06-09-2012 | El desarrollo de las audiencias en relación a las desapariciones forzadas de nueve personas durante la segunda quincena de 1978 continúa deparando relaciones y luces sobre los hechos. Sin muestras de buena fe, el sacerdote Oscar Moreno aportó datos sobre el D2 y el grupo de tareas G78. José Ricardo Romero, hijo del desaparecido Daniel Romero, narró por primera vez ante la justicia, el terror que sufrió tres veces, inclusive durante el secuestro de su padre.
Aprietes en democracia
Una vecina del estudio de los desaparecidos Gustavo y Mario Camín y un compañero del último relataron cómo la justicia militar los increpó en 1986. Nora Estela Pérez, escribana, trabajó en el estudio que Julio Correas alquilaba a Gustavo Camín en calle Patricias Mendocinas 735, frente al Colegio Notarial. El estudio se situaba en el primer piso, enfrente del departamento donde temporalmente residían los Camín. Nora dijo que Gustavo vivía en San Juan, donde tenía una cantera, y que Mario era esporádicamente frecuentado por compañeros. Ni Pérez ni Correas notaron las puertas violentadas tras las versiones circulantes en el Colegio de escribanos y en el Notarial, acerca de que padre e hijo “fueron detenidos de noche por el Ejército, Mario en la UTN y Gustavo en el cruce de Colón y los rieles (Belgrano)”. Dos meses después, Armando -hermano de Gustavo- habría confirmado a Pérez esa versión.
El 19 de marzo de 1986, Nora declaró “bajo amenaza” en el VIII Comando de Infantería de montaña, ante el juez de instrucción militar. Se trata de Raúl Juan Rioboo y del suboficial “instructor” Manuel Amaya. El que la intimó fue “un oficial de mayor graduación, con voz de mando, de apellido extranjero, tez blanca, canoso. Dijo que me esperaba el secuestro, lo mismo que a Camín”. A instancias de los querellantes, Pérez reconoció fonéticamente el nombre del coronel Hugo Alfredo Soliveres -integrante de los Consejos de Guerra para la subzona 33 durante la dictadura y a cargo de declaraciones en 1986- como el de quien la amenazó. Al respecto, el fiscal Dante Vega solicitó su compulsa, tal como ocurrió tras el testimonio brindado por Eugenio Paris -el 10 de enero de 2011, en razón del anterior Juicio- donde se denotaron las extralimitaciones del accionar “judicial” de Soliveres.
Juan José Dotta compartió con Mario Camín algún cursado en la Universidad Tecnológica Nacional Regional Cuyo -UTN-. A los ya sindicados como líderes de agrupaciones de ultraderecha que operaban para las fuerzas armadas sobre los estudiantes, Burlot y Seijóo -al que incluso “como funcionario” vio amenazar a un profesor-, agregó el de Ballardi. Al igual que la testigo Pérez ante la justicia militar en el Comando y en 1986, Dotta fue “increpado con una reacción dura del juez por no haber dicho inmediatamente que recordaba a Camín. Se incorporó y me puso en la cara la lista de asistencia de un curso de la UTN en el que ambos figurábamos”. El juez, uniformado, “no preguntó (a Dotta) quiénes pudieron haberlo secuestrado”, remitió el fiscal Vega.
Eduardo Argentino Morales, exalumno de la UTN, durante 1975 y 1976 hizo el Servicio militar obligatorio. El 12 de junio de 1976, día que culminaba la «colimba», el ingeniero agrimensor fue arrestado. En ocasión del segundo juicio por delitos de lesa humanidad en Mendoza, describió el marco político que reinaba en la UTN, agrupaciones que actuaban allí, organizaciones de derecha que armaban «listas negras».
En este testimonio ratificó que conoció a Juan José Galamba, Margarita Dolz, Víctor Hugo Herrera -“Tonio”-, Mario Camín, en la facultad, compartieron reuniones sociales y de amistad. Morales recuperó su libertad el 19 de mayo de 1978. Días después conoció el destino de sus amigos.
Instrucciones contra subversivos
Oscar Moreno -capellán de la Policía de Mendoza entre 1966 y 1988-, dio clases junto a Carlos Rico en el Centro de Instrucción Antisubversiva y estuvo próximo al horror del D2 en 1978. El testimonio del sacerdote estuvo más cercano a un amén. Por la desaparición forzada de Juan José Galamba se presentó una testigo ocular del armado del operativo.
Matilde Capriglione de Rueda, era vecina de Sebastián Molina -compartían medianera por el fondo- cuando secuestraron de su domicilio a Juan José Galamba, el 28 de mayo de 1978. La mañana de ese domingo, Matilde y su familia salían de paseo cuando percibieron un sigiloso operativo rodeando la casa contigua por los techos del vecindario: “Estábamos asustados, muchos militares con graduaciones, armados, con uniformes y camionetas verdes, pidieron los documentos de toda mi familia y nos preguntaron por un muchacho que venía de Tucumán”. Molina, su mujer y su hija pequeña estaban ausentes. En la casa quedaban Carlos Gabriel y Miguel Ángel, también hijos del matrimonio. Por comentarios de otros vecinos, Matilde supo que “al chico que tenía Molina lo cargaron y se lo llevaron”. Un rato antes, la voz de mando del grupo de tareas había ordenado al marido de la testigo: “pueden irse, vayan tranquilos”.
