22-12-2023 | Continúan las audiencias testimoniales. Declararon Inés Dorila Atencio, trabajadora doméstica secuestrada con su pareja en 1976, y Vicente Antolín, gremialista del Banco Mendoza secuestrado en septiembre de 1975. La última audiencia del año será el viernes 29 de diciembre a las 9:30.
En la penúltima audiencia del año continuaron las declaraciones testimoniales: primero, Inés Dorila Atencio relató su cautiverio de seis días en el D2. Después, Vicente Antolín recordó su secuestro y alojamiento en el D2 todavía en democracia, en septiembre del 75. La audiencia no fue extensa porque las dos personas ya han testimoniado en juicios previos.
En relación con la audiencia anterior, el fiscal Daniel Rodríguez Infante sugirió, como testigo de contexto, a la historiadora Laura Rodríguez Agüero, integrante de nuestro colectivo. Sucede que, para su tesis doctoral, entrevistó a mujeres en situación de prostitución en los 70 que habían sido detenidas en el D2 y le comentaron sobre un calabozo de dimensiones mínimas, donde solo se podía estar parada, recordado por Irene Reyes. Ante el rechazo de la defensa pública y privada, la fiscalía ofreció al tribunal una inspección ocular en la dependencia, guiada por Irene Reyes, que las defensas aceptaron.
Inés Dorila Atencio
La primera vez que declaró fue en 1976, cuando denunció el cautiverio del que había sido víctima en el D2. Pero también declaró en 2015 en el conocido juicio a los jueces, donde relató detalladamente lo que vivió. Es sanjuanina y tenía alrededor de 20 años cuando vino a vivir a Mendoza. La contrató como trabajadora doméstica cama adentro la señora Vicenta Chaurier de Raffaelli, dueña del Hotel Argentino. Su trabajo era en la casa particular, ubicada en Estado de Israel 1029, a metros de la calle Emilio Civit de la Ciudad de Mendoza. En esa vivienda, Inés se encargaba completamente de los quehaceres del hogar. Su único día libre era el domingo y fue en una de esas salidas que conoció a Víctor Hugo Díaz y empezaron una relación amorosa.
Un domingo de agosto, como de costumbre, fueron a comer con la familia de Víctor. Ella tenía 23 años y él, 26. A la tarde fueron a la confitería Colón, en la calle San Martín, y pasaron por la casa de un compañero de facultad de él, Rubén Álvarez, en Mitre y Godoy Cruz de Guaymallén. Él manejaba un taxi y aparentemente estaba trabajando porque no lo encontraron. En esta declaración ella se había olvidado de este detalle, pero el fiscal le leyó una declaración previa y lo recordó.
El secuestro de la pareja se produjo cuando estaban llegando a destino, en la puerta del domicilio donde trabajaba y vivía Inés. Se paró un auto atrás, les dieron la orden de bajar, les vendaron los ojos e hicieron el traslado en un Falcon verde hasta donde, después supo, era el Palacio Policial: “Yo ahora veo un Falcon verde y se me pone la piel de gallina”, confesó la testigo. No supo si ese procedimiento estaba relacionado con Álvarez o con la militancia de Díaz, quien después fue su esposo, porque había estudiado en la Facultad de Ciencias Políticas y militado en Franja Morada hasta el día en que los militares ocuparon el establecimiento y le prohibieron la entrada.
Dijo que cuando la bajaron del auto tenía la cara cubierta, pero no le pegaron. Le sacaron la venda, le tomaron una fotografía en un lugar con tanta luz que la encandilaba y le volvieron a colocar la venda para llevarla al calabozo. Solo se descubría los ojos para ir al baño y los policías le exigían “no me mirés”. Desde ese domingo a la noche hasta el viernes estuvo en un calabozo tirada en el piso, sin almohada ni nada para taparse. Supo que era el D2 porque un hombre lo gritaba. También escuchaba a otra gente, era un lugar concurrido.
