17-02-2011 | Con tono convincente y enfático, Rafael Rey dijo desconocer las detenciones ilegales y torturas practicadas por las FF. AA., precisamente, en la Compañía de Comunicaciones donde él oficiaba de capellán del Ejército. A pesar de contar con una función privilegiada dentro del Arzobispado de Mendoza, negó tener trato con los jefes del Ejército imputados en estas causas. Lamentó que la Conferencia Episcopal no se hubiera manifestado con mayor dureza con respecto al accionar de la dictadura.
Rafael Eleuterio Rey (77 años), obispo emérito de Zárate-Campana, fue convocado para que testimonie en la causa 001, que tiene como imputado a Luciano Benjamín Menéndez, y en la 005 M, que investiga la desaparición de los hermanos Talquenca. En los años de la dictadura, Rey se desempeñaba como secretario en la Vicaría General del Arzobispado de Mendoza y era capellán auxiliar de la Compañía de Comunicaciones de la VIII Brigada de Montaña. Con un discurso ambiguo, no aportó información alguna para estas causas pero, a la vez, aseguró que la Iglesia debió ser más dura con el accionar de los militares.
Inteligente, sagaz y escurridizo, comenzó relatando las gestiones realizadas ante las máximas autoridades nacionales por la desaparición de cien personas denunciadas por sus familiares ante el obispado. Negó rotundamente que la Iglesia conociera las torturas y asesinatos que sucedían diariamente en su entorno y elogió la preocupación del cuestionado obispo Olimpo Maresma por los desaparecidos.
Agregó que su función como capellán era dar misa, catequesis y asistir a los soldados. La situación se complicó para Rey cuando los abogados y la abogada querellante, Peñaloza, Salinas y Beigel, realizaron numerosas y agudas preguntas que dejaron al descubierto contradicciones y una cuadro de situación revelador. Así se supo que las capellanías forman parte del organigrama del Ejército y su función es asistir espiritualmente a sus miembros. Rey tenía el grado de capitán (dijo haberlo olvidado), se reportaba ante un mayor del Ejército, jefe de la Compañía de Comunicaciones 8, y recibía haberes por su función ejercida en plena “lucha antisubversiva”, por lo que es imposible creer que desconocía la metodología de “eliminación del enemigo” enarbolada por las FF. AA. Sobre todo, cuando su función era de sostén espiritual de los soldados. Curiosamente, no recordó el nombre de ninguno de sus jefes en Comunicaciones y negó cercanía alguna con otros integrantes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad. En siete años de dictadura, según sus palabras, solo compartió con ellas actos públicos: una misa, una oración por la patria y eventos de esas características.
En relación al tipo de vínculo que tenía con los imputados en estas causas, dijo conocer de vista a Tamer Yapur, entonces segundo jefe del Ejército, por haber compartido algún “acto patrio o una misa”. Tampoco admitió conocer al teniente Dardo Migno, quien revistaba en su Compañía de Comunicaciones como figura reconocida en el equipo de torturadores. Cerró su declaración agradeciendo a Dios haber olvidado muchas cosas.
Rafael Rey perteneció al grupo de los 27 que en los 60 se reveló contra el obispo Buteler pidiendo se apliacaran las reformas del Concilio Vaticano II. De este núcleo surgió la corriente de sacerdotes de Tercer Mundo que conmovió a Mendoza. Con estos antecedentes, en época de la dictadura, los familiares recurrían a Rey, quien los escuchaba y atendía cordialmente. Hoy es posible suponer que fue la cara buena y resultó absolutamente funcional al plan de exterminio. Lo cierto es que tanta desmemoria dispara sospechas sobre él.