Oscar Moreno es sacerdote jubilado. Fue capellán de la Policía de Mendoza durante 22 años. Cesó sus actividades con el cargo de Sub-comisario. Fue docente en la Escuela de Cadetes, en la de Suboficiales y en la Superior. A pedido de Carlos Rico, otro instructor, también dictó clases, y fue distinguido por ello, en el Centro de Instrucción Antisubversiva. “Moral Combativa” fue el nombre de ese curso: consta en documentación que recibió un salario pagado, en parte, por la Fuerza Aérea.
Acerca de la conformación del grupo de tareas G78, Moreno dijo que recordaba “un grupo que se formó un oficial, Carlos Rico, para el Mundial 78” aunque no le reconoció vinculación con la denominada “lucha contra la subversión”. “En un momento de la subversión”, según dijo el mismo sacerdote, pidió hablar con los detenidos que había en el D2. Juan Agustín Oyarzábal se lo negó porque “los presos que habían eran del Ejército y la policía sólo prestaba los calabozos”. El juez Roberto Burad le preguntó si a quienes quiso ver en los calabozos de D2 eran denominados subversivos: “Y, seguramente, Doctor”, respondió Moreno.
Además de guía espiritual, a Moreno lo llamaban cuando había “problemas” de “disciplina” o “falta de respeto por la autoridad” y él “explicaba cómo era la subordinación en la repartición”. Dio cuenta de que conoció, como agentes de la fuerza, a Carlos Rico, Juan Agustín Oyarzábal, Aldo Bruno Pérez, Alcides París Francisca -“agente de la Aeronáutica”-, Armando Fernández -“que debe haber sido mi cadete, Señor”-, Ricardo Miranda. A Eduardo Smaha lo recordó cuando dio clases en la Escuela de Cadetes. Adolfo José Siniscalchi fue su colega durante la «instrucción antisubversiva».
Sobre si se hacían operativos en la calle, Moreno dijo que sólo conocía los que hacían “contra las prostitutas”. Dijo que no escuchó nunca que hicieran contra la “subversión”. Entonces, ¿cómo sabía que eran “subversivos los detenidos del D2?” preguntó Burad. Palabras enredadas fueron su respuesta.
Teresa Elena Bustos era vecina de la familia de Juan Carlos Romero. El 28 de mayo de 1978 -día que secuestran a Juan Carlos de su domicilio en Las Heras-, entre las 23 y las 24 horas, Bustos llegaba a su casa con sus hijos y vio dos coches vacíos estacionados en la puerta, al lado de la casa de los Romero. Minutos después sintió una voz de “mando” que le ordenó entrar a la casa y quedarse con las luces apagadas. El 31 de mayo de 1978, citada por la policía como testigo de los hechos, tras la denuncia hecha por la esposa de Juan Carlos, dijo que en uno de los autos “podría haber una pareja”. Ante el Tribunal dijo nunca haberlo declarado.
José Ricardo Romero presenció el operativo que derivó en la desaparición de Daniel, el 24 de mayo de 1978. Explicó que esa noche, en su casa ubicada en Ecuador y Gomensoro, había mucha gente porque allí funcionaba un bar que manejaba su madre, Dulce Quintana. Entró violentamente un grupo de personas encapuchados y armados e hicieron tirarse al piso a los presentes. José estaba con su madre y su hermano de 4 años en la habitación. Hasta allí llegó uno de los secuestradores, apuntó a la cabeza de la mujer y la amenazó: «¡Quedate callada porque si no te agarro a estos guachos y te los mato!». Tras la retirada del grupo de tareas, Dulce se levantó, salió a la calle y vio que en la esquina doblaba un auto gris con su marido adentro. Encontró a un vecino que sacó su camioneta y salieron atrás del auto gris y otro de color verde, que tomaron la Costanera. A la altura del viejo Aeropuerto -donde funciona la IV Brigada Aérea-, frente al cual vivía Juan Carlos Romero y su familia, Dulce alertó: «¡Van para la casa del Chacho! (por Juan Carlos). Los secuestradores ingresaron al Aeropuerto. Esa misma noche un grupo de tareas entró en el domicilio de Juan Carlos, cuatro días después corrió la misma suerte que su hermano.
José Ricardo relató episodios anteriores al secuestro. A comienzos de 1978 una patota policial se llevó a Daniel, que volvió luego de varias horas. Algunos uniformados, otros de civil, cometieron destrozos y saqueos en la casa de la familia.
En una segunda oportunidad, José iba con su padre en moto y fueron interceptados por una camioneta blanca. Los llevaron a la Comisaría 9na. Pusieron a Daniel en medio de un patio, en ropa interior. José lo miraba desde un banquito en la puerta de ingreso al patio. Comenzaron a interrogar a su padre. Un hombre de campera negra, pelo canoso, ojos verdes y un anillo «cuadrado grande» con un escudo, palmeó al niño en la cabeza y le dijo: «Vas a ver cómo lo hacemos mierda a este pelotudo». José lo reconoció luego como el que llevaba la voz de mando en el operativo de secuestro.
El mismo hombre amenazó a Daniel y con otro comenzaron a golpearlo. Un tercero propuso cambiar a José Ricardo de lugar. Allí escuchaba pero no veía. Pasaron unas horas, llevaron al niño al cordón de la vereda. Daniel salió muy maltratado y se fue a su casa con el hijo. Al ver la situación, Dulce discutió con él y mencionó que eso tenía que ver con «El Rubio».