20-04-2011 | Investigaciones y denuncias sistemáticas realizadas por el sociólogo Roberto Vélez y testimonios del mismo Ángel Bustelo aportaron información muy relevante para la causa del escritor y para el conocimiento de la dictadura en Mendoza y sus continuidades en democracia. Compañeros de militancia, cautiverio y vida, Vélez y Bustelo narran la historia.
Roberto Vélez
Hacia 1976, el joven Roberto Velez tenía ya una vasta experiencia de persecución política por su activa militancia en el Partido Comunista. Con prontuario desde los 9 años, originado a su vez por la persecución que sufriera su padre, en los 70 conoció cesanteos, la expulsión de la universidad, arrestos y la colocación de bombas en 1975 y 1976 en su casa. Ese 8 de agosto fue detenido en una esquina con su compañero Lecea. Los policías los llevaron a la comisaría 34 de calle Almirante Brown (“que establecía zonas liberadas”), a cargo del oficial Domingo Roque Rivero (jefe interno del D2 entre febrero y junio del 75) ante quien se negó a declarar. La respuesta fue: “Esa información te la van a sacar de otra manera”.
Fue trasladado a la Compañía de Comunicaciones, a un calabozo donde permaneció parado y sin comer durante tres días. Maniatado y vendado lo llevaron a una cuadra donde había más de 120 prisioneros. De la cuadra los entregaba a la tortura el suboficial Peralta, “subordinado” del imputado Migno, y luego de vueltas circulares en vehículos del ejército, terminaban en el “salón”. Entre la radio fuerte y los gritos, alcanzó a ver a los presos atados a camastros, y en diagonal el cerro de la Gloria. Vélez estaba atrás de la cárcel, espacio cedido por su director Naman García. Soportó golpes que le dejaron secuelas en el tabique y las rodillas por los culatazos de las 45. En una oportunidad: “El torturador me da la cara, me baja la venda, el tipo me habla, me da agua y de fumar, ustedes son todos iguales le digo, se diferencian entre buenos y malos pero no es más que otra estrategia para torturar. Eso me sirvió para sostenerme”. Sigue Vélez: “Se trataba de Pagela. Le pregunté por Luis Moriña, un estudiante desaparecido, y dijo que se les escapó”.
Vélez estableció precisiones: Dardo Migno era el jefe de la 3ª sección del Comando en la Compañía de Comunicaciones (bajo autoridad de Ramón Puebla y del oficial Largacha) a cargo de los detenidos del campo de concentración y tortura denominado “Lugar de reunión de detenidos” (LRD). Sus colaboradores eran el suboficial principal Juan Alberto Peralta (“encargado”), García de la IV Brigada Aérea (torturador), el teniente Roberto Cutro y Cardello, Policía Federal. Remarcó que no hay diferencias entre “mandar” a torturar, “entregar” a los prisioneros, “conducirlos” y “aplicar” la violencia, y que “los oficiales jóvenes eran terribles”. También dijo que Dopazo y Gómez Saa eran elementos claves de Inteligencia.
La noche que llevan a Bustelo a Comunicaciones, les cuenta a sus compañeros el allanamiento de su estudio y señala culpas hacia la conducción del partido, que primero le indicó no gestionar sobre la clausura del estudio, confiando en la buena voluntad de “los militares democráticos” y luego que sí, lo que quizás derivara en su detención. Vélez presenció cuando Bustelo denunció a Migno sobre los maltratos a los detenidos. Por saludar a un compañero torturado fue castigado y trasladado con Bustelo al pabellón de máxima seguridad de la penitenciaría provincial. Allí ubica a Naman García como jefe del penal y a Claudio Barrios, Oscar Bianchi, Balmes y Bonafede como torturadores.
“Es formal, preparáte para que te liberen”, dijo Benito Marianetti a Bustelo acerca de su libertad inminente según el Juzgado Federal de calle Las Heras. “Ángel regaló sus cosas, se había lustrado los zapatos para salir”. Un decreto del PEN por orden de Mario Lépori y la negativa del juez Romano (el mismo que lo había acusado por la tenencia de un libro “subversivo”) al sobreseimiento dictado por el juez Guzzo, dejaron a Bustelo cautivo. “Fue un golpe. Le armaron una causa para justificar su detención”.
El 27 de septiembre, Bustelo, Vélez y más de cien detenidos fueron hostigados desde las dos de la mañana hasta la tarde cuando arribaron a La Plata en un avión Hércules. Actuaron todos los agentes de la represión: Ejército, policías Federal y Provincial, el Servicio Penitenciario. En el vuelo fueron encadenados, adormecidos con gas y golpeados con palos. Con deliberada saña contra “los viejos ideólogos de la subversión” se fijaron en Bustelo. En la U9 fueron aislados y golpeados por patotas que ingresaban celda por celda. Vélez encontró a Ángel, de 67 años, en los baños muy deteriorado y afectado en su salud. Lo trasladaron al sector de “la izquierda no vinculada con la guerrilla”, y a Vélez al de “irrecuperables”, calificación compartida por “los servicios de inteligencia y por la cúpula del PC, que lo consideraba preso por su contacto con la guerrilla”. Roberto Vélez fue liberado a finales de 1977.
La persecución sufrida toda la vida y el conocimiento de Vélez, debido a su compromiso e investigaciones, lo llevan a encarar pasado y presente en forma de denuncia: “La realidad pone en evidencia que la conexión con las fuerzas represivas continúa hasta el presente. Los servicios de inteligencia siguen actuando y los ámbitos de complicidad no han sido desmantelados.” Así explica el contubernio que además de las fuerzas de seguridad sostuvieron las derechas de los partidos políticos; las jerarquías eclesiástica; judicial (“con la anuencia del Colegio de Abogados encabezado por Pedro Lella, como si los jueces se hubieran ido pero luego terminaron dando ética en la universidad”) y sindical (“la UOM tenía un manual de instrucción práctica antisubversiva afín a la política represiva y Santuccione fue designado jefe de la policía por el interventor Cafiero, a solicitud del dirigente de la CGT, Carlos Mendoza”).
Además Fuerza Aérea, Marina y Ejército, presentaron listados de civiles cómplices que se infiltraban en las organizaciones políticas. No así la Policía, y muchos siguen activos. Vélez ilustra con el caso del Servicio penitenciario federal, “que genera descendencia en la democracia, de allí la tortura en cárceles y el gatillo fácil”. También mencionó la persecución a abogados de causas políticas, como Marianetti y De la Vega; y a la juventud sindical peronista de Antonio Cassia (“un caso de disposición genética”) y a la Concentración Nacional Universitaria como instrumentos para generar terror.
En este contexto, resaltó de su compañero: “Ángel soportó persecución y represión de todas las dictaduras, en cada golpe estuvo preso, con los gobiernos semi-legales también”. “Llegó a la conclusión que para los momentos difíciles la profesión no servía, donó su biblioteca a la justicia y renunció a su matrícula. Pero nunca cesó en su actividad ni cayó su espíritu.” Y sin cerrar la historia Vélez agregó: “Se están muriendo los responsables que gozan de libertades que los desaparecidos y sobrevivientes no tuvieron.”
Vélez solicitó sean tenidos en cuenta su prontuario y el de su padre para las investigaciones y la querella solicitó compulsa penal para Gómez Saá y Peralta. Declararon también Susana Ortega y Carlos Luque, vecinos de Bustelo.