17-08-17 / La audiencia de hoy estuvo atravesada por las vidas de estudiantes, militantes de la Universidad Tecnológica Nacional, que fueron perseguidos durante el terrorismo de Estado. Se escucharon distintos testimonios por la causa de Mario Susso y Susana Bermejillo, brutalmente asesinados el 20 de marzo de 1976. La persecución de la ultraderecha en las universidades quedó expuesta sobre la mesa.
Los testimonios de hoy fueron intensos. Pero los relatos duros de personas que sufrieron la época del terror estuvieron cálidamente acompañados por decenas de personas que se acercaron a la sala de audiencias para escuchar y también para servir de apoyo a quienes testimoniaron.
La jornada comenzó con Roberto Marmolejo, secuestrado de su casa en la madrugada del 17 de marzo de 1976 por tropas del Ejército que entraron violentamente a su casa sin orden de allanamiento. Fueron a buscar a dos personas más: Marta Rosa Agüero, madre de un compañero de Marmolejo, y otro hombre en Dorrego.
Las tres personas fueron depositadas en las celdas del D2, conocidas por el testigo, ya que había estado detenido en dos ocasiones anteriores por su militancia. En la celda grande estaban, privados de su libertad también, Montemayor, Barroso, Amaya, Polischuk y Berdejo. A su vez recordó, entre otros detenidos, al Dr. Pont.
Durante su detención fue sometido a interrogatorios bajo tortura, recibió golpes y asfixia por submarino seco y le preguntaron por su actividad política. En una oportunidad lo torturaron en forma simultánea a Rosendo Chávez, quien también se hallaba detenido. El interrogatorio cesó cuando dijo que creía conocer a Mario Susso y a Juan Carlos Carrizo, aunque ignoraba dónde vivía. El testigo reconoció a Lucero como su torturador.
El 28 de marzo gendarmería lo trasladó a la penitenciaría, donde también fue víctima de torturas en la sala conocida como “la peluquería”. Recordó que le preguntaban cosas ridículas y que le pegaron por haberle contado al cura Latuf lo que padecía. En septiembre de ese año integró el grupo que fue trasladado a La Plata. Hasta allí fue el juez Gabriel Guzzo a tomarle declaración indagatoria. No había abogado defensor en esa instancia. Lo acusaban de cosas ridículas y fue sobreseído, pero el fiscal Romano apeló ese fallo. Le adjudicaron la posesión de armas que no eran suyas y que una vez sometidas a peritaje resultaron obsoletas e inutilizables. Quedó libre tres meses después, el 18 de agosto de 1978, porque Guzzo “se enfermaba mucho y por eso no podía firmar su libertad”.
La Concentración Nacional Universitaria vigilando la UTN
El fiscal Vega preguntó al testigo por su época de estudiante en la UTN. Roberto Marmolejo relató que ingresó en el ‘74 a la carrera de ingeniería química pero la persecución era tal que tuvo que dejar la facultad a fines de 1975: “era una aventura seguir estudiando”, confesó. “Cuando murió Perón las cosas cambiaron sustancialmente”, pues la ultraderecha quería remover a la conducción de la facultad.
Como parte del clima de ese tiempo recordó a Paul Burlot haciendo el saludo nazi para votar la toma de la facultad durante una asamblea y a otros miembros de ese grupo: Roberto Lucas (alias Pato), Ballardi, Mendoza y Freddy Fernández. También la presencia de policías de civil y uniformados. Estos últimos palpaban de armas a los estudiantes al ingresar a la facultad, con excepción de la gente de la CNU. Había un ambiente patoteril hasta tal punto que en una oportunidad le dispararon con un arma en la playa de estacionamiento de la facultad.
El testigo recordó a Susana Bermejillo, a quien conoció en 1973, cuando el 6° año del Liceo Agrícola cursó el segundo semestre en la Facultad de Filosofía y Letras por problemas edilicios en su sede.
A propósito del asesinato de Susso y Bermejillo, el testigo conjeturó que tal vez hubo alguna otra fuerza involucrada porque en el D2 le preguntaron sobre ellos en el interrogatorio del 20 de marzo, cuando ya habían sido asesinados.
