Horacio Cacho Narvarte declara por primera vez ante un tribunal su secuestro durante la dictadura.

AUDIENCIA 37 / “NOS DIMOS CUENTA DETRÁS DE LA REJA DE QUE EL ENEMIGO ESTABA DEL OTRO LADO”

08-02-2025 | Terminada la feria judicial, Horacio Luis Narvarte ofreció su testimonio con respecto a su detención, su secuestro y los padecimientos que soportó en distintas dependencias policiales y penitenciarias durante la última dictadura cívico-militar, particularmente en el D2. La próxima audiencia será el 21 de febrero a las 9:30.

Horacio Luis Narvarte —conocido como «Cacho»— ya había sido citado a declarar en la audiencia previa de este mismo juicio, pero, por cuestiones de salud, no pudo asistir. Con 83 años y por primera vez en debate oral y público —su declaración previa se dio en la etapa de instrucción, en 2011—, se presentó hacia las 9:30 de un viernes muy caluroso para narrar el sufrimiento que él y su familia soportaron en el marco de la última dictadura militar. Con su testimonio, continuó el 13.° juicio por delitos de lesa humanidad de Mendoza luego de la feria judicial de enero.

Para el año 1977, Horacio vivía en Bermejo y tenía 35 años. Era secretario del Partido Comunista Revolucionario (PCR) e integraba el cuerpo de delegados gremiales de Talleres Diesel, con quienes estaba organizando la primera huelga ferroviaria del país —que se realizaría el 1.° de noviembre de 1977—. A Bermejo se había mudado en marzo de 1976, tras los asesinatos de Mario Susso —secretario universitario del partido— y Susana Bermejillo, intentando protegerse de una posible detención por su militancia.

Horacio Cacho Narvarte relata su secuestro.

El 10 de octubre de 1977, cuando llegaba a reclamarle el pago del alquiler al inquilino de su vieja casa, fue detenido junto a su esposa —María Angélica Machín—. Entre los captores recordó a Roberto Funes y a Rubén González, los hombres mostraron sus identificaciones debido a los reclamos de Narvarte y de los vecinos que se habían acercado. Sus dos hijas lograron escapar precisamente gracias a la ayuda de algunos vecinos y llegaron a la casa de su abuela materna, quien las protegió cuando el mismo grupo de secuestradores se presentó para llevárselas. Horacio llegaría a la conclusión de que su inquilino —el folklorista sancarlino Orlando Flores— había acordado con los militares quedarse con su casa en el caso en el que su familia desapareciera y así se explica que fueran a buscar a sus hijas tras detenerlos a él y a su mujer: “Nos iban a desaparecer a los cuatro”, sentenció.

El D2 y la tortura interminable

Tras la detención, Horacio y su esposa fueron separados. Él fue trasladado en su propio Fiat 600, mientras que María Angélica fue subida a un Gladiator que estaba a 30 metros. Horacio llegó al D2 manejando su auto. Ingresó al edificio por la parte de atrás y con la cara descubierta. Algunos oficiales lo incitaron a que declarara, a lo que él les contestó que no era ningún soplón. Acto seguido, lo metieron en una celda de la que lo sacaban para golpearlo, principalmente en las piernas y en los pies. Con un cable, le habían atado las manos por la espalda.

Además, al menos una vez al día se lo llevaban para interrogarlo. En los interrogatorios, lo torturaron con golpes, picana y también le realizaron —dijo—el “submarino seco”, es decir, lo asfixiaban con una bolsa de plástico. “Estaba convencido de que me iban a matar”, le dijo Horacio al tribunal. El interrogatorio estaba dirigido a la identificación de los delegados sindicales. Horacio, orgulloso de “no haber dado ni un solo nombre”, dijo haber resistido la tortura rememorando a sus camaradas e hizo un sentido homenaje a Manuel Guerra, militante del PCR secuestrado en Buenos Aires el 1 de noviembre de 1977, cuando estalló la huelga, la primera de carácter nacional contra la dictadura militar, que ambos habían contribuido a organizar. 

