AUDIENCIA 15 / El terror inimaginable

05-10-2012 | “Sistematizaron el terror como procedimiento”, reflexionó uno de los testigos -Julio Del Monte, víctima del terrorismo de Estado- acerca de la implementación del plan represivo contra la militancia a escala nacional y específicamente en relación al grupo de personas desaparecidas en diciembre de 1977 en Mendoza. En el mismo sentido aportaron su conocimiento María Inés Barbetti y Nicolás, compañera e hijo del desaparecido Alberto Jamilis. El testimonio de Rolando Domínguez permeó las consecuencias del discurso “antisubversivo”.

 

«Hacé de tu hijo un buen ciudadano», consigna de represores

María Inés Barbetti era compañera de Alberto Gustavo Jamilis cuando fue secuestrado en su casa el 6 de diciembre de 1977 alrededor de las 5 de la mañana. María Inés y el pequeño hijo de ambos, Nicolás -de dos meses-, estaban allí, pero ella logró que no se los llevaran.

Prestó testimonio mediante videoconferencia desde el Consejo de la Magistratura y relató que esa madrugada cuatro o cinco personas con armas largas y vestidas de civil ingresaron al departamento interno en el que vivían, en Godoy Cruz. Uno con cara descubierta de estatura mediana, robusto y de tez morena comandaba el operativo. El resto tenía medias de nylon en los rostros. Entraron al grito de “¡Gordo salí!”. Rompieron una sábana y con eso los maniataron. A ella le dijeron que preparara ropa del bebé. María Inés pidió “por dios” que la dejaran con el niño, lo hicieron, pero se llevaron a Alberto y le dijeron: “Bueno piba, hacé de tu hijo un buen ciudadano”. Los agentes robaron objetos y cuando María Inés preguntó qué harían con el marido, uno contestó que sólo le harían preguntas y en media hora volvería. Nunca más se supo de él.

Tras un llamado de los vecinos a la policía, llegaron tres efectivos. Le pidieron que fuera a declarar y ella les explicó que no estaba en condiciones de hacerlo en ese momento, con lo cual se retiraron sin más. Barbetti se fue a la casa de Paulina, hermana de Alberto, quien le advirtió el peligro de que se quede allí y la llevó a la casa de una amiga.

La pareja era oriunda de La Plata. Alberto era sociólogo y trabajaba en la Facultad de Humanidades hasta que lo dejaron cesante. Luego se desempeñó en el Registro de la Propiedad del Ministerio de Economía del gobierno de la provincia de Buenos Aires, donde también lo cesantearon, “por su ideología”. En ese organismo también trabajaba María Inés. En noviembre de 1976 fuerzas represivas lo buscaron en casa de sus padres, motivo por el cual decicieron venir a Mendoza, donde Alberto vendía hierbas medicinales de manera ambulante, según relató su compañera.

Tiempo después, María Inés supo de la militancia de Alberto, en el Partido Comunista Marxista Leninista. A los compañeros de militancia los conocía por sobrenombres, después se enteró de que entre ellos estaban los hijos de Hebe de Bonafini, “Cuqui” -Néstor Carzolio- y Nélida Tissone, a quienes frecuentaban en Mendoza -en particular recordó un último encuentro con el matrimonio en un parque en Mendoza; luego supo que desaparecieron-. También recordó a un joven que trabajaba en una cestería -Rodolfo Vera- en la cual se quedaron un breve tiempo; y a una mujer que fue novia de Jamilis, “Cristina Torti” y a su “hermana, también secuestrada en Mar del Plata”. A Carzolio, Tissone y Vera los reconoció en el álbum que le exhibieron.

Nicolás Joel Jamilis, hijo de María Inés y de Gustavo, prestó testimonio por videoconferencia. Con dos meses de edad cuando su padre fue secuestrado, presentó una reconstrucción sobre él en base a conclusiones derivadas de testimonios de amigos, compañeros de militancia e investigaciones propias. Mencionó a Ángel Laurenzano y a alguien conocido como “El tano” como parte de la conducción del PCML que delató a los partidarios de Mendoza. Una vez en la ESMA, “El Ratón” Laurenzano habría pasado a trabajar directamente con las fuerzas militares. Después, vueltas de la vida y de los años, Nicolás lo reencontró trabajando para el aparato de seguridad del empresario Alfredo Yabrán.