Testigo del D2
El 17 de marzo a las 4 de la mañana fue secuestrado Enrique Santiago Barroso. Un grupo de soldados derribó la puerta, pusieron a su padre contra la pared, revolvieron la casa y se lo llevaron al D2 en un camión del ejército. Frente a su casa, en otro camión, se llevaron a Jorge Héctor Amaya.
En la celda estuvo con Cuevas, Marmolejo y Montemayor. Vendados y maniatados eran llevados al interrogatorio: “Nos pegaban desde que nos llevaban… cuando volvieron del interrogatorio, Jorge (Amaya) y Marmolejo quedaron tirados, no se podían ni mover”. Durante el relato el testigo recordó al tan mencionado hombre de acento porteño que les hacía preguntas.
Días después lo llevaron junto a Amaya y Barredo a un calabozo en una dependencia policial, quizá la comisaría 1 en la calle Mitre. Los torturaron psicológicamente y tres meses después los llevaron al Palacio Policial. Allí recuperaron la libertad luego de firmar una declaración que decía que nunca habían sido golpeados, que habían recibido alimentos y que, en general, los habían tratado bien.
Concluyó que, aunque él militaba en la Juventud Peronista, lo detuvieron porque su exsuegro ya había sido detenido a fines de 1975. De hecho, Amaya también era pareja de una hija del mismo hombre.
“Mi hermana era militante por un mundo mejor”
Alejandra Bermejillo explicó ser la menor de tres hermanas: Susana, Mónica y ella. Contó que Susana terminó la carrera de Letras y estudiaba Filosofía. Vivía con su marido Juan Carlos Carrizo en la calle O’Higgins del barrio Bancario. Ambos militaban en el Partido Comunista. “Mi hermana era militante política ya en los centros de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras”.
Hablando con Mónica, la hermana del medio, supo que antes del asesinato de Susana, en la familia se quemaron libros y discos. El 20 de marzo a la madrugada llamaron a su casa contando el secuestro de su hermana y recordó los gritos del padre. Cuando era de día, llegó un tío contando que Susana estaba muerta. La encontraron tirada junto a Mario Susso, en la calle Pescadores. Según su partida de defunción tenía tiros en la espalda y en la nuca. En la familia reinaba la angustia y la confusión. “Susana era más joven (que sus padres), más idealista. Una militante por un mundo mejor”, reflexionó Alejandra.
Tiempo después apareció en su casa un mensaje anónimo que decía que a Susana la había matado el grupo de extremaderecha “Tradición, familia y propiedad”. Esta secta, contó la testigo, vestía con atuendos medievales, portaba estandartes y atacaba a mujeres en situación de prostitución. Tenía sede en Martínez de Rozas y Emilio Civit.
Un amigo le contó que Burlot le había dicho “a la Bermejillo no la quisieron matar, pasa que al gordo se le fue la mano”. Luego del asesinato, la mamá de Paul Burlot dejó de cortarse el pelo con el padre de las chicas, en la peluquería que frecuentaba. Alejandra Bermejillo supone que esa noche fueron a buscar a Juan Carlos Carrizo. Él se escapó, pensó que con eso bastaba. Nunca imaginó que fueran a hacer eso con su esposa.
Los dichos de Burlot
Oscar Eduardo Otero entró en 1965 a la UTN. Atestiguó conocer a Susana Bermejillo por ser esposa de Juan Carlos Carrizo. El testigo aseguró que Carrizo tenía participación política pero en el caso de ella no estaba seguro.
Hizo un aporte fundamental al mencionar a varios estudiantes de la Tecnológica ligados a un comando paramilitar que funcionaba en esa institución, entre ellos “Amorfo” Fernández y Roberto “Pato” Lucas. No recordó que a ninguno de ellos le dijesen “Gordo”, pero sí que había una figura clave en la Organización: Jean-Paul Burlot, líder de un núcleo de egresados del Liceo Militar.
Otero rememoró un día, anterior al 20 de marzo de 1976, en que se hallaba reunido con Burlot en el sótano de su casa, donde fabricaban flashes. “La gente de la ultraizquierda anda buscando un mártir y ese mártir vas a ser vos”, le dijo Burlot, aludiendo a su vinculación con el centro de estudiantes de la UTN.
