30-08-2012 | Cuatro integrantes del Centro clandestino de detención D2, no imputados en este Juicio, fueron reconocidos en el álbum de la Policía, por María Isabel Salatino, madre del desaparecido Víctor Hugo Herrera. Sus hermanos también narraron los hechos. Testimonios en relación a las desapariciones de Gustavo y Mario Camín permearon el clima de hostigamiento y violencia hacia los estudiantes y militantes de la UTN durante la dictadura.
El miedo
Cinco personas fueron citadas en relación a la investigación para conocer las circunstancias en que se produjeron los secuestros y desapariciones de Mario Camín y su padre Gustavo. El testimonio de Edmundo Dagoberto Naman dio tono al resto de los testigos cercanos a Mario Camín. Naman conoció la historia de los Camín porque Dora Gordon, madre de Mario, pediatra, atendía a sus hijas y era amiga de su hermana. Intentó realizar averiguaciones-improductivas- sobre la suerte de Mario y Gustavo, a través de un concuñado, Eduardo Jesús Romero, integrante del VIII Comando de Infantería de Montaña. Edmundo, que sufrió algún atropello represivo, señaló acerca de su hermano José Naman García, director del Penal de Mendoza durante la dictadura: “El me juró que no había hecho nada -sobre privaciones ilegítimas, torturas, vuelos en la cárcel-, no le creí”. “El miedo ya se me pasó”, dijo Naman, de 89 años, en relación a su testimonio de hoy y en contraposición al “el terror que tuve por la citación en los pasillos de la VIII Brigada”.
Alberto Antonio Monserrat, testimonió como amigo y compañero de curso y de militancia de Mario en la Universidad Tecnológica Nacional Regional Mendoza. Se enteró de su desaparición por Rafael Bonino, compañero en común. “Posiblemente fui el último en ver a Mario en la galería de la Facultad”, entre las 20:30 y 21 hs en algún recreo, el 22 de mayo de 1978, cuando nos cruzamos en un abrazo: “Me voy a la casa de mi novia”, le dijo Mario a Alberto. Unos sábados anteriores a los secuestros, Mario le había aconsejado: “Negrito, alejate de mí porque me vienen siguiendo”.
Los rastros de Mario Camín llegan hasta la “playa de estacionamiento, fea, oscura” de la UTN; o hasta el vehículo fiat 128 -según confirmó en la misma audiencia la testigo Ana María del Olio, o R6 según sus compañeros. En ambas versiones, el vehículo, que nunca se encontró- es blanco y propiedad de Dora, la madre. El de Mario, coinciden, es un renault 4L verde.
Con Camín participaban en la Federación de Agrupaciones Universitarias de izquierda -FAUDI-, brazo estudiantil del Partido Revolucionario de los Trabajadores -PRT-. Monserrat mencionó que “dentro de la UTN, la ultraderecha reaccionaria nos amenazaba, prepeaba, rompía la cartelería del centro de estudiantes: afuera de la UTN -en la vereda-estaban armados, nos agredían. Había un grupo comandado por Jean Paul Burlot, secundado por Roberto Lucas, y otro por Manuel Seijoo, rodeados de personas ajenas a la Universidad. También “había un oficial que se entreveraba en las manifestaciones, el comisario Escobar que estaba muy cerca nuestro, de civil, parado enfrente y armado, se infiltraba”.
Monserrat detalló persecuciones y desapariciones de estudiantes de la UTN: bomba casera a Raúl Anfuso, titular de la FAUDI; los asesinatos de Susana Bermejillo y de Mario Susso días previos al golpe, desapariciones posteriores. Añadió: “Para 1978 el movimiento estudiantil estaba a cero. A Mario lo mataron las fuerzas armadas, muchos argentinos ya sabíamos de las desapariciones, en mayo estábamos en pleno momento crítico, terrible, cuando desaparece Mario fue un alerta para mí”.
Ricardo Ramiro Díaz, ingeniero electricista, amigo y compañero de Mario en la UTN. Tuvo conocimiento de los secuestros por Dora Gordon y por José Luis Daguerre. Al día siguiente comenzaron junto a Monserrat y del Olio las averiguaciones por el destino de los Camín. Díaz confirmó que Mario sufría una persecución y era política: entre mediados y fines de 1977 “estuvo dos meses alojado en mi casa”. Sobre el contexto dijo: “en la UTN actuaban sectores de derecha supuestamente informantes del gobierno, cuando se dio el golpe pedían en el ingreso carnet y libreta universitaria chequeados con las características fisonómicas de los estudiantes”.
Jean Paul Burlot, también compañero de Díaz en el Liceo Agrícola, le explicó sus objetivos: “despolitizar la Universidad, impedir las asambleas y toda actividad política”. También conoció, en Edemsa, a Raúl Gómez Saá, hermano de Enrique Blas -ex teniente coronel, segundo jefe de Inteligencia del Ejército entre 1976 y 1979- a través del cual intentó obtener pistas con resultado negativo. Otros reconocidos por Díaz fueron integrantes de Línea Nacional, facción del peronismo de derecha: Puleo, Guiñazú, Amstutz, Molinari.
