AUDIENCIA 58 / “LO MÁS DURO ES NO PODER TERMINAR DE CERRAR LA HISTORIA”

13-11-2025 | Concurrieron a la sala de audiencias dos testigos. Rosa María Rouge estuvo detenida en el D2 y en la penitenciaría por la militancia de su esposo en el Partido Comunista. Martín Alcaraz Campos fue secuestrado cuando tenía diez meses con su mamá y su papá, José y Adriana, quienes continúan desaparecidos. La próxima audiencia será el 28 de noviembre a las 9:00.

La audiencia contó con las declaraciones presenciales de dos testigos que sufrieron la dictadura en primera persona, aunque desde lugares muy distintos. Rosa María Rouge es una mujer mayor que en 1979 era ama de casa y fue detenida por la militancia de su esposo Julio Berlanga en el Partido Comunista. Martín era un bebé de diez meses en 1977, cuando se lo llevaron del domicilio con Antonia Adriana Campos y José Antonio Alcaraz, su mamá y su papá. 

“Matar a los rojos”

Rosa María Rouge vivía en Las Heras, Mendoza, junto a su esposo, Julio Berlanga, militante del Partido Comunista, y sus cuatro hijas e hijos: María Elena, de 15 años; Alejandra, de 10 u 11; Leonardo, de 10; y Natalia, de 6. Julio era lustrador de muebles y Rosa se dedicaba al cuidado de su familia, padecía una tuberculosis renal que la mantenía en reposo en su casa. A pesar de no militar por sus tareas de cuidado, Rosa mantenía afinidad con los ideales comunistas. Durante la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse, Julio fue detenido durante casi un año por su militancia política. “La policía venía seguido a casa, revisaban todo”, recordó.

Una mañana de 1979, mientras Rosa barría la vereda, llegaron oficiales vestidos de civil y armados que ingresaron a la vivienda sin orden judicial. Allí se encontraban su hija mayor, su esposo y un compañero, Valerio Castillo, aunque la testigo no recordó si fue detenido o si lo habían llevado antes.

Declara Rosa Rouge

Mientras los efectivos registraban la casa, encontraron en el garaje una gran cantidad de libros —de literatura infantil, política y otros temas— que cargaron en un camión. Cierta situación le había dado gracia y un oficial la amenazó mostrándole una pistola: “No te vas a seguir riendo porque mirá lo que tengo acá”. Le preguntaron por su marido, y cuando respondió que estaba hablando con ellos, se dio cuenta de que Julio había desaparecido de la casa. Los policías insultaban: “Que había que matar a los rojos, que los comunistas no servían”. 

“Todo pasó muy rápido”, afirmó. Uno de los oficiales golpeaba el techo, en busca de armas, y otro intentó arrancar el inodoro. A ella le angustiaba mucho el daño que hacían en la vivienda porque era alquilada. Después supo que les robaron ropa: de la pareja y de sus hijas e hijo, electrodomésticos, ropa de cama: “Lo que les gustó, se lo llevaron”, expresó.

Alrededor de las tres de la tarde, le dijeron “viene con nosotros” y la trasladaron en un auto gris hasta la casa de su suegra, ubicada en la calle 6 de Septiembre 928 —actual Balbín—. Allí vivían Concepción Azuaga, su suegra; Aurelio Berlanga, el hijo mayor; Inés Berlanga, la hija menor; y Omar Duras, su yerno. Al llegar, los oficiales revisaron todo mientras la familia permanecía en el garaje. De allí se llevaron a Rosa, su suegra y su cuñado, y dejaron al niño y las niñas al cuidado de Inés. Durante al menos dos o tres semanas, permanecieron en la casa efectivos armados sin dejar siquiera que salieran a jugar al patio.

