19-05-2011 | El presbítero Oscar Moreno, designado capellán mayor de la Policía Provincial en julio de 1976, dijo desconocer qué sucedía en el Departamento de Informaciones 2 (D2) porque no le era permitido el acceso al subsuelo del Palacio Policial. Fue citado como testigo en la causa por la desaparición de Salvador Moyano pero negó conocerlo. En cambio, elogió a los imputados Smaha y Lucero y pidió permiso para abrazar a “los muchachos” al concluir su testimonio. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) informó sobre su trabajo en la provincia.
Moreno fue propuesto por el obispo Maresma y designado por el temible jefe de la Policía Santuccione como capellán mayor de la Policía con el grado de oficial principal; sin embargo, dijo desconocer las torturas y vejámenes que sufrieron los detenidos en dependencias del D2 pero hizo una precisa defensa de “la cultura occidental y la moral cristiana” que en nada difiere del sustento ideológico de los acusados. Utilizó una variante del silencio cómplice: dijo tener buena memoria pero negó todo, en lugar del típico “no recuerdo”. Asimismo, soslayó responder varias preguntas arrancado con otro tema; por ejemplo, cuando le preguntaron si había atendido a algún familiar que le pidiera información sobre un desaparecido, simplemente no contestó. En el caso de Salvador Moyano, causa que motivó su citación, dijo no haberlo conocido ni atendido a su padre.
Las evidencias de que Oscar Moreno conocía lo que acontecía en el D2 son demoledoras. La más clara es el testimonio que dejara antes de morir el jefe del D2, Pedro Dante Sánchez Camargo, quien aseguró que los detenidos eran tratados correctamente, gozaban de control médico y “asistencia espiritual a cargo del padre Moreno”. Versión que coincide con la de varios presos que aseguraron que los carceleros mencionaban la presencia de un cura. Además, Moreno, junto a Carlos Rico y otros represores, recibió seis ciclos de formación en lucha antisubversiva en Buenos Aires. Otros antecedentes que lo vinculan con la represión, leídos en la audiencia, fueron minimizados por el testigo que solía recurrir a la anécdota para salir de las situaciones embarazosas.
ara rematar, dijo que dio “la mejor de las referencias” sobre Juan Oyarzabal, segundo jefe del D2, y que Eduardo Smaha era un “policía cabal”, ambos imputados por homicidio en estas causas. Antes de retirarse pidió permiso al presidente del tribunal para darle un abrazo a los “muchachos” acusados, con los que evidenció gran familiaridad.
El Aporte del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF)
En calidad de peritos declararon miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense, quienes informaron sobre los criterios que orientan su trabajo y los distintos pasos utilizados para ubicar los esqueletos óseos de los desaparecidos en el marco de la Iniciativa Latinoamérica de Identificación de Personas.
Después de ofrecer un panorama general, para ilustrar su tarea en Mendoza hicieron un repaso de los indicios que los llevaron a realizar excavaciones en el Cuadro 33 del Cementerio de la Capital. Fruto del trabajo de investigación preliminar seleccionaron 22 sepulturas, de las que priorizaron 7. Realizadas las excavaciones, en la primera etapa ejecutada el pasado año, seleccionaron 17 esqueletos que fueron trasladados al laboratorio del Equipo en Córdoba; en la segunda etapa fueron retenidos otros 13 que serán analizadas para determinar si se trata de desaparecidos. Los criterios utilizados son la priorización de restos de personas de entre 18 a 30 años de edad y/o que hayan marcas que revelen haber sufrido muertes violentas y/o impactos de bala.
Hasta el momento el EAAF ha confirmado la identificación de los esqueletos óseos de Antonio Juan Molina y Sabino Rosales. Este último era un joven alvearense, asesinado en Guaymallén en 1977, cuyos restos fueron entregados a sus familiares, en un emotivo acto, un rato antes de que el equipo del EAAF, encabezado por la antropóloga Anahí Ginarte, prestara declaración ante el tribunal.