César Cuchi, por su parte, relató una charla que tuvo con Burlot cuando trabajaba con él en la empresa Multiflash, en algún momento entre 1988 y 1991. Burlot refirió distintas cuestiones vinculadas al secuestro de Susana Bermejillo. Según su versión, Carrizo y Bermejillo se habían puesto de acuerdo: él escaparía y ella se entregaría porque estaba embarazada. “Si esta persona tenía un hijo de Carrizo, ese niño no tenía que existir”, recuerda que le dijo, y la desafortunada frase lo impactó.
Entre otras cosas que le dijo el testigo, recordó que Burlot aseveraba que “lo que pasa es que no hay que darles poder a los brutos”. También confirmó la frase que había recordado Alejandra Bermejillo: “al Gordo se le fue la mano”. Burlot nunca le especificó quién era el “Gordo”.
Juan Carlos Carrizo, después de 41 años
Cuando tocó el turno de Juan Carlos Carrizo, el clima de la audiencia ya estaba cargado de consternación y dolor. Su testimonio fue largo, conmovedor y con la voz entrecortada: la historia había estado callada mucho tiempo ya.
Conoció a Susana en 1974, en el marco de una toma en la Facultad de Ciencias Políticas. Él venía desde la UTN y ella de la FFYL donde estudiaba Letras. En marzo de 1975 se casaron y la noche del 20 de marzo de 1976 estaban festejando no solo su aniversario, sino también el próximo egreso de ella, que ya había rendido una parte de la tesis.
Fue después de conocerse que Bermejillo se afilió al Partido Comunista, mientras la militancia de él se concentraba en el Centro de Estudiantes de la Tecnológica, del que era presidente. Carrizo se había afiliado a la Federación Juvenil Comunista luego de la caída de Allende. “Yo sólo no militaba cuando dormía”, dijo.
En dos oportunidades habían querido detenerlo pero había logrado escapar por los techos del vecindario.
Con Mario Susso compartió militancia, aunque no fueron amigos. Supo, sin embargo, que se sentía amenazado, según le dijo éste a amigos suyos como Gustavo Cohen y Perla Martínez.
Al igual que Otero recordó el grupo de derecha que actuaba en la UTN (alineado con la Concentración Nacional Universitaria), donde Burlot actuaba como ideólogo. Además de Lucas, recordó a Seijo, Fragapane, Martí y Ortigala, entre otros. “Era el grupo más cerrado”, apuntó.
Aportó pruebas del accionar delictivo del grupo y su vinculación con actividades paramilitares. Lo hizo recordando la confesión del propio Lucas (que llegó a ser recientemente concejal de Las Heras) cuando los arrestaron en ocasión del asalto a una estación de servicio de Luján de Cuyo, perpetrado el 14 de julio de 1976. Lucas argumentó en su descargo que lo hacían para recabar fondos para la lucha antisubversiva.
Una vez que entraron violentamente a la casa esa madrugada, cerca de las 3.55, él escapó por los techos, tal como ya lo había hecho anteriormente. Susana no alcanzó a hacerlo, fue secuestrada y encontrada muerta horas después junto a Mario Susso, en la calle Pescadores, entre Acceso Norte y San Rafael. Además de los orificios de bala, el cuerpo tenía diversas lesiones, heridas y marcas de violencia.
Él se refugió en casa de un amigo, aunque alcanzó a ver dos autos (un Falcon y un Peugeot 404) que pasaron a toda velocidad. Sus compañeros del Partido Comunista, alertados por Elizabeth Díaz (que estuvo invitada esa noche y que al salir vio un Falcon sospechoso en las inmediaciones) lo mantuvieron a salvo hasta la mañana siguiente. Asistió, custodiado por sus compañeros, al velorio de su esposa. Pese a las diversas versiones que circulan, negó que Susana Bermejillo estuviera embarazada en el momento de su secuestro y asesinato.
Agregó una nueva hipótesis acerca de quién podría haberla matado, explicando una versión que le llegó recientemente y que apunta a Pedro Leni.