Un compañero de militancia de Jamilis, Jorge Moulinger -que logró escapar de la represión- es considerado por Nicolás una fuente importante para conocer cómo fue la embestida final contra los integrantes del PCML. Indicó que habría otro sobreviviente del grupo de Jamilis -quizás sea Oscar Vera- residente en Neuquén. Nicolás agregó que los dos hijos de Hebe de Bonafini fueron desaparecidos antes que su padre, que había alojado a uno de ellos. Según sus indagaciones, los militantes eran enviados a Mendoza y a Mar del Plata por la conducción del PCML con el objeto de asegurar sus existencias, con documentos falsos y casas alquiladas por la organización. Sobre los hechos dijo: “en el Partido» Jamilis «era ‘El Gordo’, la patota lo tenía totalmente identificado, sabían quién era, si hasta le dijeron ‘Gordo’, te venimos a buscar», concluyó Nicolás.

Estar en algo

Retirado de la Policía de seguridad aeroportuaria, Rolando Omar Domínguez reconoció entre los imputados a Alsides París Francisca -“vicecomodoro oficial de la Fuerza Aérea”- y repasó sus años en la función pública: ingresó a fines de 1975 a la Policía de Mendoza tras revestir en la Escuela de suboficiales, “para el Golpe” se incorporó a la comisaría 27 hasta mediados de 1977 cuando pasó a la Fuerza Aérea. Allí -hasta 1986- actuó como personal civil de la Jefatura 2 de Inteligencia. El 24 de marzo de 1976 fue la primera vez que lo mandaron a hacer servicio y patrullaje en la calle.

En relación a la desaparición de Walter Domínguez -primo hermano de Rolando- y su compañera embarazada de seis meses, Gladys Castro, el testigo se vio en apuros a la hora de puntualizar comentarios y supuestas informaciones que habría recabado para sus tíos, Osiris Domínguez y María Assof, sobre sus destinos. También, en aquel momento, sobre Osiris (hijo), el otro primo, acosado por la represión. Recordó haber estado presente en la nochebuena de 1977 en la casa de sus parientes, pero no el “fundamento” de la reunión. Según otros testimonios él habría promovido ese encuentro para recibir a Walter que -según Rolando avisó a Assof- pondrían en  libertad para esa fecha e incluso habría efectuado una llamada telefónica a tal fin. Medroso en sus respuestas al Tribunal y las partes, Rolando sólo dijo que hizo averiguaciones con su superior en la Unidad Regional Inteligencia Oeste de la Fuerza Áerea -Horacio Navarro- que le aseguró que el detenido estaba bien. El testigo adujo que “con el tiempo entendí que era falsa la pista de Navarro”, sin embargo no evaluó su gravedad ante la desesperación de la familia Domínguez.

Rolando -que dijo haber intentado algunos sondeos en vano con excompañeros policías- reveló la endeblez de sus sustentos al afirmar que supo de la existencia de los desaparecidos a través de los medios de comunicación. “Nunca tuve idea de que Walter estuviera en algo, que alguna actitud suya lo involucrara en algo como ser miembro de algo en contra del gobierno del momento”, traslució en su discurrir el pensamiento “antisubversivo” del testigo.

Sobre las funciones de su competencia en la Regional Oeste, Domínguez enumeró: “verificar las medidas de seguridad de las unidades militares, el control de sabotajes y edificios estatales ya que el Gobierno (Provincial) había sido asumido por un Brigadier; la Inteligencia en el conflicto con Chile, es decir, la recolección y análisis de información remitida a las oficinas del edificio Cóndor en Buenos Aires, sobre objetivos estratégicos, militares, poblacionales».

“Amar a mi patria y amar a mi familia”, enfatizó Domínguez entre sus valores, antes de ser “refrescado” por el juez Antonio Burad sobre el escalafón correcto de su construcción aprehendida: “Dios, patria y hogar”. El testigo se conmovió.

Puñetazos al corazón

Julio César Del Monte es licenciado en Ciencias de la Educación y docente. Declaró ante el Tribunal en el marco de la causa 085-M. Conoció a muchos de estos militantes desaparecidos y fue amigo y compañero de huidas de la represión de Osiris Domínguez, hermano de Walter.

A mediados de la década de 1970, Julio terminaba la secundaria y militaba en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP), orgánica juvenil-estudiantil que, aunque él no lo supiera a ciencia cierta entonces, estaba asociada al Partido Comunista Marxista Leninista. “Éramos chicos de 17 y 18 años con ideas de la época, de resistencia a lo que estaba ocurriendo en la patria que era la eliminación de todas las libertades, nuestro propósito era sostener y propagar con panfletos y dichos nuestra ideas. Así de simple, pero así de contundente”.