Además de los golpes, la picana y las distintas formas de tortura física, los torturadores le hacían escuchar la grabación de un niño llorando y le decían que era una de sus hijas a la que iban a torturar después de él. Por debajo de la venda pudo reconocer como su torturador a Funes, el mismo que lo había detenido, envalentonado por otros “el resto de los patriotas que querían salvar a la patria del trapo rojo en ese momento”, dijo Cacho con sarcasmo. La patota lo incitaba: “Matalo al hijo de puta, que no quiere decir nada”. 

Durante los diez días que pasó en el D2, nunca se pudo encontrar con su mujer —solo escuchó su voz y su sufrimiento— y tuvo que soportar “interminables” sesiones de tortura hasta que, a los siete u ocho días de su llegada, se reconociera —habeas corpus mediante— su detención, y los torturadores se vieran obligados a legalizarlo. El primer recurso había sido rechazado por Petra Recabarren, magistrado ya condenado en el juicio a los jueces. Decía que Narvarte no había sido secuestrado sino que se había “autoclandestinizado”.

Horacio Narvarte le hace llegar el habeas corpus al tribunal.
Horacio Narvarte le muestra el habeas corpus a la trabajadora de la Justicia

Narvarte atribuyó su legalización y la de su esposa a dos factores: su suegra, madre de María Angélica, había podido constatar que estaban en el D2 cuando llevó ropa limpia para su hija y no solo se la recibieron, sino que le devolvieron ropa sucia de la joven; y a un segundo habeas corpus, en el cual los vecinos habían aportado los nombres de los secuestradores; entonces, Petra Recabarren no pudo hacer caso omiso. El testigo le mostró al tribunal original y copia de uno de los papeles que le salvaron la vida.

Sobre los torturadores, además de recordar los nombres de Roberto Funes y Rubén González, dijo que “eran de violar a las presas”.  Uno de los guardias, relató, tuvo la gentileza de recomendarle que no tomara agua antes de que lo llevaran a ser interrogado, para así reducir el efecto de la picana eléctrica en el cuerpo.

Continuidad del circuito represivo

Una vez legalizado, le sacaron una foto y pretendieron que firmara un papel sin leer, pero se negó. Cumplidas las formalidades, del D2 lo trasladaron a la Penitenciaría de Mendoza —recordó la solidaridad del cura jesuita Latuf—. Allí estuvo un año para luego ser llevado a la Unidad Penal 9 de La Plata. Recién en ese momento le dijeron que estaba preso por infracción a las leyes anticomunistas 21460 y 21461.

Recuperó su libertad desde el penal bonaerense, la tarde del 17 de junio de 1979. Horacio hizo referencia a la incertidumbre que, para entonces, rodeaba las salidas en libertad. Se había hecho habitual el asesinato o la desaparición de presas y presos políticos tan pronto les daban la libertad, por lo que las organizaciones internacionales de derechos humanos habían comenzado a exigir que las liberaciones fueran durante el día.

Intervención final de Horacio Narvarte, que agradece a la Justicia y a quienes acompañan la causa.
Intervención final de Horacio Narvarte para concluir su testimonio

Al finalizar su testimonio —y antes de retirarse— Horacio pidió permiso al tribunal para cerrar con un mensaje. De pie, agradeció a jueces, jueza, fiscales y a todas las personas presentes en la sala, a las organizaciones de derechos humanos. Sobre sus compañeros y compañeras de lucha, agregó: “Nos dimos cuenta, detrás de la reja, de que el enemigo estaba del otro lado” (…) Han sido tan solidarios y tan firmes defensores de una nueva sociedad en la que el hombre no sea el lobo del hombre”.

El debate oral y público continuará el viernes 21 de febrero a las 9:30.

Mirá la audiencia completa:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

El Colectivo Juicios Mendoza se conformó en 2010 por iniciativa de los Organismos de Derechos Humanos para la cobertura del primer juicio por delitos de lesa humanidad de la Ciudad de Mendoza. Desde ese momento, se dedicó ininterrumpidamente al seguimiento, registro y difusión de los sucesivos procesos judiciales por crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.