Rosa fue trasladada al Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza (D2) alrededor del mediodía y su suegra a la noche. Reconoció el lugar por los rumores que circulaban sobre ese espacio y por la presencia de policías. Al llegar al D2 la colocaron en un rincón y le advirtieron que debía “decir la verdad”, mientras la amenazaban con traer a su hija. “Me acusaban de ser la campana de mi marido. Escuché gritos y pensé que era mi hija mayor. Me levanté de la silla y me empujaron para que me sentara”, relató. 

La mujer fue trasladada hasta una celda oscura, donde compartió el encierro con su suegra durante dos semanas. “Había personas que no conocía, las escuchaba pero no las veía”, indicó. Preguntó por sus hijas y su hijo y le respondieron que estaban bien. Tiempo después recibió su visita en un patio y recién ahí constató que habían quedado al cuidado de su cuñada.

Sala de audiencias

Una noche, los guardias la sacaron de la celda, la bajaron por unas escaleras y la hicieron dar vueltas por el lugar hasta volver al calabozo. Para ir al baño debían pedir permiso y no podían higienizarse. En el D2 no tenía noción del tiempo y solo recuerda penumbras: “No se veían ni las manos, era una oscuridad…”. Escuchó a otras personas detenidas, como el matrimonio de Patricia Campos y Aníbal Firpo, a quienes a veces sacaban al pasillo. Por su parte, a Concepción Azuaga, su suegra, la liberaron dos semanas después porque era extranjera. Rosa fue trasladada a la cárcel de Boulogne Sur Mer en un furgón con la mujer del matrimonio.

Penitenciaría de Mendoza

“La cárcel es una cosa tan distinta. Ahí vivimos muchas cosas”, expresó sobre el lugar donde estuvo encerrada un año y un mes. A los días de su traslado fue revisada por un médico clínico a quien Rosa le contó de su diagnóstico de tuberculosis renal y, a partir de allí la llevaron todas las semanas al Hospital Central para su tratamiento.

En una ocasión fue llamada para firmar un documento con una gran cantidad de hojas y acusaciones que ella desconoció completamente. “Pregunté por qué tanto, si yo solo estaba de acuerdo con un partido político, pero no militaba”, recordó. Se negó a firmar y pidió la presencia de un juez. Rosa fue retirada de la habitación, le dijeron que hubo un error y que esos papeles no correspondían a su causa.

Rosa Rouge con su hija, su nieto y Ana Montenegro del Equipo de Acompañamiento a Testigos

Durante la detención recibió la visita de Margarita, una amiga de la infancia que se había enterado de su situación por medio de su hermana, que era policía. “Me dijo que había pasado por mi casa y la de mi suegra, y que mis hijos estaban bien”, contó. Rosa se emocionó al recordar que le dijo que no se iban a ver más porque se mudaba a Estados Unidos.

A mediados de 1981 fue liberada. Nunca le informaron las razones de su detención, aunque ella entiende que fue por la militancia de Julio en el Partido Comunista, con el que ella también comulgaba.  

“Lo más duro es no poder terminar de cerrar la historia”

Martín Antonio Alcaraz Campos declaró en los dos primeros juicios por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza, en 2011 y 2012, y la fiscalía lo citó en esta ocasión para hacer algunas preguntas y sumar al testimonio que ya se conoce. La historia de Martín habla de la crueldad de la dictadura: era un bebé de diez meses en diciembre de 1977, cuando fue secuestrado de su casa con su mamá y su papá, Antonia Adriana Campos y José Antonio Alcaraz. 

“La madrugada del 6 de diciembre de 1977 fuimos secuestrados mis padres y yo. Yo fui restituido, o me dejaron en una caja en la calle Pedernera, en la casa de mis abuelos maternos, que fueron quienes me criaron”, inició su testimonio. El niño vivía con su mamá y su papá en la calle Juan G. Godoy, de Godoy Cruz, y pudo reconstruir lo que le pasó por los relatos de su familia, como su abuela y las hermanas de su padre.