Luis Ángel Locarno prestó testimonio ante el Tribunal en calidad de compañero de Camín, aunque al momento de la indagatoria expresó: “supongo que he sido compañero de él pero ni siquiera lo recuerdo, no tengo mucho para aportar”. Precisó reiteradamente que él no tenía militancia política, y que cuando en la facultad había alguna actividad “que no fuera de clases” seguía “el camino” y no se detenía. Dijo: “tengo que haberme enterado (de la desaparición de Mario Camín) porque es algo que se comenta, pero no lo he procesado bien y luego de 30 años, no lo recuerdo”.
El ingeniero respondió de manera afirmativa cuando la Fiscalía le preguntó si ésta era la primera vez que declaraba. Sin embargo, a pedido del Ministerio Público, se leyó un testimonio que Locarno dio ante el Juzgado de Instrucción Militar el 17 de marzo de 1986. En aquel momento afirmó conocer a Mario Camín y que una ocasión estuvo en su departamento por estudios. Al término de la lectura de ese testimonio, dijo: “Debe haber sido así porque está mi firma, pero no recuerdo”. Tampoco expresó conocimiento de agrupaciones políticas que actuaran en la UTN. Sí recordó que había comentarios de la existencia de alumnos “infiltrados” que pertenecían al gobierno para detectar a quienes “no estaban con el gobierno”.
La memoria construye
Comenzó la rueda de testigos en relación a la desaparición forzada de Víctor Hugo Herrera, causa integrada con la de los Camín y relacionada al grupo de personas desaparecidas en mayo de 1978. Testimoniaron María Isabel Salatino, su madre; y Beatriz Marcela y Jorge Antonio, sus hermanos.
Por la reconstrucción familiar se supo que el joven de 26 años trabajaba en una ferretería y compartía actividades recreativas con Margarita Dolz y su marido, Carlos Castorino. La noche del 25 de mayo de 1978, cinco personas rompieron la puerta y entraron al domicilio del Barrio Suárez, donde vivían Isabel, Beatriz, Jorge -de 9 meses-, Víctor Hugo y Susana Miriam Astorga, su reciente esposa. Tres de los hombres actuaron con la cara libre durante el operativo. Se dirigieron a las habitaciones, apuntaron a la madre y los hermanos y les exigieron silencio. Otros dos increparon a Víctor Hugo, lo golpearon y le preguntaron por armas. A Susana la golpearon y maniataron. Herrera fue llevado en ropa interior, con las manos atadas atrás y su documento. Se fueron en una camioneta “camuflada” con una “lona verde”. También usaron dos autos particulares, valiant y/o falcon, color crema.
El secuestrador al mando del operativo» era el que más gritaba y amenazaba”. Fue descripto como rubio y alto. En la revisión de fotografías posterior, a pedido del abogado Pablo Salinas, Isabel lo reconoció como Eduardo Smaha Borzuk. Otro, descripto como «morocho, bajo, gordito y de bigotes», fue identificado como Raúl Horacio Pinto Vega y un tercero como Carlos Octavio Bustos Vasconcelos.
El 26 de mayo de 1978, Isabel presentó un hábeas corpus que nunca reportó novedades. Una ampliación posterior del trámite presenta las firmas del entonces Juez Federal, Guillermo Petra Recabarren y del secretario, Luis Alberto Leiva. Dos meses después, la familia recibió un llamado en el que les informaron que Víctor Hugo estaba en el Hospital Militar. Allí, Isabel pudo examinar varios salones, excepto uno que estaba custodiado. Días más tarde, otro llamado, ahora de la VIII Brigada de Infantería de Montaña, les comunicaba que les dejarían ver a Herrera. Isabel fue con su nuera. Un militar les dijo que sólo permitirían pasar a la joven y rehusaron hacerlo por temor a lo que podría pasarle. También presentaron denuncia en la Comisaría 27 de Villa Hipódromo: «de estos ya han caído muchos, de esto ya sabíamos», fue la respuesta. Años después intentaría encontrar aquel asiento legal sin resultado.
En 1987 ante la Cámara Federal, Isabel relató que en el Palacio Policial le mostraron una lista con varios nombres, entre los que figuraban el de su hijo y el de Margarita Dolz. En el Juzgado Federal numerosas veces y «por muchos años» alguien que Isabel supuso abogado, decía tener el expediente de su hijo. Más tarde le diría que, como estaban «quemando» mucha documentación, ese legajo se lo había llevado. En el visado fotográfico lo reconoció como Mario Stipech, oficial instructor. Isabel agregó que años después del secuestro, recibió por abajo de la puerta un papel que identificó como escrito por su hijo y que decía «Mami, ayudame que estoy en La Plata».
Beatriz Herrera, al repasar el periplo de búsqueda, recordó que en uno de los lugares a los que acompañó a su madre las atendió un varón alto y de pelo claro en quien reconoció la «misma voz» que el que mandó «a callar a mi madre» durante el operativo. El testimonio de Jorge Herrera, interrumpido para que Isabel diera cuenta de las identificaciones fotográficas, continuará el 31 de agosto. Los cuatro reconocimientos -Smaha, Pinto Vega, Bustos Vasconcelos y Stipech- involucran a personal actuante en el D2, no imputados en el presente Juicio. Solamente Smaha cumple condena por delitos de lesa humanidad.