08-02-18 / Se escucharon dos testimonios que remiten al accionar de la Fuerza Aérea. El primero fue ofrecido por Oscar Horacio Ferraris quien tuvo un largo cautiverio en el campo Las Lajas. Luego, declaró Mario Benditti, soldado conscripto en la IV Brigada, que fue sancionado y preso por la Fuerza Aérea. Olvidos e imprecisiones dominaron la jornada.
Horacio Oscar Ferraris, oriundo de San Luis y militante peronista, declaró por primera vez en juicio oral y público sobre su detención en el centro clandestino de detención “Las Lajas”, mediante videoconferencia.
Ferraris fue increpado por un vehículo en junio de 1976 cuando salía de su domicilio en la capital puntana. El personal, armado y de civil, lo arrojó vendado y maniatado al piso del auto. Se detuvieron unos quince minutos después, momento en el que lo pasaron al baúl de otro vehículo.
En estas condiciones recorrieron un largo trayecto. Supo que habían cruzado la frontera con Mendoza porque cerca de Desaguadero lo amordazaron y obligaron a guardar silencio a raíz del control limítrofe. Finalmente, atravesaron un camino de tierra e ingresaron por una tranquera en un campamento. Las mismas personas lo condujeron a una carpa de unos cuatro metros en la que había una mesa y un par de sillas: desnudo y atado a la mesa comenzaron las sesiones de tortura que consistían en golpes con un palo y aplicación de picana. Con breves pausas, fue torturado a lo largo de medio día, luego de lo cual lo tiraron a un colchón en el piso. Lo alimentaban y llevaban al baño. No volvieron a torturarlo.
Días después lo trasladaron a una casilla de chapa con dos ambientes divididos donde había otros tres detenidos varones. Uno de ellos, el único con el que llegó a hablar, se identificó como Mauricio López, exrector de la Universidad de San Luis. Ferraris lo recordó como una persona muy cordial que trataba de calmarlo y de darle aliento. También hablaron sobre un conocido en común, Esteban Agüero.
A diferencia de Ferraris, tanto el profesor -que continúa desaparecido- como los otros dos detenidos (López le refirió que uno de ellos tenía enyesada una pierna tras haber recibido disparos) no estaban vendados ni atados y hacían de “sirvientes” de los custodios militares que controlaban la “casita de chapa”: preparaban la comida, el café. Por esa razón, porque conocían las caras y el movimiento, “no iban a salir más” de ese lugar, supuso. Pegada a esta precaria construcción los custodios tenían una casa de material.
En una ocasión los sacaron a todos a tomar sol y escuchó a la distancia que los otros detenidos hablaban de fosas o sobre la posibilidad de que hubiera alguien enterrado en ese lugar. También refirió que se oían aviones y que Mauricio había asegurado estar cerca del Plumerillo.
El testigo afirmó que el campo servía de concentración de secuestrados/as ya que un día escuchó que ingresaron dos o tres autos con una pareja de jóvenes: el personal estaba enloquecido, excitado. Al muchacho lo torturaron y ataron al mástil por toda una noche. La chica, que ingirió una pastilla de cianuro antes de que comenzaran con ella, recibió ya sin vida las enfurecidas patadas de los secuestradores. Poco después se llevaron el cuerpo y regresaron con otro detenido, el padre de la joven, que fue torturado e inmediatamente trasladado. Todo esto lo supo al escuchar los gritos e insultos que dirigían al hombre respecto de su hija. Se trata, probablemente, de Carlos y María del Carmen Marín, ambos desaparecidos.
De Las Lajas fue trasladado junto al joven del mástil en un baúl de auto y luego subido a una avioneta. El trayecto en el vehículo fue corto, tal vez media hora o veinte minutos, dijo. El personal encargado estaba de civil.
A él lo bajaron en Córdoba, en La Perla, donde estuvo un mes. No sabe qué sucedió con el chico. Luego de pasar por La Rivera y por la penitenciaría del Barrio San Martín (ambas en Córdoba), fue liberado en 1978.