Martín Alcaraz Campos

 La mañana del 7 de diciembre, José no asistió a la gráfica donde trabajaba con su papá en San José, Guaymallén, y eso despertó las alarmas. Cuando fueron al domicilio de Godoy Cruz, se encontraron con la casa revuelta, los pisos picados y notaron que también habían robado objetos. En el 76 habían sufrido la desaparición forzada de María Silvia Campos, hermana de su madre, y supusieron lo peor. Por el estado de shock, su abuela materna no hablaba desde aquel evento y ahora se sumaban estos secuestros, incluido su nieto: “Era volver a vivir lo que ya habían vivido con mi tía un año antes”, afirmó Martín. Su abuelo paterno había intentado hablar con vecinos, pero no le resultó fácil porque había mucho miedo en ese entonces. Sin embargo, consiguió saber que habían rodeado la vivienda y se habían llevado cosas con un camión.

El matrimonio Campos-Alcaraz continúa desaparecido, afirmó Martín, quien se apoyó también en estos procesos judiciales para intentar reconstruir un poco su historia. “Entiendo que mis padres pasaron por el D2 y yo supongo que también —según supo por un registro policial— (…) Los juicios han ayudado mucho a poder armar este rompecabezas”. A Martín lo devolvieron en una caja.

Más de veinticuatro horas después del operativo, dos autos Falcon frenaron frente a la puerta de la casa familiar de la calle Pedernera y bajaron una caja. Adriana Alcaraz, su tía paterna, y su pareja, Mario Gómez, vieron la secuencia porque habían salido a la noche a buscar una farmacia de turno para conseguir los medicamentos de su abuela sin habla. No sabían qué tenía la caja y tenían miedo de arrimarse. Con precaución la fueron abriendo y encontraron a Martín, de diez meses, envuelto en una frazada. El niño ni siquiera lloraba. 

El fiscal Daniel Rodríguez Infante le preguntó qué había significado este episodio en su vida. “Uno a través de la vida lo va procesando de distintas formas —respondió—. Yo no tuve conciencia real de la tragedia familiar hasta muchos años después porque en mi casa lo que había era mucho miedo. Mi abuela y mi abuelo tenían miedo de que me pasara algo a mí. Fui reconstruyendo todo como pude. Hoy tengo más del doble de edad de la que tuvieron mi papá o mi mamá y mi hija mayor tiene la edad de mi papá, 22 años”. 

Y agregó: “Creo que no fue tanto el daño que me hicieron, porque mis abuelos hicieron un muy buen trabajo conmigo, me protegieron, me cuidaron y me dieron todo lo que necesitaba. Lo más duro fue cómo atravesó a la familia esta tragedia, porque la partió en dos, porque dejó víctimas colaterales. Lo más duro es no poder terminar de cerrar la historia. No poder saber dónde están mi papá y mi mamá”.

En ese momento, el defensor oficial interrumpió el testimonio y pidió “finalizarlo” o “reconducirlo”, porque le pareció que la situación “de contexto” que relataba Martín Alcaraz Campos no tenía que ver «con el objeto del juicio, con los hechos imputados” y lo que relata es “sobreabundante o improcedente”. El fiscal le respondió que el hombre era víctima, no testigo de contexto, y que saber lo que él vivió ayuda a entender la extensión del daño: “No solo es pertinente sino que es absolutamente relevante”. 

Antes de concluir, el fiscal Dante Vega le preguntó si había vuelto al domicilio de Godoy Cruz. Martín explicó que volvió de grande, solo por curiosidad y para ver la casa, pero nunca habló con nadie del barrio.

La próxima audiencia será el viernes 28 de noviembre a las 9:00. 

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El Colectivo Juicios Mendoza se conformó en 2010 por iniciativa de los Organismos de Derechos Humanos para la cobertura del primer juicio por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza. Desde ese momento, se dedicó ininterrumpidamente al seguimiento, registro y difusión de los sucesivos procesos judiciales por crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.