Entre las personas que supo secuestradas en diciembre de 1977, recordó a Walter Domínguez y su compañera Gladys Castro, y a Rodolfo Vera. Con ellos estuvo en un encuentro “de camaradería” en el camping de Luz y Fuerza a comienzos de 1977. “Para nosotros, que éramos chicos, ellos eran todos adultos”.

Entre los que debieron huir de la represión mencionó a Carlos y Oscar Vera -hermanos de Rodolfo-. “No sabíamos qué hacer, cómo protegernos, no teníamos más que a la familia”. También comentó de su amigo Osiris Domínguez, quien le contó lo sucedido con su hermano y su cuñada. Con Osiris huyeron a Buenos Aires (a Capital Federal y a la Costa), luego estuvieron unos días en El Chocón hasta que volvieron a Mendoza en donde decidieron no mantener contacto como modo de supervivencia. Aún corría 1978. También supo de las desapariciones de Cristina D’Amico y María Elena Ferrando y recordó a parte del grupo de militantes que estuvieron detenidos con él: Oscar y Carlos Vera, Mabel D’Amico, Verónica Roatta, Alfredo Irusta.

El 5 de octubre de 1979 a las 11 de la mañana, un agente policial interceptó a Julio Del Monte en calle Alem de la Ciudad de Mendoza -frente al Hospital Central-, le mostró una credencial de la Policía de Mendoza y le dijo que tenía que “acompañarlo”. Con otro agente lo metieron a un Fiat 1100 azul, rural, viejo y ruinoso. Ya adentro comenzaron a golpearlo y le taparon los ojos con un pulover. Cuando les preguntó adónde lo llevaban la respuesta fue “A tu muerte”. Cuando llegó a destino, en un forcejeo pudo destaparse los ojos por unos segundos, entonces vio que estaba en el patio del Palacio Policial, el D2. “Sabía, por lo menos, dónde iba a morir”.

Lo llevaron entre cuatro personas en “andas” mientras le iban pegando en el corazón. Lo “tiraron” en un sótano, lo golpearon. Luego llegó alguien que era jefe y le explicó que estaba allí “por estúpido, por insolente”. Le dijo que su padre “era ferroviario” al igual que el padre de Del Monte, con lo cual demostró tener conocimiento sobre el detenido. En la tarde lo subieron a un calabozo y allí se presentaron quienes lo detuvieron, apuntaron a su cabeza y le dijeron que se merecía morir porque a uno le rompió la campera en el forcejeo. “Fue un largo sufrimiento desde ahí”.

Sus padres fueron a averiguar si Julio estaba en el D2, cosa que les negaron. Varios días después les admitieron que efectivamente estaba allí, pero que “si se les ocurría decir algo, no iba a estar más”. La casa familiar fue allanada dos veces luego de que Julio fuera detenido.

Horas después se encontró con Carlos y Oscar Vera en el D2. Corrieron la misma suerte y compartieron la prisión, Mabel D’Amico, Verónica Roatta y Alfredo Irusta. Estuvo en el D2 hasta mediados de diciembre. Luego lo trasladaron al Penal provincial, en el pabellón 14, “derruido” en “condiciones infrahumanas” donde las torturas fueron otras: “Teníamos un régimen de castigo extremo, sólo podíamos comer algo, dormir cuando nos dejaban; no podíamos leer, salir al patio, trabajar ni jugar”. A veces iban militares -algunos ebrios- y los sacaban al patio desnudos y los denigraban. Había solo un baño sin puerta”. Incluso allí “seguimos siendo desaparecidos”. Compartió ese horror con Ciro Jorge Becerra, quien llegó “muy golpeado en la entrada” luego de haber estado detenido-desaparecido en La Plata.

El 26 de abril de 1980 Del Monte fue liberado luego de un Consejo de Guerra en el cual consideraron que “yo no era tan peligroso y me derivaron a la Justicia Federal”. Del Monte relató cómo se vivió en aquellos años del terror: “Había que ser muy prudentes en manifestarse, había restricción total de la libertad, mostrar simpatía por el Che Guevara era sinónimo de perder la vida. El terror es inimaginable, es mucho más que perder la vida. No eran personas malas, sistematizaron el terror como procedimiento”.

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El Colectivo Juicios Mendoza se conformó en 2010 por iniciativa de los Organismos de Derechos Humanos para la cobertura del primer juicio por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza. Desde ese momento, se dedicó ininterrumpidamente al seguimiento, registro y difusión de los sucesivos procesos judiciales por crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.