El nombre y la ubicación exacta de Las Lajas los conoció después por el MEDH. En instrucción realizó un croquis y luego participó de una inspección ocular donde corroboró, pese a las modificaciones, que se trataba del descampado que pudo observar a través de la hendija de la venda.
“¿Conoce a alguien que lo haya visto en Las Lajas?”, preguntó el abogado defensor Benavidez. Ferraris respondió: “Que esté vivo, no”.
La mala experiencia
Mario Benditti hizo un relato deshilvanado, errático, en el que se le confundían las fechas y otras inexactitudes. Sin embargo, reiteró, una y otra vez, algunos elementos de su declaración.
El testigo fue convocado a cumplir el servicio militar en la IV Brigada Aérea de Mendoza. Entró en enero, rindió en el Centro de Instrucción Profesional de la Fuerza Aérea pero no ingresó por pertenecer a un partido de izquierda. Al reincorporarse como soldado conscripto cumplió funciones en la compañía de servicios de la IV Brigada. Cuando se encontraba asignado al casino de suboficiales fue detenido, en su domicilio, por el presunto robo de un radiograbador, en julio del ‘77. Su casa fue allanada y como resultado de esa acción le adjudicaron el hurto de ropa, municiones y armamento de la Fuerza Aérea. Sin embargo, según Benditti, de su casa “no se llevaron nada”. Aunque luego admitió que allí había una gorra o birrete de suboficial y balas o vainas servidas de desecho.
Una vez detenido por el presunto robo fue trasladado a una casa gris, con las ventanas clausuradas y barrotes en las aberturas. Allí compartió cautiverio con otros prisioneros. Dijo recordar que uno de ellos se llamaba Talquenca y que otro se parecía mucho al exjefe de policía Juan Carlos Caleri. Durante su permanencia en el lugar fue, especialmente, torturado por dos suboficiales de apellido Carmona y Ochoa contra los que inició una querella federal. Aunque diletante, dijo que aquella casa gris no estaba en Las Lajas sino en el Puesto B de la IV Brigada Aérea.
Después de alrededor de cuatro meses lo trasladaron a la central de inteligencia de la Fuerza Aérea donde fue sometido a torturas por el “vicecomodoro Santa María o Santamarina” y otro oficial de apellido Monjo. Reiteró que recibió quemaduras de cigarrillos y lo obligaron a firmar una declaración. De la indagatoria regresó al Puesto B y poco tiempo después fue trasladado a la base aérea de El Palomar donde cumplió prisión por más de un año. Ya en libertad, regresó a Mendoza y debió completar el servicio militar en la misma unidad a la que ingresó.
Mario Benditti hizo un relato embrollado, no obstante de su testimonio se infiere que atribuyó sus graves dificultades a su militancia política. En medio de la narración repitió varias veces dos elementos para avalar su versión. Por un lado, contó que rindió con alto promedio en el Centro de Instrucción Profesional de la Fuerza Aérea pero no pudo ingresar por “zurdo”, según se lo manifestara personalmente un oficial de apellido Fernández. Por esos días, dijo Benditti, militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Por otro lado, después de ser rechazado por la fuerza, lo acusaron por el robo de un radiograbador y elementos militares. Durante su detención, fue trasladado a dependencias de la central de inteligencia de la Fuerza Aérea, en la calle Alberdi, al lado de la bodega Toso, en Guaymallén. Allí, fue interrogado bajo tormentos por Santa María y Monjo y obligado a firmar una declaración que lo incriminaba por la que fue sentenciado a prisión militar.
La indagatoria de los abogados defensores tendió a ponerlo en apuros, pidiendo precisiones y cuestionando su credibilidad. Tal como es su costumbre, el abogado Benavidez, trató de desacreditarlo, apabullándolo con equívocas preguntas, que el presidente del Tribunal debía reformular, y con comentarios condenatorios.
La próxima audiencia será el 22 de febrero a las 9.30.