“Pasé los peores días de mi vida ahí”, lamentó Inés. “Hacía mucho frío y cada vez que tenía que ir al baño eran solo cinco minutos”, contó, y no quiso relatar nuevamente los ataques sexuales de los que fue víctima, aunque confirmó todo lo declarado en el juicio anterior. Por los daños que le ocasionaron, cuando salió tuvo que ir a un oculista y a un ginecólogo. “Después de todo, estoy acá. La puedo contar”, agradeció.
El viernes de esa semana la sacaron de noche, la dejaron en el parque San Martín, le quitaron las esposas y le dejaron la venda. Le dijeron que contara diez minutos para sacársela. Ella siguió todas las órdenes y caminó hasta la heladería Soppelsa de calle Belgrano. Cuando llegó a la casa, el hijo de su jefa le dijo que Vicenta Chaurier había hecho una denuncia al ver que ella no había llegado el domingo. En paralelo, el jefe de Díaz, que distribuía diarios nacionales, también había hablado con un conocido del Palacio Policial para que lo liberaran. “Gracias a dios pude salir con vida, por los comentarios sé que hay gente que no”, concluyó.
Vicente Antolín
Su primera declaración fue en la década del 80 con la Conadep. También ha declarado en juicios previos, en 2011 y 2014, y en la etapa de instrucción. Vicente Antolín era trabajador del Banco Mendoza y, como integrante del brazo sindical de Montoneros ―la Juventud Trabajadora Peronista (JTP)―, era delegado gremial.
Contó que el 29 de septiembre de 1975 estaba en su casa en una reunión con compañeros y en horas de la tarde llamaron a la puerta. Era un grupo de hombres vestidos de civil y, según recuerda, también con autos civiles, se identificaron como de la Policía de Mendoza y le presentaron una orden de allanamiento. Antolín fue a buscar a su padre, quien autorizó la inspección. Encontraron papeles y libros que consideraron peligrosos y, después de revisar toda la casa, se llevaron a Vicente tirado en el piso de la parte de atrás de un auto.
Vendado y sin poder ver nada, dedujo que estacionaron en un patio y lo arrojaron inmediatamente a un calabozo. Previamente pasó por otras celdas donde, sospechó, había mujeres detenidas que ejercían la prostitución. Desde esa misma noche fue golpeado un largo rato en el mismo calabozo. Después, siempre sin poder ver, lo llevaron a una sala donde le aplicaron picana eléctrica y lo golpearon con porras policiales. Le dejaron la espalda morada y todavía tiene algunas cicatrices de quemaduras de cigarrillo, afirmó. El daño “era algo cotidiano”.
Durante las sesiones de tortura le preguntaban por el movimiento Montonero, sus integrantes, estructura y organización. Deduce que su detención se produjo porque a raíz del plan de ajuste conocido como Rodrigazo exigieron reivindicaciones salarial en el banco. De hecho, varios compañeros sindicalistas fueron víctimas de la represión estatal: Ubertone, Córdoba, los dos Ocaña, Rosales, Vila y Sánchez –los últimos tres, actualmente desaparecidos–.
En el D2, le pareció que no había otra persona detenida con él, aunque alrededor del 8 de octubre ―conmemoración de la muerte del Che Guevara, relacionó él― llegó más gente. A los diez días de su cautiverio en el D2 lo dejaron salir de su celda para bañarse y lo llevaron al juzgado, donde no le tomaron ningún tipo de declaración ni dejaron constancia de los daños físicos que todavía eran notorios en su cuerpo.
Después de un largo tiempo de recorrido carcelario fue liberado y pudo acompañar a la Conadep en su inspección de 1984 por el D2. Recordó que en una de las celdas del fondo del pasillo encontraron muchos libros y revolviendo encontró uno suyo. Eran los ejemplares secuestrados por la policía al momento de detención, considerados peligrosos como las personas a las que pertenecían.
La próxima audiencia será el viernes 29 de diciembre a las 9:30.