, donde permanecieron hasta que se empezó a vislumbrar la vuelta a la democracia.

Detención clandestina y torturas en el chalet del Destacamento de Inteligencia 144

Ángela Pastora Vélez fue víctima del terrorismo de Estado. Daniel Rodríguez Infante explicó que los hechos sufridos por ella están actualmente en etapa de instrucción en otra causa de lesa humanidad. Fue citada en este debate porque entre las diversas dependencias por las que transitó se encuentra la sede del Destacamento de Inteligencia 144 del Ejército.

La testigo relató muy conmovida que fue secuestrada el 16 de noviembre de 1974 junto a su esposo, Jorge Petrizani, y otro muchacho —cuyo nombre no recuerda— en Potrerillos. En la camioneta donde se encontraban había volantes de la Juventud Peronista: su esposo y ella participaban de esa organización que estaba “en auge”. En cierto momento se les acercó un vehículo, sus pasajeros revisaron la camioneta y se llevaron a las tres personas detenidas a la calle Mitre, “lo que antes era Investigaciones”, explicó.

Cuando preguntaron por su domicilio indicó la dirección. Al día siguiente allanaron la vivienda y aparecieron con los hijos —de seis meses y tres años— y la hermana menor de la testigo —de catorce—, que los estaba cuidando. La madre de Ángela pasó a retirar a la joven y a sus nietos tres días más tarde.

Al cuarto día de la detención, la testigo fue trasladada a una comisaría de la calle San Martín. No pudo precisar el número: “Vivía una película, estaba anulada”. Allí estuvo quince días con otras mujeres. Después ingresó en el penal, donde permaneció hasta el 5 de diciembre.

Ese día le dieron la libertad. En la puerta de la Penitenciaría, del lado de adentro, había una mesa de entrada con un escritorio largo. Ángela firmó lo que cree que fue su acta de liberación, pero antes de salir dos “hombres rubios y grandotes” la alzaron de los hombros y la introdujeron en un Fiat celeste. “Me parece que eran extranjeros, tenían un acento extraño”, refirió. La “tiraron” en la parte trasera del vehículo, la golpearon e insultaron y le colocaron una cinta adhesiva.

El viaje fue corto. La bajaron en un edificio que para la testigo era “una casa”: escuchó que corrían muebles y sus captores hablaban de “habitaciones”. También se oían vehículos, de modo que seguramente había una calle transitada cerca.

La dejaron en una habitación junto a más gente detenida. Luego la obligaron a arrodillarse contra la pared y a tragar una cucharada de sal fina. “Les vamos a leer la Biblia”, anunciaron las personas que estaban a cargo. “Nos leían versículos y nos daban en la cabeza con una Biblia grande de tapa dura”, relató la testigo. La situación se repitió durante varios minutos.

Más tarde, posiblemente de noche —el silencio era únicamente interrumpido por quejidos de dolor y súplicas—, empezaron a llamar por apellido. Ángela recordó a Caruglio, Espínola y Horne. “A Caruglio lo llamaron y dijo ‘soy yo’. Estaba muy mal ese chico”, recordó.

En determinado momento, debido a las lágrimas o al sudor, a la testigo se le despegó la venda. La imagen que recibió fue desoladora: “Vi a unos muchachos malheridos, estaban desnudos y todos quemados, como si los hubieran picado las avispas”, relató entre llantos. Según Ángela, se escuchaba que torturaban a hombres y mujeres en otro lugar no muy lejano.

Cuando tocó su turno, la trasladaron a una habitación que tenía muebles: un escritorio, unas sillas y un sillón pequeño. La pusieron boca abajo en este último y un hombre se sentó sobre su espalda mientras le hacían preguntas y la golpeaban. También la amenazaron con matar a sus hijos. Más adelante explicó que este episodio le provocó una hernia de disco.

Posteriormente la llevaron a otra habitación donde había solo mujeres: con ella eran cinco en total. A lo largo de la noche las fueron buscando de a una. Ángela descendió por unas escaleras a un “sótano” donde la torturaron dos veces con picana hasta que se desmayó. Cuando recuperó la conciencia oyó que decían “la vamos a matar”. La levantaron de “una especie de cama”, continuaron golpeándola y la regresaron donde estaban las demás mujeres.

“Los abogados me dijeron que estuve quince días desaparecida”, declaró. Una mañana llegó un comisario, “hombre grandote de bigote”, que les ordenó vestirse y bañarse porque iban a salir. “Había una tina llena de agua tibia (…) habían preparado una salmuera para que nos bañáramos”. La testigo respondió a la fiscalía que posiblemente buscaban que no se notaran los “machucones”. Decidieron no hacerlo.

Junto a Horne y Espínola fueron conducidas a la Penitenciaría. Vivieron allí el golpe de Estado. En septiembre de 1976, con un violento traslado, pasaron a la cárcel de Devoto. Ángela estuvo detenida hasta 1979.

Ya en libertad, en 1979 o 1980 la testigo se acercó junto a uno de sus hijos al sitio donde había sido torturada, al que describió como un “chalet” que pertenecía “a la SIDE” en la calle Emilio Civit. “Fui porque me interesaba saber dónde había estado”. Lo contempló desde la vereda. Ángela explicó que su madre la buscó “por todos lados” mientras permaneció desaparecida y la encontró en ese lugar, aunque no pudo precisar cómo. Incluso llegó a presentarse acompañada por su abogada. De esta forma se enteró la víctima.

El fiscal Daniel Rodríguez Infante propuso al tribunal que la testigo fuera abordada por el equipo de acompañamiento para determinar junto a ella si era posible participar de una inspección ocular dentro del edificio. La mujer expresó que recordar lo vivido era doloroso. El tribunal tomó nota del pedido.

La próxima audiencia será el jueves 8 de julio a las 9:30 debido al feriado del viernes.

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El Colectivo Juicios Mendoza se conformó en 2010 por iniciativa de los Organismos de Derechos Humanos para la cobertura del primer juicio por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza. Desde ese momento, se dedicó ininterrumpidamente al seguimiento, registro y difusión de los sucesivos procesos judiciales por crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.