«El Negro» y los civiles en la UTN
«Mami, empieza el juicio del Negro, yo atestiguo, vos no tenés obligación de ir», le dijo hace unos días Horacio Susso a su madre de 90 años en vísperas del desarrollo del juicio oral por la causa del homicidio de Mario Susso, perpetrado la madrugada del 20 marzo de 1976 tras haber sido secuestrado horas antes del domicilio familiar. La mujer fue testigo presencial del secuestro de su hijo y podría ser convocada si se encontrase en condiciones. Fue ese el punto de quiebre en el relato de Horacio, que tenía once meses de diferencia con su hermano, estudiante de la UTN, que daba clases para vivir, era militante del Partido Comunista Revolucionario y referente importante del Centro de Estudiantes de la Facultad.
«Era un idealista muy fiel a sus convicciones», definió el testigo, que además supo de las amenazas que se fueron cerniendo sobre el Negro a través de sus propios comentarios. Incluso meses antes del desenlace, Horacio le aconsejó que se fuera del país, dado el clima cada vez «más espeso” por la persecución y el hostigamiento represivo, en aumento, desde finales de 1975 sobre el entorno estudiantil y militante de Mario, a lo que se sumaba la inminencia del Golpe de Estado. «Riesgo» fue una palabra recurrente entre los hermanos y los acechos se aceleraron al punto de que el Negro ya no durmió en la casa familiar, sino que pasaba de tres en tres días clandestino en casas de compañeros.
El cónsul honorario
Como en el resto de los testimonios de la jornada, se evidenció que la intervención de civiles, estudiantes de la UTN e integrantes de agrupaciones de derecha, pasaron del buchoneo y las apretadas a la posible participación en los grupos de tareas que realizaron los secuestros de Bermejillo y Susso.
Horacio habló del protagonismo del Comando Anticomunista Mendoza, con jóvenes universitarios como los actuales dirigentes políticos del peronismo, Guillermo Amstutz y Roberto Lucas, y especialmente de Paul Burlot, actual cónsul honorario de Francia en la Provincia, con vinculaciones familiares con los Susso, con quienes compartía inclusive la afiliación al Club Hípico. Mario dijo de él a su hermano que era «uno de los que marcan personas”.
En diciembre del ‘75 la vivienda familiar de la sexta sección fue allanada por policías y civiles que los dejaron «perplejos». Alrededor de un mes después, Mario fue detenido y pasó más de 48 horas en el D2.
El mal menor
«Él no es un desaparecido más, nosotros tuvimos el mal menor de poder enterrarlo», reflexionó Horacio, dado que el cuerpo de su hermano -que debió reconocer en el Hospital Emilio Civit- apareció acribillado horas después del secuestro en la madrugada del 20 de marzo junto con el de su compañera de militancia, Susana Bermejillo. «Tenía la cara borrada por los balazos», explicó. Horas después lo enterraron en el cementerio de Capital y, antes del Golpe, se fue con sus padres a vivir fuera de Mendoza.
«La pasaron muy mal», explicó sobre sus padres, porque además estaban durmiendo como Mario la madrugada del secuestro -Horacio estaba en un cumpleaños-, y fueron golpeados -la madre encañonada en el piso- por el grupo invasor, que previamente despertó al vecindario con ráfagas de metralla en el frente de la vivienda de calle Olegario Andrade de Ciudad. Mario «bajó corriendo por la calle” unos 40 metros hasta caer baleado en la vereda de otro compañero de militancia y posterior preso político, Jaime Valls. Inmediatamente un Peugeot 404 color ladrillo, robado horas antes, se lo llevó, arrancándole la remera ensangrentada antes de subir, prenda que conservó otro vecino, Coco Segura. Otros vecinos y testigos fueron aportados por Horacio.
El testigo relató posteriores persecuciones en carne propia, como la de un socio que tuvo en su inmobiliaria en 1979, Alberto Amaya, que terminó por confesarle que actuaba como retirado de la Aeronáutica con la función de espiarlo. También recibió «visitas» de Paul Burlot y el Médico Jorge Boteron.
El próximo jueves 24 de agosto, el Tribunal y las partes harán una inspección ocular en la Compañía de Comunicaciones.
La próxima audiencia en la Sala será el Jueves 7 de Setiembre a las 9:30 hs. A partir de esa fecha, las audiencias se realizarán los jueves y viernes de cada semana.