01-06-2011 | En una jornada cargada de emotividad declararon Olga Pizarro y Patricia Britos, esposa e hija del desaparecido Domingo Britos; fueron citadas porque ambas convivieron tres meses con la pareja Olivera-Rodriguez poco tiempo antes de los secuestros. Además, testimonió María del Rosario Puente Olivera, hija del matrimonio motivo de la investigación. Con dolor y entereza las jóvenes reconstruyeron ante el tribunal la vida y desaparición de sus propios padres.
Se inició el tratamiento de la causa 09-M que investiga el secuestro y desaparición del matrimonio compuesto por Rafael Olivera y Nora Rodríguez Jurado, cuyo único imputado es Juan Oyarzabal. Rafael fue reducido en las inmediaciones de la vivienda sita en el centro de Villa Nueva, el 11 de julio de 1976; a la mañana siguiente su esposa, Nora Rodríguez Jurado, fue secuestrada junto a su hija mayor, después de dejar a otras dos niñas en el Jardín Municipal Nº 3 de ciudad. Varios elementos hacen presumir que fueron llevados al D2.
María del Rosario Puente Olivera
Hija de la pareja desaparecida dijo que Rafael y Nora eran sociólogos egresados de la Universidad Católica, pertenecientes a la organización Montoneros. Oriundos de Capital Federal, en 1971 se trasladaron a San Juan presumiblemente por trabajo; él se desempeñó como profesor universitario y ella en la Secretaría de Economía.
Según la reconstrucción de la vida de sus progenitores, presume que cuando la organización Montoneros, ante las persecuciones, decidió que los militantes de San Juan se trasladaran a Mendoza y viceversa, sus padres quedaron comprendidos en ese movimiento: así llegaron aquí. Según una compañera de Olivera-Rodríguez, de la célula a la que ellos pertenecieron no hay sobrevivientes. Sin embargo, Rosario pudo reconstruir que eran alfabetizadores involucrados en la tarea social que desarrollaba, en el barrio San Martín, el Padre “Macuca” Llorens del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. «Mi padre era un hombre de fe y creía en la igualdad entre las personas”, afirmó la joven.
Olivera-Rodríguez Jurado aparecen en un libro del D2 registrados, con fecha 15 de julio del 76, como “exponentes”; este dato, más el testimonio de Jimena, la mayor de las niñas, leído por secretaría, permite inferir que pasaron por el D2. Al reconstruir el secuestro de Nora, la joven explicó que su madre fue levantada en la calle junto con su hermana de seis años quien reconoció que fueron llevadas a un “edificio del centro con muchas ventanas»; horas después, la niña fue devuelta a su domicilio. Las tres mayores quedaron a cargo de las maestras de la guardería y la más pequeñita fue a parar a la casa del intendente de Mendoza, coronel Molina.
Secuestrado primero el padre y luego su madre, por 15 días las cuatro pequeñas estuvieron sometidas a la incertidumbre, hasta que su abuelo paterno, un médico con grado de general, viajó desde Buenos Aires para ocuparse de ellas. Mediante su vínculo con militares, al general Olivera le sugirieron que no buscara a su hijo porque ya lo habían matado. Finalmente, las cuatro niñas fueron adoptadas por Rosa Olivera de Puente, su tía paterna.
Frente al tribunal, Rosario evocaba la conmovedora situación, agachando la cabeza cuando no podía contener las lágrimas. El juez Piña le preguntó cómo había seguido la vida para ella. “Y… nunca iba a dejar de esperar que volvieran”, contestó la testigo.
Olga Esther Pizarro
Oriunda de San Juan, se casó con Domingo Britos, joven puntano que se trasladó a esa ciudad para estudiar Ingeniería. Según Olga, se conocieron cuando él daba clases para adultos. En septiembre del 74 se casaron, tuvieron una hija y ya en el 75 su domicilio fue allanado, lo que motivó una mudanza a la casa de la familia Britos en San Luis. Ante el permanente acoso de la represión, Domingo se trasladó a Mendoza y la mandó a llamar alrededor de marzo del 76. En esas circunstancias estuvo alojada, junto a su hija y esposo, en la vivienda del matrimonio desaparecido. Ambas familias convivieron por tres meses en el domicilio de Guaymallén.
Olga, que declaró con gran espontaneidad y simpatía, aportó que ella había conocido a “Norita” con anterioridad porque compartieron un ómnibus que salió de San Juan a Buenos Aires con motivo del acto del 1 de Mayo del 74, cuando “se dividió la plaza”, aclaró. La mujer no tenía militancia ni participación política alguna, mientras que su esposo pertenecía a Montoneros. Por ese motivo no contaba con información sobre las actividades de los compañeros de su esposo, criterio adoptado por Domingo para preservarla. Sin embargo, la mujer percibía la avanzada de la represión, se anotició del asesinato de una familia en las proximidades del domicilio y decidió volver a San Juan. Regresó a su casa materna, explicó, para preservar a su niña y otro hijo que venía en camino. Nunca más supo nada de su esposo.
Patricia Britos
Hija de Domingo, nacida en enero de 1975, programadora universitaria, se presentó como perteneciente a la agrupación H.I.J.O.S. Ella fue quien reconstruyó el ideario y trayectoria de su padre y confirmó que pertenecía a Montoneros. Aportó que Britos fue el primer presidente del Centro de Estudiantes de Ingeniería. Al tomar contacto con su historia recogió la estima de que gozaba su padre entre sus compañeros de estudio y militancia, cuyos nombres proporcionó al tribunal a pedido de la fiscalía.
Sobre la pareja desaparecida, Patricia aportó que eran católicos practicantes de misa dominical. Sin abandonar la sonrisa, aún en momentos que la invadía el llanto, dijo que tuvo la fortuna de encontrar a Rosario, con quien convivió cuando eran muy pequeñas en la casa de Guaymallén.
Puso en valor la cercanía entre los hijos e hijas de desaparecidos, a partir de las historias comunes y el ambiente de contención recíproca que pudo vivir en H.I.J.O.S. Tanto Rosario como Patricia dijeron estar orgullosas de sus padres.